El Mesías recibido – Completo

El Mesías recibido - 2El Mesías recibido 

Hola a todos.

Os envío el escrito completo: El Mesías recibido.

Un saludo cordial

VIRGILIO ZABALLOS – España

 

El Mesías Recibido

                              Índice:

  1. El Mesías recibido (1)
  2. El Mesías recibido (2)
  3. El Mesías recibido (3)
  4. El Mesías recibido (4)
  5. El Mesías recibido (5)
  6. El Mesías recibido (6)
  7. El Mesías recibido (7)
  8. El Mesías recibido (8)
  9. El Mesías recibido (9)
  10. El Mesías recibido (10)
  11. El Mesías recibido (11)
  12. El Mesías recibido (12)
  13. El Mesías recibido (13)
  14. El Mesías recibido (14)
  15. El Mesías recibido (15)
  16. El Mesías recibido (16)
  17. El Mesías recibido (17)
  18. El Mesías recibido (18)

 

El Mesías recibido (1)

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios     (Juan 1:10-12)

Antes de terminar este breve recorrido por los evangelios donde se constata la mentalidad hebrea acerca del reino mesiánico venidero que tenían los judíos en el siglo I, quiero detenerme por un tiempo en uno de los textos más maltratados y usados contra Israel a lo largo de la historia de la iglesia cristiana. Me refiero al texto del evangelio de Juan sobre el rechazo del Mesías que llevaron a cabo los judíos. No voy a contradecir al apóstol en su escrito, lo que haré será contextualizar su contenido. A menudo este texto es el punto final para afirmar y acusar al pueblo de Israel de su rechazo al Mesías cargando sobre ellos una culpa que ha tenido trágicas consecuencias a lo largo de la historia. He titulado esta sección «el Mesías recibido» para hacer un recorrido por los evangelios de Lucas y Juan sobre un hecho innegable: Las multitudes siguieron a Jesús; muchos creyeron en él; por tanto, no fue rechazado por el pueblo de Israel; al contrario, fueron los judíos a quienes fue enviada la promesa de su advenimiento en cumplimiento de las profecías. ¿Entonces Juan estaba equivocado? Veamos algunas cosas que debemos tener en cuenta. En primer lugar la distinción necesaria que recogen ampliamente los evangelios entre el pueblo y las autoridades, los llamados edificadores (Mt.21:42). Curiosamente el énfasis se ha puesto en la expresión: y los suyos no le recibieron, obviando que en dos ocasiones se habla de lo suyo, en referencia a la viña del Señor, Israel; y los suyos, Israel mismo, el pueblo de Dios. Israel es propiedad de Dios, su heredad (Jer.12:10) (Joel 3:2). Es su primogénito (Ex.4:22). La niña de sus ojos (Zac. 2:8). Israel es la elección de Dios. Por tanto, en ningún caso debemos entender de este texto de Juan que Dios rechazara a su pueblo. Ni siquiera que el pueblo rechazara a su Dios, como veremos ampliamente en próximas meditaciones. Estamos ante un misterio, el misterio del endurecimiento parcial de Israel (Rom.11:25), hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Hemos olvidado que un día todo Israel será salvo (Rom.11:26). Gran parte de la iglesia ha caído en arrogancia al enfatizar nuestro recibimiento, «a todos los que le recibieron», y el rechazo falaz de Israel, sin entender el misterio de su endurecimiento parcial que ha traído salvación a todas las naciones.

         Hay palabras como golpes de espada (Pr.12:18). El texto de Juan es una de ellas que hemos usado con arrogancia contra Israel sin entender el misterio.

El Mesías recibido (2)

Y el hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos… para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto (Lucas 1:16,17)

