272 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoConsideraciones finales (3) – La esperanza

Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Romanos 5:5)

Llegó el tiempo de la manifestación del Mesías. Muchos en Israel lo esperaban. La esperanza mesiánica es parte esencial de la historia del pueblo elegido. Llegado el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer judía, bajo la ley dada a Moisés, para redimir a judíos y gentiles. La esperanza anidaba en Israel, y de allí a todas las naciones.

La adopción de hijos, la herencia, promesa, y pactos, se abrieron paso en el tiempo cuando nació Jesús en el vientre sellado por el Espíritu Santo para ser Salvador y Rey. La esperanza que contiene la Escritura, esperanza en sentido amplio y único, no solo tiene que ver con el cielo, sino también con la tierra. Y esta esperanza no avergüenza.

María la abrazó al recibir el mensaje del ángel, habiéndosele dicho que el Señor Dios le dará el trono de David su padre. Zacarías, padre de Juan el Bautista, profetizó de un poderoso Salvador en la casa de David su siervo. Simeón esperaba la consolación de Israel y vio nacer al Ungido del Señor, título mesiánico ampliamente anunciado por los profetas en sus dos venidas a la tierra.

Ana, profetisa, que servía día y noche en el templo con ayunos y oraciones, hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén. La ciudad de Jerusalén fue testigo de la entrada triunfal del Mesías y muchos de sus habitantes pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. En sus calles se oyó decir: ¡Bendito el rey que viene!

Uno de los malhechores que fue crucificado al lado de Jesús tuvo una revelación directa pocos instantes antes de morir, haciendo la oración que recogen los evangelios: Acuérdate de mí cuando vengas  en tu reino. José de Arimatea, miembro del concilio, también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos. Los mismos apóstoles que le habían oído hablar del reino en tantas ocasiones, poco antes que Yeshúa ascendiera al cielo, le preguntaron con mucha lógica profética: ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

Saulo de Tarso, transformado en el apóstol Pablo, padeció en múltiples ocasiones por la esperanza de Israel. La esperanza no avergüenza. Y esa esperanza está ampliamente revelada en los profetas y el resto de la Escritura. Esperanza de un reino de justicia y paz en la tierra, desde Jerusalén y para todas las naciones. Es la esperanza que contiene el evangelio. Una esperanza mesiánica-terrenal, junto con la esperanza eterna y celestial.

         La esperanza del evangelio contiene todo el consejo de Dios en sus diversas expresiones: un reino de justicia en la tierra y celestial para siempre.

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