284 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoEventos principales (II) – Desde Sion (3) – Un lugar escogido

Porque YHVH ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí. Éste es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré, porque la he querido… Allí haré retoñar el poder de David… (Salmos 132:13,14,17)

Un lugar escogido por Dios

Sion es el lugar donde se establecerá el trono del reino mesiánico, en Jerusalén, la ciudad del gran Rey. La Escritura no deja lugar a duda. YHVH ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí. Estamos ante la soberana voluntad del Eterno. El Señor es grande y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion… la ciudad del gran Rey (Sal. 48:1,2). Esta verdad incontestable fue confirmada por el mismo Maestro en el Sermón del Monte cuando dijo que no debemos jurar ni por el cielo, ni por la tierra; añadiendo, ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey (Mt.5:33-35).

Sion, −Jerusalén−, es la ciudad del gran Rey. ¿Debemos preguntarnos el motivo por el que sea también en nuestros días la ciudad sobre la que recae el centro de la controversia mundial? ¿Cómo es posible que muchos de los estudiosos de las Escrituras, tan certeros en muchas de sus exposiciones, sean a la vez ciegos para ver los motivos por los cuales Jerusalén es hoy la ciudad más conflictiva del mundo? ¡Es la ciudad del gran Rey! ¡Del Rey que ha de venir! ¡Es el epicentro de donde saldrá el gozo para toda la tierra! El Libertador viene de Sion (Rom.11:26). Debería ser muy fácil comprender por qué es el lugar donde se concentra la mayor resistencia diabólica mundial.

¿Por qué es tan conflictivo que Jerusalén sea considerada la capital de Israel? ¿Por qué el mundo entero se opone a que las embajadas sean trasladadas allí? Hay un gran opositor, encarnado en las Naciones Unidas, e impulsado especialmente por las naciones musulmanas, para impedir el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Sin embargo, la Escritura dice que el Soberano de los reyes de la tierra escogió la tribu de Judá, escogió el monte de Sion porque lo amó; y allí edificó su santuario a manera de eminencia, y volverá a levantarse en días del Mesías que ha de venir, el Rey de Israel (Sal.78:68,69).

Los pensamientos de Dios no son como los pensamientos de los gobernantes de las naciones. Los pensamientos de Dios son más altos. Los caminos del Señor son más elevados que los nuestros; debemos alinearnos con sus pensamientos y caminos para formar parte del plan redentor y no ser opuestos a él (Is.55:8,9).

Desde el primer libro de la Biblia vemos que Dios eligió este lugar especial para poner allí su nombre. Fue allí donde Abraham ofreció a su hijo en sacrificio. Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré (Gn.22:2). Y Abraham obedeció a Dios encaminándose al lugar indicado, el monte Moriah, llamado también el monte Sion, donde más tarde se levantaría el templo, centro de la adoración de Israel (1 Reyes 8:1). Anteriormente se le había anunciado a Moisés cual sería el lugar que YHVH había escogido para poner allí su nombre (Deuteronomio capítulo 12).

Me pregunto ¿cómo es posible que en ciertos sectores evangélicos se enfatice –en algunos casos desmesuradamente− la predestinación, y a la vez se ignore la realidad de que Sion haya sido escogida por el Señor? ¿Por qué en algunos casos somos tan obstinados defendiendo una tesis teológica, y al mismo tiempo oponernos a otras ignorando lo que la misma Escritura deja meridianamente claro?

Sion es la ciudad del gran Rey, escogida por Dios para poner en ella su nombre. Esta verdad es eterna. Dios no cambia. Su palabra permanece. Si resistimos su voz estamos imitando a la generación que salió de Egipto y fue dejada en el desierto. Su incredulidad y endurecimiento de corazón impidieron entrar a la tierra de provisión. De la misma forma la sal puede volverse insípida, sin sabor, desechada como nula en su función vital, si no somos capaces de ponernos a cuenta con Dios. Alinearnos con su voluntad soberana. Orar por la edificación de Sion en nuestros días. Estar al lado de Israel siendo copartícipes del gran conflicto mundial que soportan.

En ese mismo lugar fue levantada la cruz ignominiosa, pero poderosa en Dios, para llevarla y anunciarla con valentía como hijos del reino. Los profetas han hablado de la restauración de Sion. Lo han hecho en nombre de Yeshúa, porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía (Apc.19:10). El Señor es el Dios del espíritu de los profetas (Apc.22:6). Nuestra fe está fundada sobre apóstoles y profetas, siendo Jesús la piedra angular (Ef.2:20).

Uno de los profetas, recogiendo el sentir de Sion –en ocasiones la Escritura usa el término Sion para referirse a todo el pueblo de Israel− que pensaba haber sido olvidada por el Señor, dijo: He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros (Isaías 49:14-16). En el monte alto de Israel será plantado un magnífico cedro, y a su sombra habitarán todas las aves, y sabrán todas las naciones el lugar donde será establecido el reino mesiánico, en la ciudad del gran Rey (Ez.17:22-24).

A pesar de todas las vicisitudes que la historia ha deparado a esta ciudad, está escrito que: Aún rebosarán mis ciudades con la abundancia del bien, y aún consolará YHVH a Sion, y escogerá todavía a Jerusalén (Zac. 1:17).

Aunque Jerusalén cayó en manos del islam en el año 627-628, y fue edificada la mezquita de Omar en el lugar del templo; esa abominación mencionada por Daniel (12:11) (Mt.24:15) será removida en la era mesiánica. Los clérigos salafistas islámicos intuyen el conflicto y por ello emiten toda clase de rumores y alarmas en torno a Jerusalén para tratar de impedir su edificación. Sin embargo, el Dios de Israel ha escogido Sion, la quiere por habitación, es el lugar de su reposo, en ella habitará porque la ha querido, y en ese lugar hará retoñar el poder de su ungido, el Mesías hijo de David. No es un capricho divino, sino el centro de la voluntad de Dios para bendecir a todas las naciones de la tierra como veremos en próximos capítulos.

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