La circuncisión tampoco es suficiente
Pues ciertamente la circuncisión es de valor si tú practicas la ley, pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión (Romanos 2:25 LBLA)
La pertenencia a una comunidad concreta tampoco nos redime. Todos nacemos en un entorno social, cultural y religioso especifico, sin embargo, esa identidad natural no nos hace más o menos aceptos delante de Dios. No es la identidad natural la que nos redime. La salvación es de Dios, no de una nacionalidad concreta. Ciertamente el judío tiene ciertas ventajas porque han recibido la palabra de Dios (Rom. 3:1,2), y en ella tienen la revelación de su voluntad. Pero tener la palabra de Dios no significa cumplirla.
Dios le dio a Abraham la circuncisión como señal del pacto que hizo con él y su descendencia, pero ahora Pablo nos dice que tampoco la circuncisión vale nada si no va acompañada del cumplimiento estricto de la ley. Pues ciertamente la circuncisión es de valor si tú practicas la ley, pero si eres transgresor de la ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión (Rom. 2: 25).
¿De qué sirven unas gotitas de agua al nacer y declarar cristiano al recién nacido, si en el transcurso de su vida no hace la voluntad de Dios? ¿De qué vale nacer en una familia de tradición religiosa, de cualquier denominación, si la persona no ajusta su vida a la revelación de Dios? Sirve en cuánto a los límites y freno al pecado que pone una educación conforme a la ley de Dios, pero si la persona no acepta y pone su corazón en ello de nada le sirve. Es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra; la alabanza del cual no procede de los hombres, sino de Dios (Rom. 2:29).
La circuncisión tampoco redime. Porque ni la circuncisión es nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación (Gá. 6:15). Y esa nueva creación solo se obtiene mediante redención, una redención que tiene como base la obra única y acabada en la cruz del Calvario por Jesús, el Redentor de Israel y las naciones. La ley ha sido nuestro ayo para llevarnos al encuentro con el que nos redime (Gá. 3:24). Es Cristo quién nos redime de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, a fin de que en Cristo, la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe (Gá. 3,14).
No es la circuncisión, ni la ley, ni cualquier tradición religiosa las que pueden redimirnos, sino la fe en el Mesías que obra por amor.