La dureza de corazón resiste al Espíritu
Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros (Hechos 7:51).
El testimonio que estaba dando Esteban, primer mártir de la iglesia primitiva, era tan elocuente que no pudieron resistir a la sabiduría y el Espíritu con el que hablaba a sus compatriotas de Jerusalén. Cuando un hombre o un pueblo están endurecidos en su corazón y oído, no importa que tengan delante a un Esteban lleno del Espíritu y de fe, de sabiduría y gracia, de poder y señales, además de contar con una vida de buena reputación, para que sigan resistiendo la verdad.
El discurso de Esteban estaba siendo magistral; hizo un recorrido histórico-profético de la revelación de Dios a Israel difícilmente superable. Fue largo, bastante largo. La primera parte fue comprendida por la mayoría de los que le escuchaban, pero poco a poco fue entrando en los aspectos más espinosos, no los eludió, penetró en ellos de lleno, con valentía y arrojo, sin temor de los hombres, si no como viendo al Señor en su trono.
Encaró directamente a sus oyentes con un mensaje directo a sus corazones endurecidos, podía percibirlo en sus miradas, sus rostros eran rocosos, pétreos, impenetrables, el armazón que los cubría como un bunker diseñado para resistir hasta las últimas consecuencias.
A pesar de ello, Esteban no se arrugó, sino que los confrontó directamente y disparó el dardo de la verdad al centro de sus corazones: «vosotros sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos». Sin darles lugar a responder —aunque se sentían profundamente ofendidos en su interior, heridos, crujían los dientes contra él acumulando ira que estallaría al término del drama que se estaba desarrollando y encaminando hacia un final trágico, más trágico para los oyentes que para el mismo Esteban— les lanzó otro dardo: «vosotros resistís siempre al Espíritu Santo».
Recuerda que no estaba hablando un fanático o lunático que despreciaba su vida, era un hombre lleno de sabiduría y del Espíritu, de fe, poder y gracia. Pues bien, toda esta manifestación de sabiduría, gracia, fe, poder y llenura del Espíritu Santo, (todo ello unido en un solo hombre), no fue suficiente para romper una dureza tan resistente y predeterminada de antemano. Tal es el poder perverso de un corazón duro, endurecido y resistente al Espíritu de Dios. Por eso está escrito: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.
Nosotros y nuestra generación no somos mejor que los de la sinagoga de los Libertos que acechaban al bueno de Esteban para matarle.
Un corazón endurecido por la religión siempre resiste al Espíritu.