HOMBRES IMPÍOS – Corrompidos e incrédulos
Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas (Tito 1:15,16)
La carta que Pablo le escribió a Tito tiene un propósito bien definido. Por un lado corregir lo deficiente, por otro establecer ancianos, y al hacerlo, deben ser hombres de buen testimonio, irreprensibles, un modelo para los creyentes y que puedan combatir el engaño que ya estaba extendido entre muchos que predicaban pero no vivían según las enseñanzas recibidas del mismo Señor y el mensaje del apóstol Pablo. Por eso enfatiza la necesidad de las buenas obras de quienes han creído. Palabra fiel es ésta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres (3:8).
Este fundamento era indispensable porque había muchos contumaces, habladores de vanidades, engañadores que enseñaban por ganancia deshonesta lo que no conviene. A estos había que taparles la boca y no darles ocasión de juzgar con argumentos verdaderos a quienes decían amar la doctrina del evangelio. Acusaban a los creyentes de ser mentirosos, malas bestias y glotones ociosos, y lo peor de todo, este testimonio era verdadero, por tanto, Tito debía reprenderlos duramente para que fueran sanos en la fe. Todo ello nos indica que desde el principio el evangelio se abrió camino en medio de hombres con apariencia de piedad y falsos hermanos. Entre ellos había personas reprobadas, —que no superaban la prueba—, como lo vimos en un capítulo anterior.
Ahora el apóstol pone el acento sobre los que están corrompidos y son incrédulos, resisten la verdad y la contaminan, su naturaleza no ha sido regenerada, por tanto, todo lo que hacen lo corrompen. Los puros encuentran la manera de sanar y limpiar lo que hacen y viven, mientras que para las personas corrompidas en su interior cualquier cosa que hagan la contaminan con sus pensamientos y palabras sucias. Solo piensan en lo terrenal. No disciernen las cosas del Espíritu. Sus palabras delatan lo que hay en sus corazones. Tienen la mente y la conciencia corrompida. Una y otra vez se les enseña la verdad, se les corrige con amor y paciencia pero regresan a revolcarse en el cieno. Son verdadero lastre para las congregaciones, por eso el liderazgo, además de ser ejemplar, debe saber gestionarlo correctamente, de lo contrario acabarán contaminando al resto de la congregación como la levadura.
Los corrompidos e incrédulos no han sido regenerados aunque asistan a las congregaciones, y son un lastre para el avance del reino de Dios.