Iniciamos aquí un breve recorrido por los evangelios de Lucas y Juan para demostrar ampliamente que es falaz el argumento de que Israel rechazó al Mesías en su venida. Argumento que se ha utilizado como arma arrojadiza contra el pueblo de los pactos y las promesas. Existe en el mundo cristiano evangélico un énfasis desmedido de muchos predicadores, evangelistas y pastores en el texto de Juan 1:13 donde el autor expresa: a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, golpeando sobre Israel su rechazo para llamar a las masas a recibirlo escapando del juicio y maldición que cayó sobre los judíos por negar al Mesías. De esta forma se ha levantado una arrogancia espiritual por el hecho de recibirlo, en comparación con los hebreos que ingratamente lo rechazaron. Esta comparación pone un falso fundamento sobre quienes reciben el mensaje del evangelio y la premisa del contraste: nosotros, cristianos, buenos y benditos por nuestro recibimiento; ellos, judíos, ingratos y malditos porque le rechazaron. Sin darnos cuenta, o no, levantamos una barrera de orgullo que impide la esencia del evangelio que es la humildad. Haya, pues, en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo. Para comprobar que el mencionado argumento es contrario a las Escrituras me he propuesto hacer un recorrido por dos de los evangelios que muestran claramente que no fue así. Que debemos diferenciar al pueblo de sus autoridades. Que el pueblo le seguía y creyó en Jesús mayoritariamente, aunque luego vino un proceso de separación posterior, siempre a partir del siglo II, y como consecuencia de un  liderazgo mayoritariamente de origen gentil y otros factores que llevaron a una separación de la sinagoga y la iglesia, pero en el principio no fue así. Israel esperaba a su Mesías. Israel recibió a su Mesías. Las multitudes iban tras él (como toda multitud con diversidad de intereses); y el Señor envió a Juan el Bautista con el fin de que muchos en Israel se convirtieran al Señor, y preparara un pueblo bien dispuesto hacia él. Todo ello respondía a un plan debidamente orquestado por el Dios de Israel y anunciado por el profeta Isaías (40:3). Muchos se convertirían de sus malos caminos. El corazón de muchos de ellos sería devuelto de la rebelión a la prudencia de los justos, y habría una reconciliación entre padres e hijos, como anunció Malaquías (4:5,6). Por tanto, a los suyos vino, y muchos de ellos se convirtieron al Señor.

         Muchos en Israel se convirtieron al Señor como resultado de la predicación de Juan el Bautista, siendo preparado un pueblo bien dispuesto.

El Mesías recibido (3)

Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador… sin temor le serviremos… porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados… (Lucas 1:67,74,76,77)

Zacarías, padre de Juan Bautista, profetizó acerca de un poderoso Salvador que el Dios de Israel levantaría para visitar a su pueblo y redimirlo. Aseguró que le servirían sin temor, y que su hijo Juan iría delante de la presencia del Señor para preparar sus caminos, dar conocimiento de salvación a su pueblo Israel, y obtener el perdón de sus pecados. Todo ello está recogido en el testimonio del evangelio de Lucas. Me pregunto por qué la iglesia ha olvidado a lo largo de su historia estas verdades escritas. Los pastores de la región de Judea, ocupados en sus tareas habituales guardando el rebaño en las vigilias de la noche, recibieron la visita de un ángel del Señor que los rodeó de su resplandor, dándoles este mensaje: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo; que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor (Lc.2:8-11). Un Salvador anunciado a Israel. Para todo el pueblo. Nuevas de gran gozo. Ha nacido. Ha llegado el esperado y Deseado de todas las naciones (Hageo 2:7). Los pastores creyeron el mensaje del ángel y fueron a Belén para ver lo sucedido, y que el Señor les había anunciado. Fueron apresuradamente, −tal era su expectativa de fe−, y hallaron a María, José y el niño acostado en el pesebre. Al verlo, creyeron, y dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que lo oyeron también lo creyeron y se maravillaron de lo que los pastores decían. Luego volvieron glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho (2:15-20). Los pastores creyeron el anuncio del nacimiento del Mesías. Lo proclamaron sin temor alguno. El pueblo tuvo testimonio de su llegada y creyeron muchos de cuántos oyeron el mensaje. Todos ellos eran judíos piadosos, y temerosos de Dios que esperaban el cumplimiento de las profecías. Luego, como hemos visto en anteriores meditaciones, Simeón y Ana dieron gracias a Dios porque habían visto la salvación que el Señor había preparado para todos los pueblos. Ellos también esperaban la redención desde Jerusalén. Por tanto, estos hechos tuvieron lugar a los ojos del pueblo, no se había hecho en algún rincón (Hch.26:26). Eran sucesos ciertísimos entre nosotros (Lc.1:1).

         Zacarías, los pastores y el pueblo creyeron en la llegada del Salvador.

