He clamado con todo mi corazón; ¡respóndeme, Señor!… A ti clamé; sálvame… Me anticipo al alba y clamo; en tus palabras espero… Oye mi voz conforme a tu misericordia; vivifícame, oh Señor, conforme a tus ordenanzas (Salmos 119:145-149).
Hay una condición previa en las Escrituras para recibir la ayuda oportuna. Esa condición es clamar a Dios, rogar, pedir, buscar, llamar. Esta verdad aparece por toda la Biblia. Clama a mí, y yo te responderé. Lo sabemos intelectualmente, pero nuestra práctica nos delata. En realidad no lo creemos firmemente. Si tuviéramos claro que clamar a Dios es una condición previa para su respuesta, pondríamos el corazón en ello, y no sería solamente un ritual mecánico y sin vida. Nuestro hombre lo ha hecho, por tanto, está en disposición de esperar una respuesta del Señor. Pide ser respondido, salvado. Espera en sus palabras. Insiste: oye mi voz… vivifícame. Y lo hace anclado en lo que ha salido de la boca de Dios, sus promesas, sus ordenanzas. El salmista ora a Dios esperando respuesta. No concibe clamar con todo el corazón y no recibir respuesta del Señor. Ha decidido perseverar en oración. En ocasiones hay resistencia a nuestro clamor, no de Dios, sino del adversario, el que se opone, el que viene a robar. Otras veces es nuestra propia debilidad interior, un carácter indolente, inconstante. En el primer caso hay que resistir con perseverancia en oración, firmes en su palabra, hasta que la resistencia se debilita y cede. Someteos a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros. En el segundo, necesitamos orar para que nos conceda, conforme a las riquezas de su gloria, ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior…” (Efesios 3:16).
Padre, ayúdanos a perseverar en oración, vencer toda resistencia, y alcanzar el día de liberación, en el nombre de Jesús. Amén.