LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (5)
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios 6:20).
La fe cristiana está fundamentada sobre los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Jesús mismo. Nuestro fundamento es sólido y firme, lo encontramos en toda la Escritura, que es inspirada por Dios y útil para enseñar, corregir, instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios esté preparado para realizar toda buena obra. A la vez, la historia del cristianismo está llena de una sucesión de falsas enseñanzas. Por tanto, debemos aprender pronto a entresacar lo precioso de lo vil; separar el grano de la paja y discernir lo que oímos, porque no es de todos la fe, sino que hay hombres perversos y malos que se infiltran en la comunión de los justos para desestabilizar y trastornar la fe de muchos.
Una de las enseñanzas que más se ha filtrado en el evangelio es la que pretende separar la materia del espíritu, haciendo diferencia entre el cuerpo físico y la vida espiritual. Como si ambos se excluyeran y caminaran por distinto rumbo, enfatizando la espiritualización de algunas verdades como si nada tuvieran que ver con la vida interior del corazón. Es lo que conocemos en la historia como gnosticismo.
Las Escrituras ponen de manifiesto que Dios es Espíritu, pero a la vez es al creador de la materia. El hombre fue formado del polvo de la tierra y Dios sopló en él aliento de vida para convertirse en un alma viviente. Por ello, todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo forman una unidad que en su conjunto debe glorificar a Dios. Nuestra adoración al Señor no es solo para el domingo por la mañana, sino para vivir como un sacrificio vivo, santo y agradable a Él, habiendo ofrecido nuestros cuerpos no conformándonos al esquema de este siglo, sino renovándonos para comprender cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom.12:1,2).
Nuestra manera de vestir glorifica tanto a Dios como nuestro culto de alabanza en la congregación. Más aún, el cuerpo debe armonizar en modestia, humildad y adoración con nuestro espíritu en una rendición completa que glorifique al Señor que nos compró como propiedad suya. Debemos, dice el apóstol en otro lugar, limpiarnos de todo tipo de contaminación, de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Co.7:1). Una vida rendida en adoración y gratitud no escatima su entrega en ninguna parte del ser. Vive para agradar a aquel que lo tomó por soldado, por tanto, no se enreda en los negocios de la vida que deshonran su buen nombre. En un mundo relativista, sin pudor, ni modestia, es fácil quedar atrapados por las redes del conformismo que nos hunden fácilmente en la permisividad que nunca glorifica a Dios.
Debemos honrar y glorificar a Dios con todo nuestro ser completo.