119 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaSean los loores de Dios en su boca, y una espada de dos filos en su mano, para ejecutar venganza en las naciones, y castigo en los pueblos; para atar a sus reyes con cadenas, y a sus nobles con grillos de hierro; para ejecutar en ellos el juicio decretado: esto es gloria para todos su santos. ¡Aleluya!   (Salmos 149:6-9).

         Este penúltimo salmo es sorprendente. Muestra la colaboración entre el cielo y la tierra para librar las batallas del Señor. Vemos al pueblo de Dios liberando en la tierra la acción determinada por el cielo. La conexión que hay entre la manifestación de una alabanza poderosa de exaltación al Rey, y la derrota de nuestros enemigos. Veamos el proceso. El pueblo del Señor con los loores de Dios en su boca. Una espada de dos filos, (figura de la palabra de Dios), en su mano. Esa combinación ejecuta venganza en las naciones, castigo en los pueblos, tiene autoridad de atar a reyes y autoridades para neutralizarlos. Ejecuta en ellos un juicio que ya ha sido decretado en el ámbito espiritual, en el consejo celestial. El resultado es gloria para todos sus santos. Algunos pueden desequilibrarse con este principio y llevarlo a  extremos delirantes, pero eso no anula la verdad revelada. Una alabanza ruidosa puede ser únicamente manifestación carnal, o puede contener la sustancia y el potencial espiritual para derrotar a los enemigos de la verdad. Lo vemos en los días de Josafat y su batalla contra una coalición de moabitas, amonitas y meunitas (2 Crónicas 20). Lo vimos en los días de la restauración con Nehemías. Los vemos en la cárcel de Filipos donde pusieron a Pablo y Silas, su alabanza causó un terremoto que sacudió los cimientos para quedar libres. La generación del salmista David fue una generación que combinó los loores de Dios en su boca y la espada en su mano. Se levantó un tabernáculo de alabanza continua que nunca después se repitió en la historia. El profeta nos dice que hay un día para levantar el tabernáculo caído de David, reparar sus brechas, levantar sus ruinas y reedificarlo como en el tiempo pasado (Amós 9:11). Son nuestros días.

         Padre glorioso, pon tus loores en nuestra boca, y tu espada en nuestras manos, para liberar tu decreto en Israel y las naciones. Amén.

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