El Mesías recibido (4)

Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?… Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo… Todo el pueblo se bautizaba (Lucas 3:7,18,21)

La predicación de Juan causó un gran impacto en la sociedad judía. Su voz potente y profética irrumpió en la vida cotidiana de aquella generación. El mensaje del precursor del Mesías fue un revulsivo para las multitudes adormecidas por la tradición religiosa que despertó sus conciencias, hiriéndolas en lo más hondo de su ser. Se propagó la necesidad de ser bautizados como iniciación a una vida de purificación. Muchos, −como pasa en todas las multitudes−, lo hacían por interés religioso únicamente, tratando de huir de la ira venidera; otros, de corazón, preguntaron ¿qué haremos? La voz de Juan fue implacable con la muchedumbre reunida, pero también presentó las buenas nuevas al pueblo. En la tradición propia de los profetas de Israel anunció juicio y restauración; la ira de Dios y su misericordia. Al oírlo todo el pueblo se bautizaba. Hoy damos por hecho que las multitudes que levantan la mano en una campaña evangelística como señal de recibimiento de la salvación lo hacen de buena fe y pasan a ser salvos (con todas las matizaciones que queramos), sin embargo, ponemos en duda que estas multitudes fueran sinceras en su mayoría aceptando el tiempo profético que vivían. Hubo quienes rechazaron los designios de Dios respecto a sí mismos, no siendo bautizados por Juan (Lc.7:30), los fariseos y los intérpretes de la ley. Pero todo el pueblo, y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan (7:29). Una vez más vemos que el pueblo mayoritariamente creyó en los designios del Dios de Israel, aunque la mayoría de los responsables religiosos no lo hicieron. Cuando se trata del pueblo judío solemos confundir la parte con el todo. Un sector con la totalidad del pueblo. Lo que viene a confirmar el antisemitismo innato en el alma humana. El paganismo del hombre muerto en sus delitos y pecados rechaza la revelación dada a Israel. Las personas religiosas, atadas a sus tradiciones, doctrinas y teologías de reemplazo siguen viendo una parte de la Escritura sin entender la totalidad del mensaje en toda su amplitud. Así será también en la segunda venida del Mesías. Ciertas doctrinas cerradas impiden comprender los tiempos de la restauración de todas las cosas. Israel ha regresado a su tierra como resultado del cumplimento profético anunciado.

         El impacto de la predicación de Juan sacó al pueblo del letargo en que vivía preparándolo para la salvación que se estaba manifestando.

El Mesías recibido (5)

Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos (Lucas 4:14,15)

Y entró en escena el Mesías esperado… Después de años de silencio, tras el impacto de su nacimiento milagroso, ampliamente anunciado al pueblo; la vida del Deseado entró en la cotidianidad. La normalidad se impuso durante años. Jesús fue hecho hombre, y como hombre vivió la rutina diaria con todos sus desafíos y contrariedades. Hasta que llegó el cumplimiento del tiempo de su manifestación a Israel. Después de ser bautizado por Juan, y comenzar un ayuno de cuarenta días en el desierto, fue tentado por el diablo. Habiendo vencido toda tentación volvió en el poder del Espíritu a Galilea, su tierra natal, donde se había criado. Su fama se extendió rápidamente, traspasó fronteras, llegando a toda la tierra de alrededor. Inició su predicación, junto con las señales milagrosas que le acompañaban, y era glorificado por todos. El primer impacto de su ministerio recibió la gloria de los hombres, su aceptación, pero como toda gloria humana efímera. Pronto entró en conflicto y contradicción con los responsables de la sinagoga, que al oír algunas de las cosas que decía se llenaron de ira, le echaron de la ciudad, y querían despeñarle por la cumbre del monte (4:28-30). Pero muchos habían dado buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca (4:22). Jesús es causa de división inevitable. Ningún profeta es acepto en su propia tierra (4:24). Es un principio general, aunque no debemos olvidar que las multitudes le seguían. Veamos. «Y estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo ¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen? Y su fama se difundía por todos los lugares de los contornos» (4:36,37). «Cuando ya era de día, salió y se fue a un lugar desierto; y la gente le buscaba, y llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos» (4:42). Y sigue: «El gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios» (5:1). «Y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud» (5:3). «Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades» (5:15). «Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas» (5:26). No simplifiquemos. No solo venían por interés, venían para oírle, ser sanados, y marchaban glorificando a Dios.

         Jesús era glorificado por todos, y ese «todos» eran judíos. Vino a los suyos, −Israel−, y muchos le recibieron, creyendo y glorificando a Dios.

