GRATITUD Y ALABANZA (51) – No glorificaron a Dios – Liderazgo maldito (2)

GRATITUD Y ALABANZA - 1No glorificaron a Dios –Liderazgo maldito (2)

Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David… Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-él, y el otro en Dan. Y esto fue causa de pecado (1 Reyes 12:26-30).

Una de las grandes verdades que encontramos en la Biblia es cómo se puede deteriorar rápidamente el ser humano, y especialmente los que ocupan puestos de liderazgo. La necedad del hombre para torcer fácilmente el rumbo de su vida con las repercusiones sobre sus semejantes es evidente. El corazón es engañoso. La soberbia, los temores, la codicia y sobre todas ellas la capacidad innata de hundirse en la idolatría es consustancial al género humano. Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después. Asimismo se hacen manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanecer ocultas (1 Timoteo 5:24,25). Esto fue lo que le ocurrió al incipiente reinado de Jeroboam.

Pues habiendo conocido a Dios y su voluntad, —tras las palabras del profeta Ahías—, no le glorificó como a Dios, ni le dio gracias, sino que se envaneció en sus razonamientos, y su necio corazón fue  entenebrecido (Romanos 1:21). Muchos de los políticos que hacen campañas electorales con promesas que atraen y seducen a muchos votantes, creyendo sus palabras, pronto olvidan el origen de toda autoridad y se comportan como verdaderos necios corrompidos por la codicia del poder. Jeroboam tiene mucho que enseñarnos de cómo se pueden poner los cimientos para llevar a un pueblo en un proceso de deterioro que acabe en ruina.

El llamado «pecado de Jeroboam» se institucionalizó de tal forma; quedó asentado en Israel tan firmemente; que fue imposible reconducir el rumbo al desastre que puso en marcha este rey. Todo comenzó con un razonamiento invadido por el temor a perder el poder. Creyó que si el pueblo seguía asistiendo a la ciudad de Jerusalén, capital del reino del sur, el de Judá, se volverían a la casa de David, perdiendo con ello su dominio. Ese pensamiento original fue confirmado por sus consejeros, que decidieron, —inventaron—, dos lugares de culto, uno en el norte del reino (Dan), y otro en el sur (Bet-el), haciendo dos becerros (el doble del que hizo Israel en el desierto al salir de Egipto), para que no tuvieran que acudir a adorar a Dios en la ciudad que había sido escogida para hacerlo poniendo allí su nombre (Deuteronomio 12:5) (1 Reyes 11:32) (1 Reyes 14:21. Corrompieron el lenguaje dando a estos dos ídolos la misma función del Señor que los había sacado de Egipto.

         La idolatría no se santifica usando mal el nombre del Dios único.

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