Eventos principales (I) – El Rey que viene (4) – Anunciado por los profetas de Israel
He aquí vienen días, dice YHVH, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y éste será su nombre con el cual le llamarán: YHVH, justicia nuestra (Jeremías 23:5,6)
Anunciado por los profetas de Israel
Jesús dijo que las Escrituras dan testimonio de él (Jn.5:39). Se estaba refiriendo a la ley de Moisés, los profetas y los Salmos (Lc.24:27,44). Esas Escrituras se cumplen necesariamente, no solo en su primera venida, sino también en la llegada del Rey que estamos esperando. Era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos (Lc.24:44). Esas mismas Escrituras, junto con los evangelios y las cartas apostólicas, revelan una diversidad multifacética de su Persona y obra a través de sus nombres. Toda ella manifiesta la revelación de Jesucristo (Ap.1:1).
Hagamos un recorrido sintético de la amplia manifestación del Rey que viene. Se le llama Señor, Hijo de Dios, el Cordero de Dios, el Logos (la palabra encarnada), Hijo del Altísimo, Salvador, el Mesías (Cristo), el Santo de Dios, Maestro, el Nazareno, Rey de los judíos, la Piedra angular, el Unigénito del Padre, el Rey de Israel, la Cabeza de la iglesia, el novio, el esposo, Yo soy (el pan de vida, la luz del mundo, es de arriba, la puerta, el buen pastor, el camino, la verdad y la vida, la resurrección, la vid verdadera), el Salvador del mundo, el Santo de Dios, profeta, el hijo de David, el Alfa y la Omega, el León de la tribu de Judá, el Todopoderoso, Rey de reyes y Señor de señores, la raíz de David, Rey de los santos, Fiel y Verdadero, el Verbo de Dios, la estrella resplandeciente de la mañana, el Siervo de YHVH, el Rey que ha de venir y a quien esperamos.
Además es nuestro Sumo sacerdote, intercesor y mediador. Los tres ministerios predominantes de profeta, sacerdote y rey recaen sobre él. Es el Juez. Quien da a conocer a Dios (Jn.1:18). Y es a través de él que Dios nos ha hablado en los postreros días (Heb.1:1-4). Es superior al día de reposo (Mt.12:8); mas grande que el templo (Mt.12:6); mayor que Salomón y todos los reyes (Mt.12:42); mayor que Jonás y todos los profetas (Mt.12:41); mayor que Moisés (Heb.3:3). En el habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col.2:9), y estamos completos en él (Col.2:10), porque él es la plenitud de Dios (Jn.1:16) (Ef.4:13). Es el resplandor de la gloria de Dios, quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, que efectuó la purificación de nuestros pecados, y se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Heb.1:3). Tal es el rey que esperamos, y las Escrituras lo manifiestan amplísimamente. Él mismo dijo a los judíos: antes que Abraham fuese, yo soy (Jn.8:58).
A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Su identidad sigue siendo piedra de tropiezo. En cierta ocasión le preguntó a los suyos qué decía la gente de él, las respuestas fueron variadas: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas. El apóstol Pedro, por revelación del Padre, respondió, Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
Muchos han distorsionado su identidad, algunos pretenden suplantarla, como el mismo Señor anunció: se levantarán muchos diciendo yo soy el Cristo, y a muchos engañarán. Se le ha disfrazado de gentil, de hippy, de líder de una religión, pero su identidad natural es judía, de la tribu de Judá, y su pueblo es Israel, el pueblo de las promesas.
También es Cabeza de la iglesia universal, de todas las congregaciones extendidas entre las naciones que reconocen su nombre y su obra. Este mismo Jesús (Yeshúa), que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo (Hch.1:11). Es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo (Hch.3:21,22).
Por ello tenemos la palabra profética más segura, a la que debemos estar bien atentos como a una antorcha que alumbra en los días oscuros que vivimos, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana aparezca en nuestros corazones (2 Pedro 1:19-21). Y así podríamos seguir deleitándonos en la meditación de todas las Escrituras que dan testimonio de él; poniendo de manifiesto la redención, su reino venidero y el reino eterno.