El Mesías recibido (6)

Y descendió con ellos, y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades… y toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos (Lucas 6:17-19)

Jesús se detiene en medio de un llano rodeado de una multitud de gente. Esas personas habían venido de lugares tan distantes como Judea y Jerusalén, en el sur de Israel, así como de la costa de Tiro y Sidón, en el norte, localizados en la antigua Fenicia y actual Líbano. Una gran multitud que se movía por dos motivos principales que recoge Lucas: para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades. Generalmente hemos interpretado que las masas que seguían al Maestro lo hacían por el interés de ver milagros y ser sanados, y eso era así en muchas ocasiones, sin embargo, en este caso, como en otros, se dice que también vinieron para oírle. Le seguían para oír sus enseñanzas, porque les hablaba como quién tiene autoridad (Mt.7:29) y no como los fariseos. Fue el caso del sermón del monte. Por tanto, es evidente que hemos interpretado mal las Escrituras. Muchos de nuestros prejuicios nos han traicionado y hemos recordado de lo leído solo aquello que concuerda con nuestra postura preconcebida pero alejada de la totalidad del mensaje. Aquí tenemos un motivo para el arrepentimiento. Una vez más se pone de manifiesto que el solo hecho de leer la Biblia no basta. Es necesario un corazón abierto, sin prejuicios religiosos, sin ataduras denominacionales o hipotecas que pagamos por ciertas predicaciones parciales. Sigamos. Tras la enseñanza de Jesús en el llamado sermón del monte, recogido por Lucas, dice: Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaún (7:1). El pueblo le oía. Si le hubieran rechazado no hubieran estado dispuestos a oírle. Cuando entró en la ciudad de Naín, iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud (7:11). Después de resucitar al hijo de una viuda, está escrito que todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. Y se extendía la fama de él por toda Judea, y por toda la región al alrededor (7:16,17). Donde Jesús estaba había siempre una gran multitud. Su fama le precedía. Sus obras impresionaban al pueblo que reconocía la visitación de Dios en la persona de un gran profeta, y más que profeta, el Mesías.

         Las multitudes venían a Jesús para oírle y ser sanados de sus enfermedades. Todo ello legítimo y voluntad de Dios. Hoy también lo es.

El Mesías recibido (7)

Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábolas… Entonces toda la multitud de la región de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos, pues tenían gran temor… Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban (Lucas 8:4,37,40)

El Maestro aprovechó la reunión de multitud de judíos para enseñar por parábolas los misterios del reino de Dios. Venían de distintas ciudades de Israel lo que debe llevarnos a pensar con claridad sobre el impacto que tuvo la manifestación del Mesías en el pueblo de las promesas. Pero como en toda multitud pronto se manifiestan distintas posturas. Tenemos en los textos que queremos meditar posiciones radicalmente opuestas en cuánto al ministerio libertador de Jesús. En la región de Gadara, situada en Decápolis, al otro lado del lago de Galilea, una ciudad habitada mayoritariamente por gentiles, —de allí la crianza de cerdos—; el Hijo del Hombre que había sido ungido por Dios y anduvo haciendo bienes, sanando a todos los oprimidos por el diablo, puso en libertad a un endemoniado especialmente violento. Este hombre tenía aterrorizada a la población por un tiempo, paradójicamente, una vez liberado y puesto en su sano juicio, aquellos mismos habitantes que vivían amenazados por el temor, viendo peligrar su negocio, rogaron a Jesús que se marchase de su comarca. El Maestro entró en la barca y regresó. Justo al otro lado del lago, solo unos kilómetros más allá, otra multitud le recibió; en esta ocasión con gozo y expectativa. «Le recibió la multitud con gozo, porque todos le esperaban». Tenemos aquí un ejemplo de las distintas sociedades donde penetra el evangelio. Unos, a pesar de recibir el impacto de su ministerio liberador, se oponen a él; mientras que en otros lugares, tal vez cerca geográficamente, el mensaje de las buenas nuevas es recibido con gozo y esperanza. Estamos ante el misterio del carácter de las multitudes. Hoy nos encontramos con naciones cerradas a la predicación del evangelio aunque en sus constituciones esté permitida la libertad de culto; mientras que en otras donde hay mayor oposición a su mensaje las personas tienen un corazón abierto al arrepentimiento. Mientras tanto, la multitud apretaba y oprimía a Jesús en su camino a la casa de Jairo, y en medio de esa realidad una mujer vino para tocarle y quedar sana de su azote de sangre. Jesús estaba rodeado de multitudes que buscaban la manera de tocarle con fe para ser bendecidos en el área de su necesidad. La mayor de ellas: reconciliarse con Dios.

         El carácter de las multitudes puede variar de unas a otras. También pueden ser fácilmente manipuladas. Jesús se mueve en medio de ellas.

