No glorificaron a Dios – Faraón
Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: YHVH el Dios de Israel dice así: Deja a ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto. Y Faraón respondió: ¿Quién es YHVH, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a YHVH, ni tampoco dejaré ir a Israel (Éxodo 5:1,2).
Servir a Dios, darle gracias y glorificarle, siempre encuentra oposición. Primeramente en nuestros propios corazones llenos de soberbia jactándonos de autosuficiencia. Ese fue uno de los grandes obstáculos que encontré en mi propia vida en el proceso que me condujo a la salvación. Hay ataduras que siempre se levantan contra la disposición del espíritu para buscar a Dios y agradecerle por sus beneficios. Las más comunes son la soberbia y la rebelión innata de nuestros corazones incircuncisos que nos conduce a la idolatría. Porque servimos a un señor u otro. Cuando pensamos que nos servimos a nosotros mismos ignoramos el dueño que ya nos posee mediante la hechicería de nuestras pasiones pecaminosas.
El antiguo Egipto en los días de Moisés, figura del sistema de este mundo opuesto al único Hacedor, estaba lleno de ídolos. El mismo faraón se consideraba una divinidad. Por ello, cuando entraron en su presencia Aarón y Moisés con un mensaje de YHVH, el gran YO SOY, su reacción fue inmediata: no le reconozco, tengo mi propio señor, yo mismo soy el señor con mis pléyades de dioses, fue lo que vino a decir Faraón en respuesta al mandato de dejar salir a Israel para adorarle en el desierto. Se estableció así una pugna entre dioses a quien adorar. Faraón estaba reconociendo implícitamente que permitir la salida de Israel para celebrar la fiesta al Señor que se apareció a Moisés en la zarza significaba la aceptación de otra divinidad, un competidor de su dominio, como lo fue para Herodes al saber que había nacido otro rey en Belén.
Los dioses y gobernantes de este mundo siempre se oponen al primer y gran mandamiento: Amarás a Dios con todo… Faraón estuvo dispuesto a dejar salir a Israel pero solo a los varones, dejando los hijos y los animales en Egipto. Pero el mandato era salir con todo para celebrar la fiesta en el desierto, adorar a Dios ofreciéndole sacrificios. El diablo está dispuesto a soltar parte de nuestras vidas reservándose lo esencial para que volvamos a depender de él. Cada uno de nosotros somos siervos de aquel a quien servimos. Servimos a Dios o las riquezas. Servimos al pecado o la justicia. La dureza idólatra del corazón de Faraón es una figura de nuestra propia obstinación mezclando nuestro servicio a Dios. Debemos salir de Egipto, figura de Babilonia y el sistema mundano, para entrar en el desierto que nos conduce a Jerusalén y la verdadera adoración al Dios único.
La redención nos liberta de los ídolos para adorar a Dios en libertad.