LOS EVANGELIOS – Los milagros glorifican a Dios (5)
Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios (Lucas 18:43).
Jesús sube a Jerusalén. Está determinado (Lc. 9:51 LBLA) a entrar en la ciudad de David aunque sabe que allí será entregado en manos de inicuos. Pero no está deprimido por lo que espera llegado el momento, sino que sigue haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo. Como dice el apóstol: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres (Ef.4:8). Ahora sube a Jerusalén, habiendo salido de Jericó, acompañado de una multitud (Mr.10:46 RV20). La gente se aprieta a su alrededor. Aún no está solo. Vive muy bien acompañado, aunque llegaría el momento cuando todos le dejarían, sin embargo, les dijo: no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Jn.16:32).
Pues bien, al salir de Jericó, sí había un hombre realmente solo. Es ciego y está mendigando junto al camino. Una vida con poco valor en la sociedad de aquel tiempo. Pero Bartimeo, aunque ciego, no estaba sordo, y oyó a la multitud decir que el que se acercaba era Jesús nazareno. Ya había oído antes de sus obras por lo que pensó aprovechar la oportunidad que se le presentaba. Comenzó a dar voces, pero no voces desaforadas que trastornan la paz, sino emitió un clamor que traspasó el ruido de las multitudes. ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Yo también cuento a pesar de mi estado actual, podía haber pensado. Sabía que el Mesías era hijo de David, y que andaba haciendo el bien, sanando a los oprimidos por el diablo. Las gentes lo reprendían para que se callase, pero él clamaba mucho más. Estaba determinado a no dejar pasar la ocasión.
Fe y determinación se combinaron para abrir un instante divino en la vida de aquel hombre. Y cuando ambas están presentes el temor de los hombres y la vergüenza paralizante son neutralizadas. El gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces rompió la resistencia humana y obtuvo la atención del Maestro. Jesús se detuvo y mandó llamarle. Obtenida la atención del Ungido las multitudes cambian de actitud y le animan a acercarse aunque antes le mandaron callar y no estorbar. Así somos. Bartimeo arrojó su capa, y con ella toda una cosmovisión de vida, un status del que se despojó con determinación; y levantándose vino a Jesús. El Maestro le pregunta qué quiere, para que definiera su fe, y obtenida una respuesta clara y firme, «que recobre la vista», enseguida la recuperó y seguía a Jesús glorificando a Dios. Y no solamente Bartimeo glorificó a Dios, sino todo el pueblo dio honra y alabanza al Dador y Hacedor de todos los beneficios. Todo ello caminando hacia Jerusalén.
Cuando los ojos se abren Dios es glorificado y predomina la gratitud.