24 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (IX) – Ana

Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel […] y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Ésta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:36-38)

         Estamos visitando el templo de Jerusalén en el siglo I. En medio de la actividad religiosa habitual, con las multitudes ignorando los sucesos que están teniendo lugar en medio de ellos, nos encontramos con algunas personas, escogidas por Dios, para dejar su testimonio eterno. La eternidad actuando en medio de la rutina diaria.

Los gobernantes del pueblo sin revelación, los sacerdotes entregados a su rutina no ven lo que ha visto Simeón, un anciano que esperaba la consolación de Israel, y una viuda entregada al ayuno y la oración, que han desembocado en un día único para ella y muchos en Israel. Se presentó en la misma hora cuando Jesús era circuncidado.

Ella que siempre estaba en el templo ese día percibió que algo trascendía a lo habitual. Simeón bendijo al niño, anunció la profecía de Isaías en su oración; y ahora ella misma, una mujer profetisa, sensible al Espíritu de Dios, supo que el niño que apareció allí ―¿cuántos niños no serían circuncidados ese día?― era la redención esperada por muchos en Jerusalén.

Fue tan fuerte su convicción que hablaba del niño a todos los que estaban en su entorno. Muchos se sorprenderían, otros la mirarían con recelo, pero ella era una mujer virtuosa, conocida por estar siempre en el templo, sirviendo a Dios desde que quedó viuda, por tanto, lo que decía tenía peso, y además concordaba con la esperanza de la redención que muchos en Israel esperaban desde tiempo atrás.

Para muchos otros, todo esto pasó desapercibido. Unos porque no estaban en el templo y no supieron lo que allí tuvo lugar; otros porque estaban anegados del día a día, como hoy, y no tenían tiempo para pensar en profecías, ni profetas, y mucho menos en lo que varios ancianos anunciaban con tanta vehemencia.

El texto dice que Ana hablaba a todos los que esperaban la redención en la ciudad de Jerusalén. Piensa. Muchos la esperaban. Redención aquí no solo tiene que ver con algo espiritual, sino con liberación física de sus enemigos, en ese caso el Imperio Romano. Ambos aspectos están presentes en la redención. La Pascua judía celebra un acto de redención física, salieron de la esclavitud de Egipto, y fueron hechos un reino de sacerdotes para servir al Dios vivo y verdadero. Esa esperanza estaba presente en Jerusalén y Ana lo sabía.

         La consolación y redención de Israel es una misma esperanza que muchos tenían en los días cuando nació el Mesías y que aún hoy conservan.  

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