Las condiciones del Milenio (I) – Una nueva era ha llegado (1)
No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad (Isaías 43:18,19) Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman (1 Corintios 2:9) Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando… diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que lo visites? (Hebreos 2:5,6)
Una nueva era ha llegado
Los múltiples acontecimientos que hemos venido identificando darán lugar a un nuevo día (2P.1:19). Las tinieblas van desapareciendo, y la luz verdadera ya alumbra (1 Jn.2:8). El evangelio nos permite hoy participar de las primicias de ese día. El poder del reino de Dios ya ha venido en la persona del Mesías, cuando dijo: el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Mr.1:15). El reino de Dios hace su entrada primeramente en los corazones de los hombres arrepentidos que invocan el nombre del Rey y Mesías. Son sellados con las arras del Espíritu como primicias de los poderes del siglo venidero (Heb.6:4,5).
Observa el lenguaje de la Escritura: el presente siglo malo (Gá. 1:4); y, los poderes del siglo venidero (Heb.6:5). Hay un presente siglo, y un siglo venidero por llegar. Podríamos decir: dos dispensaciones, no siete como enseña la Teología Dispensacionalista. Jesús habla de «este tiempo» y «el siglo venidero» (Mr.10:30) (Lc.18:30). El apóstol Pablo enseña que la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera (1 Tim.4:8). Hay promesas para ahora, y otras que tienen que ver con el mundo venidero, es decir, el reino del Mesías. Por ello se llama a los hijos de Dios extranjeros y peregrinos; vivimos de paso a un mundo mejor, donde mora la justicia. No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la que está por venir (Heb.11:13-16).
Esta esperanza la ha sacado a luz la obra redentora de Jesús como paso intermedio a la gloria y reino eterno. Todo nuestro recorrido en esta serie ha puesto de manifiesto que los profetas hablaron de un reino establecido en la ciudad de Jerusalén cuando venga el Mesías para reinar. Y llegado el reino a la tierra (observa que esa fue la oración que Jesús enseñó a los discípulos: «venga tu reino») se establecen nuevas condiciones de vida que la hacen muy distinta, tanto, que es difícil enumerarlas, aunque la Escritura nos da algunos detalles, y a ellos nos dedicaremos las últimas meditaciones que veremos antes de acabar nuestro tema. Ahora mencionaremos brevemente las bodas del Rey.
Las bodas del Rey
Una vez ha venido el Señor nos encontramos en la Escritura con las bodas del Rey. El salmo 45 nos habla del cántico de las bodas del Rey. Un anticipo de la majestad y el trono de su reino el día cuando la reina estará a su diestra y el Rey deseará su hermosura (45:9-11). Todo el libro de Cantar de los Cantares nos habla de la belleza de esta relación entre el rey y su esposa, la sulamita. En el libro de Apocalipsis vemos las bodas del Cordero con su esposa que se ha preparado, y la esposa era la ciudad ataviada. Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que desciende del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios (Apc.21:9-11). En la carta a los Hebreos se dice que los redimidos se han acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial (Heb.12:22).
Israel y la iglesia, −los que forman la esposa−, serán desposados por el Rey en fidelidad para siempre. Como dice el profeta Oseas: En aquel tiempo haré para ti pacto con las bestias del campo [condiciones mesiánicas]… y quitaré de la tierra arco y espada y guerra, y te haré dormir segura [condiciones mesiánicas]. Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a YHVH (Oseas 2:18-23). Y Jesús dijo a los suyos en una parte del discurso final en el evangelio de Juan que no se turbara su corazón, porque iba a la casa del Padre a preparar un lugar para ellos; y volvería otra vez, os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy [en su venida será primero en Jerusalén en el reino anunciado], vosotros también estéis (Jn.14:1-3).
Las recompensas
Cuando el Señor venga traerá con él su recompensa. He aquí que YHVH el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro (Isaías 40:10). Y más adelante el mismo profeta dice: He aquí que YHVH hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con él, y delante de él su obra (Is.62:11). Esta verdad fue enseñada por el Maestro en la parábola de los talentos. A todos dio distintos talentos para que negociaran con ellos. A uno cinco, a otro dos, y a otro uno. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos, recibiendo cada uno la recompensa proporcional al trabajo realizado (Mt.25:14-30). Y el apóstol Pablo lo expone con claridad en su carta a los corintios. Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor. Los que han edificado sobre el buen fundamento, con oro, plata y piedras preciosas, recibirán recompensas; los que lo hacen sobre heno, paja y hojarasca no la recibirán, aunque serán salvos así como por fuego. Las recompensas tienen que ver con la distinta función que tendrán los hijos del reino en el siglo venidero, y posteriormente en la eternidad (1 Co.3:8-15).
El Milenio: mil años sin Satanás
Una de las condiciones claras expresadas sobre el Milenio es el tiempo que durará: Mil años. Algunos lo interpretan de forma alegórica, aunque los textos son claros al respecto. Es el tercer día (si contamos mil años por un día según Sal. 90:4) anunciado por el profeta Oseas. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él (Oseas 6:2,3). Han pasado dos mil años desde su primera venida, y el tercer milenio parece indicar el regreso del Señor. No entro en más valoraciones en este punto. En Apocalipsis 20:1-3 se dice con claridad que el dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, será atado por mil años, y arrojado al abismo, será encerrado para que no engañe más a las naciones, hasta que sean cumplidos los mil años. Luego será desatado de nuevo por un breve tiempo (Apc.20:1-3), para la batalla final que dará entrada a la eternidad (Apc.20:7,8). Recordemos aquí las dos batallas finales de las que habla la Escritura y que no debemos confundir. Una será antes del Milenio, otra después. La primera se menciona en (Ez.38,39) (Is.24:1-23) (Zac.12:2,9 y 14:2-16) y tiene que ver con una coalición de naciones al norte de Israel. La segunda es al final del Milenio y se refiere a las naciones del mundo en general (Gog y Magog Apc.20:7,8). Aquí estamos hablando de la batalla posterior al Milenio.
En cuanto a los que reinarán con Cristo en ese periodo de tiempo está escrito que serán los que no recibieron la marca de la bestia y reinarán con Cristo esos mil años (Apc.20:4). Reinarán con él los que resucitan en la primera resurrección, sobre los cuales la muerte segunda no tendrá dominio (Apc.20:5,6). Esta resurrección ocurre al inicio del Milenio, y sobre los que reinarán con Cristo mil años la muerte ya no tendrá poder sobre ellos. En definitiva. La nueva era que se iniciará con la llegada del Mesías establecerá unas condiciones de vida durante mil años que nunca antes se han visto en la tierra, aunque recuerdan las condiciones anteriores a la caída en pecado. Es el reposo del que habla el autor de la carta a los Hebreos en los capítulos 3 y 4. De esas condiciones veremos más. Seguimos.