La diversidad procede de Dios mismo
Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos… Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó… Ahora bien, vosotros sois el cuerpo del Mesías, y cada uno individualmente un miembro de él (1 Corintios 12:14,18,27).
La diversidad no es para combatirla si no para aceptarla. Toda la creación de Dios revela esta verdad. También en el cuerpo del Mesías. La tendencia de los regímenes totalitarios procedentes de Babilonia buscan la uniformidad, el dominio y gobierno piramidal imponiendo el pensamiento único, un gobierno mundial. Jesús dijo: «No será así entre vosotros, sino que el que quiera ser el mayor que sea como el que sirve». Aquella es la doctrina de los nicolaítas, la cual el Señor aborrece (Apc.2:6,15). Era la forma de gobierno de Diótrefes (3 Jn.9,10), a quién le gustaba ser el primero, que prohibía y expulsaba de la iglesia a los hermanos que no se sujetaban a su autoritarismo.
Los creyentes forman un cuerpo con diferentes dones y funciones dados por Dios mismo para la edificación de los demás. No ha elevado a unos por encima de otros, tampoco ha dado una cabeza visible en la tierra para ser su representante. Hay funciones y manifestaciones del Espíritu a través de muchos miembros. Ningún miembro puede elevarse por encima de los demás. Cuando un hermano con su don está en el ejercicio de sus funciones los demás miembros se le sujetan, no por imposición, si no por la aceptación de la verdad del cuerpo enseñada por Pablo. Dar una categoría especial a unos sobre otros es no discernir el cuerpo. Hacer acepción de personas nunca ha sido la voluntad de Dios.
El Señor es soberano para escoger y enviar a unos u otros, darles el equipo necesario para llevar a cabo su llamamiento, como lo hizo con Pablo y Bernabé en aquella reunión de ministración en la congregación de Antioquia. La relevancia procede de Dios y debe ser reconocida y aceptada, no para hacer diferencias de valoración, si no para reconocer el cuerpo en la diversidad soberana de Dios. Saber lo que cada uno es y lo que no es nos evitará siempre ser motivo de conflicto para nosotros mismos y para otros. Por tanto, la uniformidad (tener todos una misma forma) no es el propósito de Dios; tampoco hacer todos una misma cosa; más bien formamos parte de la gloriosa diversidad del cuerpo de Cristo; en él sí tomamos todos una misma forma, la forma de la plenitud compuesta de cada una de las partes y medidas recibidas del don de Cristo (Ef.4:7).
Somos un cuerpo con muchos miembros colocados cada uno en él como a Dios le agradó. Aceptación y reconocimiento debe ser la norma.