Paseaban en el huerto al fresco del día
Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día… (Génesis 3:8).
Esta breve reseña parece indicar lo que pudiera haber sido una costumbre en la comunión entre Dios y el hombre durante el tiempo anterior a la caída en pecado. Dice que Dios se paseaba en el huerto, lo que viene a significar que lo hacía con un cuerpo semejante al de Adán. En la Biblia de Jerusalén se traduce así: «Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa».
Dios andaba en comunión y amistad con el hombre. Le haría partícipe de múltiples consejos para poder cumplir con éxito su cometido en el mundo natural puesto bajo su cuidado. Hablaría con él cara a cara, como hizo tiempo después con Moisés (Éxodo 33:11), y que más tarde fue imposible sin que el hombre pudiera resistir la presencia de Dios sin morir (Génesis 32:30).
Dios había creado un ser libre, con voluntad propia para compartir con él en una dimensión tal vez mayor que con los ángeles. El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Recibió el aliento de vida de Dios, de su propia naturaleza. Dios es Espíritu e hizo copartícipe al ser humano de la dimensión espiritual. Esa comunión con Dios se producía en dos dimensiones que parece podrían estar íntimamente ligadas: una física, −en el mundo terrenal−, y otra espiritual, en la medida que participaban de la misma naturaleza.
Esto me hace pensar en la cercanía que establece el Mesías en su enseñanza sobre la oración del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo». «Cuando ores, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que está en secreto te recompensará en público». Cielo y tierra unidos por la oración. Ambos están más cerca de lo que pensamos. La oración nos devuelve esa comunión de la que Adán disfrutaba en el huerto del Edén, a la caída de la tarde, en el momento de la brisa; ahora la disfrutamos por fe –sin fe es imposible agradar a Dios− una vez devuelta la comunión perdida por el pecado en el sacrificio del Hijo. Jesús nos ha dado entrada al trono de la gracia a través de un camino nuevo y vivo por medio de su sangre.
Pero esa tarde algo había pasado que rompió la amistad e introdujo el temor y la vergüenza, hizo al hombre esconderse de la presencia de Dios. Una gran sima se había levantado transformando el devenir de la historia del hombre en unos parámetros nuevos. Lo que había sido relación cercana y amistosa dio paso a una separación que alteraría toda la creación.
Dios creó al hombre para tener comunión con él, para alabanza de la gloria de su gracia (Efesios 1:6).