189 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos profetas de Israel (LXXVI) – Ezequiel (2)

Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios (Ezequiel 11:19,20)

         Los primeros capítulos del libro de Ezequiel son un verdadero drama en la historia antigua de Israel. El Señor muestra a su enviado los pecados del reino de Judá, lo que hacen en oculto, pensando ingenuamente que no eran vistos, y sus iniquidades pasaban desapercibidas en el cielo. El pueblo del pacto y las promesas había perdido lo esencial de la revelación de Dios. Eran tiempos de decadencia y oscuridad.

La peor constatación de Ezequiel es que la gloria del Señor abandonaba el templo donde había hecho su morada y habitado en medio del pueblo por generaciones. La shekiná del Eterno dejaba la tierra de su heredad. El pueblo y la tierra quedaban sin gloria. Icabod. (1 Sam.4:21). Un proceso decadente había tomado lugar en la historia de Israel, con ciertos periodos de restauración, ahora llegaba el juicio que tanto tiempo había sido anunciado.

En ese contexto histórico nos encontramos con un remanente fiel que no fue contaminados por la apostasía predominante, sino que propusieron  en su corazón, en medio del juicio decretado, mantener sus vidas dentro de la ley de Dios (Dn.1:8). Dios siempre se reserva un puñado de fieles que mantienen el testimonio en la tierra, sean cuales fueren sus circunstancias, y será a través de ellos que el Señor retomará y vivificará el pacto y su propósito.

Ezequiel lo anuncia. Señala hacia un tiempo cuando la dureza del corazón obstinado será cambiada en un nuevo corazón obediente a sus mandamientos. El Espíritu de Dios será derramado sobre ellos, y con Él, la capacitación para «resucitar» la identidad del pueblo del pacto y adorar al único Dios. Será después de un tiempo de cautiverio en Babilonia; pero con un alcance mayor, el cautiverio a todas las naciones que precede al advenimiento del reino mesiánico.

Más adelante (capítulo 36), el profeta Ezequiel ampliará el contenido del nuevo pacto que ahora anticipa en primicia. En estos momentos anuncia que la idolatría, dominante en sus días, sería extirpada de raíz (11:18). La consecuencia de semejante liberación idolátrica es un corazón y un espíritu nuevo para andar en su palabra. Es el mensaje de Pablo a los tesalonicenses: Y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera (1 Tes.1:9,10). El Nuevo Pacto en primicia.

         Cuando la idolatría desaparece la llenura del Espíritu ocupa su lugar.

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