Un altar de gratitud (1)
Dijo Dios a Jacob: Levántate y sube a Bet-él, y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que te apareció cuando huías de tu hermano Esaú… subamos a Bet-el; y haré allí un altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia, y ha estado conmigo en el camino que he andado… Y llegó a Luz, que está en tierra de Canaán (ésta es Bet-el), él y todo el pueblo que con él estaba. Y edificó allí un altar, y llamó al lugar El-bet-el, porque allí le había aparecido Dios, cuando huía de su hermano (Génesis 35:1-7)
Este tema sobre la gratitud comenzó a tomar forma en mi interior un domingo del año 2017 cuando me disponía a salir de casa para ir a buscar el coche y esperar a mi familia para congregarnos con los hermanos en el culto dominical. Al bajar las escaleras resbalé y caí hacía atrás, de tal forma que pude apreciar lo cerca que estuve de lesionarme la columna vertebral. La esquina de uno de los escalones quedó a milésimas de golpear mi espalda, lo que pudo haber desencadenado una lesión seguramente grave. Instantáneamente fui consciente de las posibles consecuencias de aquella caída, por lo que nada más levantarme elevé una oración de gratitud al Señor por haberme librado en aquella hora. Esa experiencia permaneció en mi conciencia durante toda la mañana, de tal forma que comenzaron a fluir en mi mente textos bíblicos que hablan de la gratitud. Fui anotándolos en hojas sueltas y decidí comprar una nueva Biblia para estudiar y colorear todos los textos que nos enseñan sobre gratitud y alabanza. Así comenzó este estudio que ahora, varios años después, he podido comenzar a desarrollar y escribir.
Hay experiencias que nos marcan y reorientan nuestras vidas. La del patriarca Jacob es una de ellas. Huyendo de su hermano Esaú levantó un altar al Dios que se le había aparecido al salir de la casa de sus padres. Ahora, después de más de veinte años, regresaba al mismo lugar, teniendo miedo de reencontrarse con su hermano, pero el Señor le libró de sus temores, y una vez más levantó un altar en el mismo lugar donde se le había aparecido en el inicio de su andadura. Ese altar vino a ser un lugar de adoración, alabanza, invocación y gratitud. Es hacer memoria recordando la bendición del Hacedor en su vida.
Para mí, —y espero que también para todos vosotros—, el recorrido por las páginas de estas meditaciones será un altar de gratitud elevando al Dios de toda gracia nuestro sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre (Hebreos 13:15). Como piedras vivas y casa espiritual, ofrezcamos sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2:5).
Paremos un momento nuestra vorágine cotidiana y elevemos a Dios nuestra ofrenda de gratitud y alabanza invocando su nombre.