El Mesías recibido (8)

Herodes el tetrarca oyó de todas las cosas que hacía Jesús… Y dijo… ¿quién, pues, es éste, de quien oigo tales cosas? (Lucas 9:7-9)

La fama de Jesús se extendía por todas las regiones del antiguo Israel. Su mensaje y milagros no pasaban desapercibidos, llegaron incluso a la corte del rey Herodes el tetrarca, hijo de Herodes el grande quien mandó matar a los niños de Belén. El ministerio de Jesús no se desarrolló en algún rincón oculto de las regiones judías, como diría más tarde el apóstol Pablo en su disertación ante el rey Agripa: Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón (Hch.26:26). El cristianismo no tiene nada que ver con sociedades secretas o masónicas. Jesús, la luz del mundo, fue manifestado a Israel claramente. El primer siglo fue testigo de la revelación del Mesías anunciado por los profetas, y tanto su mensaje como sus obras no pasaron desapercibidas para aquella generación. Desde los rincones de Judea, Samaria y Galilea salió la voz del Hijo de Dios a todas las naciones. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Isaías 2:3) (Miqueas 4:2). De la misma forma será en su segunda venida con la manifestación del reino mesiánico. Los reyes tendrán noticia del Rey de gloria. Las naciones serán testigo del reino de justicia y paz nunca antes visto. Las multitudes en Israel le seguirán y le reconocerán como aquel a quién traspasaron. Como José, el hijo de Jacob, fue reconocido por sus hermanos en Egipto después de haberle rechazado por un tiempo necesario, hasta que siendo gobernador del imperio egipcio fue instrumento de Dios, como él mismo dijo: para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación (Génesis 45:7). Una vez más estamos ante los misterios de la soberana voluntad de Dios. Primero los sufrimientos –como en la vida de José, tipo del Mesías−, luego las glorias que vendrán tras ellos. En los días de su carne, Yeshúa fue manifestado a Israel, y cuando la gente lo supo, le siguió; y él los recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados (Lucas 9:10,11). Luego, al día siguiente de la transfiguración en el monte, donde el Maestro mostró su gloria a tres de sus discípulos, está escrito: cuando descendieron del monte, una gran multitud les salió al encuentro (9:37). Y todos se admiraban de la grandeza de Dios (9:43). Maravillándose todos de todas las cosas que hacía… (9:44). El Mesías fue recibido por los judíos.

         Debemos volver a estudiar los evangelios y contextualizar los acontecimientos que tienen lugar en ellos. Todo su contexto es judío. Las multitudes que lo recibían eran judías. Las primicias del reino son judías.

El Mesías recibido (9)

Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz… Y apiñándose las multitudes, comenzó a decir… En esto, juntándose por millares la multitud, tanto que unos a otros se atropellaban… (Lucas 11:27,29; 12:1)

Una y otra vez encontramos a Jesús en los evangelios rodeado de multitudes. Es interesante notar cómo las personas expresaban en voz alta sus comentarios, poniendo de relieve una sociedad participativa, extrovertida y con libertad para manifestar sus opiniones sin rubor. En el primero de los casos que quiero comentar es una mujer la que alza su voz para decirle: bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Un vocabulario muy natural alejado de la imagen religiosa que se proyecta en muchos ámbitos cristianos. El Maestro y Mesías no se molesta por ellos, aunque siempre aprovecha la oportunidad para enseñar a las multitudes que le rodean: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan. A continuación la multitud se apiña en torno al él, tal vez percibiendo la irradiación de la gloria de Dios que manifestaba su presencia, queriendo obtener las bendiciones del Eterno sin atender al estado de sus propios corazones. El Señor los encara con su propia realidad, diciendo: Esta generación es mala… No parece impresionarle  el seguimiento masivo que hacían las gentes de su liderazgo; tampoco está dispuesto a sacar provecho personal, le mueve la verdad que enfrentaba el estado espiritual de aquella generación. Y era mala porque buscaban señales que confirmaran sus conceptos preconcebidos acerca de cómo debía manifestarse el Mesías según sus criterios. Estas actitudes se repiten hoy de la misma manera. Muchos se acercan a Jesús con ideas prefabricadas queriendo encontrar en él lo que de antemano piensan sobre su persona. Jesús se escapa una y otra vez de estas artimañas. Luego vuelve la multitud a juntarse por millares, de tal forma que unos a otros se atropellaban (12:1). Querían  aprovechar aquel momento «mágico» que viven en torno a las impresionantes manifestaciones del poder de Dios en la vida del Hijo del Hombre. También ocurre hoy con ciertos liderazgos que se ponen de moda por un tiempo y las multitudes se arremolinan en torno a ellos. Jesús, ajeno al interés por una imagen políticamente correcta, dice a sus discípulos delante de las multitudes: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Y cuando una persona entre la multitud pretendía aprovechar la ocasión para conseguir parte de la herencia de su hermano el Maestro elude la mediación y aprovecha para enseñar sobre los peligros de la avaricia (12:13,14).

