Señor, todo mi anhelo está delante de ti, y mi suspiro no te es oculto (Salmos 38:9).
¡Cuántos anhelos y suspiros hay en el corazón del hombre! Podríamos decir que el anhelo es el deseo de nuestra voluntad, y el suspiro la necesidad de conseguirlo. El hijo de Dios trae ambos delante del Señor y su Trono. Sabe que no pasan desapercibidos para Dios, sino que están delante de Él y no le son ocultos. El apóstol Pablo tenía un anhelo y una oración: Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación (Romanos 10:1). También era llevar el evangelio a las naciones gentiles, entre ellas España (Romanos 15:24,28). El Espíritu Santo quiere hacernos copartícipes de ese mismo anhelo y suspiro ante Dios por Israel, por España y todas las naciones para salvación. Jesús vino a las ovejas perdidas de la casa Israel, y envió a los suyos a todas las naciones a hacer discípulos. Haya, pues, en nosotros ese mismo sentir que hubo en Cristo Jesús.
Padre, envía obreros a tu mies con un anhelo de salvación por Israel, y con un suspiro por España y las naciones, en nombre de Jesús. Amén.