La esperanza de Israel – Ana
Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel […] y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Ésta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:36-38)
Estamos visitando el templo de Jerusalén en el siglo I. En medio de la actividad religiosa habitual, con las multitudes ignorando los sucesos que están teniendo lugar en medio de ellos, nos encontramos con algunas personas, escogidas por Dios, para dejar su testimonio eterno. La eternidad actuando en medio de la rutina diaria. Los gobernantes del pueblo sin revelación, los sacerdotes entregados a su quehacer cotidiano no perciben lo que ha visto Simeón, un anciano que esperaba la consolación de Israel, y una viuda entregada al ayuno y la oración, que han desembocado en un día único para ella y muchos más en Israel. Se presentó en la misma hora cuando Jesús era circuncidado. Ella, que siempre estaba en el templo, ese día discernió que algo trascendía a lo habitual.
Simeón bendijo al niño, anunció la profecía de Isaías en su oración; y ahora Ana, una mujer profetisa, sensible al Espíritu de Dios, supo que el niño que apareció en el templo ― ¿cuántos niños no serían circuncidados ese día?― era el redentor esperado por muchos en Jerusalén. Fue tan fuerte su convicción que hablaba del niño a todos los que estaban en su entorno. Muchos se sorprenderían, otros la mirarían con recelo, pero ella era una mujer virtuosa, conocida por estar siempre en el templo, sirviendo a Dios desde que quedó viuda, por tanto, lo que anunciaba tenía la fuerza de la verdad, y que concordaba con la esperanza de la redención que muchos en Israel esperaban desde tiempo atrás. Para muchos otros, todo esto pasó desapercibido. Unos porque no estaban en el templo y no supieron lo que allí tuvo lugar; otros porque anegados del día a día, —como hoy—, no tenían tiempo para pensar en profecías, ni profetas, y mucho menos en lo que varios ancianos anunciaban con tanta vehemencia.
El texto dice que Ana hablaba a todos los que esperaban la redención en la ciudad de Jerusalén. Piensa. Muchos la esperaban. Redención aquí no solo tiene que ver con la dimensión espiritual, sino con liberación física de sus enemigos, en ese caso el Imperio Romano. Ambos aspectos están presentes en la redención. La Pascua judía celebra un acto de redención física, salieron de la esclavitud de Egipto, siendo hechos un reino de sacerdotes para servir al Dios vivo y verdadero. Esa esperanza estaba presente en Jerusalén y Ana lo sabía.
La consolación y redención de Israel es una misma esperanza que muchos tenían en los días cuando nació el Mesías y que aún hoy conservan.