LOS EVANGELIOS – El don inefable
¡Gracias a Dios por su don inefable! (2 Corintios 9:15).
Después del recorrido que hemos hecho en capítulos anteriores sobre algunos de los ejemplos de ingratitud que aparecen en las Escrituras, y ver cómo esa actitud no glorifica a Dios, con las consecuencias evidentes en personas y sociedades, vamos ahora a dar un salto cualitativo en la máxima expresión de la glorificación de Dios que aparece en la revelación escrita, la encontramos en los evangelios. En todos ellos podemos ver la manifestación gloriosa del don inefable. Jesús, —el Mesías—, es la expresión suprema de la gloria de Dios. En su vida en la tierra apreciamos la evidencia más elevada de cómo glorificar al Padre.
El propósito primordial de Jesús fue glorificar a Dios. Lo hizo en todo tiempo. Nunca se apartó de él. Fue tentado de todas las formas posibles para que se apartara del objetivo fundamental de su vida. El diablo le tentó, no solo en el desierto, sino mediante una serie ininterrumpida de otras personas, especialmente del ámbito religioso y político, para tratar de desestabilizarlo, confundirlo y finalmente alejarlo de la voluntad del Padre, haciendo la suya propia y perder así la misión trascendente para toda la humanidad. Al final de sus días en la tierra pudo orar de la siguiente manera: Padre, yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora, pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese (Juan 17:1,4,5).
Jesús se despojó de su propia gloria, haciéndose obediente, —como siervo—, hasta la muerte, realizando la obra que el Padre le había dado para hacer, y con ella glorificar su nombre. Una vez acabada, fue levantado de la muerte y la humillación, para ser glorificado hasta el lugar más elevado a la diestra del Padre. La exaltación vino por la humillación. Como había enseñado a los suyos: el que se humilla será enaltecido. Por otro lado, el Padre nos dio el mejor don que había en el cielo, el don inefable y glorioso.
Jesús es el don de Dios. Su regalo. El don, [la dádiva], de Dios es vida eterna (Rom.6:23 RV20). Dios es Dador. Jesús es dador. Se entregó a sí mismo por nosotros. No hay mayor amor que este, poner la vida por los amigos. Nuestro Maestro anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, el que viene a robar, matar y destruir; pero el amor del Padre se manifiesta en el Hijo, ambos dadores únicos. De tal manera nos amó Dios que dio al Hijo. Su generosidad es ejemplar y contagiosa en los que le aman. Las multitudes vinieron a Jesús y recibieron su bendición, algunos con gratitud, otros solo por el beneficio. Lo vemos en los evangelios, nuestro próximo recorrido. Jesús es el evangelio. El mayor don que nos ha sido dado.
Jesús es el don inefable dado por el Padre a todos los que le reciben.