         Jesús aparece una y otra vez en los evangelios rodeado de multitudes.

El Mesías recibido (10)

Al decir él estas cosas, se avergonzaban todos sus adversarios; pero todo el pueblo se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él (Lucas 13:17).

También ponen de relieve los evangelios que las multitudes que rodeaban al Mesías mantenían opiniones diversas en torno a él, como en toda multitud, aunque en algunos casos, ciertos sectores eran especialmente contrarios a sus enseñanzas y obras. Sobre todo si alguna de ellas –recordemos que él hacía las obras que veía hacer al Padre (Jn.5:19), y que habían sido preparadas de antemano− se realizaba en el día de reposo. Fue el caso de una mujer atada durante dieciocho años por Satanás –palabras textuales de Jesús− y que fue sanada en día de reposo. El principal de la sinagoga le reprochó haberlo hecho en ese momento y no otro día «cualquiera» de la semana que no entrara en conflicto con sus doctrinas herméticas. Una vez más vemos que el Mesías alza la voz para poner de relieve ante todos la hipocresía del «principal de la sinagoga» −¡qué falta de sensibilidad!, diríamos hoy, podía haberlo hecho en privado− y sacar a luz las contradicciones insoportables que tienen «todos los sistemas religiosos». Recordemos sus palabras: Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? Entonces, todos sus adversarios –Jesús tiene adversarios, y en muchos casos están dentro del sistema religioso establecido− se avergonzaron, −al menos en este caso tuvieron la decencia de comprender su hipocresía que había sido expuesta ante todos−. Sin embargo, el pueblo se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él. ¡Aleluya! Estamos una vez más ante la diferencia entre los gobernantes y el pueblo. Los líderes con sus intereses mezquinos, y el pueblo que no entiende de complicaciones teológicas pero comprende que una mujer ha sido libertada después de dieciocho años atada por el diablo, y eso, al margen de complicadas interpretaciones doctrinales es motivo de regocijo comprendiendo la gloria que se manifestaba en las obras del Señor. Las multitudes le seguían, iban con él (14:25), pero él se volvía hacia ellos confrontándolos con las demandas del discipulado: el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. También le seguían publicanos y pecadores para oírle (15:1); ¡para oírle! Pero esto molestaba al sistema religioso y se lo reprochaban (15:2).

         Debemos comprender que Jesús fue recibido por el pueblo de Israel, aunque las autoridades se avergonzaban y buscaron la forma de evitarlo.

El Mesías recibido (11)

Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos… Os digo que si estos callaran, las piedras clamarían (Lucas 19:37-40)

La iglesia de Dios debe entender que el Mesías, rey de Israel, entró en Jerusalén siendo aclamado y recibido por las multitudes como el heredero del trono de David. Israel recibió a su Mesías. Toda la multitud de los discípulos se gozaba al verlo entrar en la ciudad del gran Rey. Le alabaron a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, lo cual era prueba de su identidad mesiánica. Su proclamación fue: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor! Todo ello en medio de una explosión de júbilo y alabanza del pueblo en fiesta. Israel recibía a su Mesías. Hemos enfatizado tanto el rechazo del pueblo judío a Jesús que no vemos lo que está escrito. Un velo ha cegado nuestro entendimiento. La soberbia de la Teología del Reemplazo ha llenado nuestros corazones de arrogancia impidiendo la revelación de Dios. En medio de esa manifestación de júbilo que cumplía la Escritura de Zacarías (9:9), había también un sector del pueblo que maquinaba contra la verdad de Dios; paradójicamente eran los líderes religiosos, que al ver el júbilo y oyendo las proclamaciones de los discípulos dijeron al Maestro que los mandara callar. Una vez más nos encontramos ante la dualidad insalvable que se vivió en el Israel del primer siglo: El pueblo recibió a su Mesías, las autoridades lo rechazaron. En este punto debemos comprender que la soberanía de Dios –una teológica que aplicamos a la vida cristiana pero la olvidamos en su relación con Israel y el misterio de su endurecimiento parcial para que el evangelio del reino alcanzara a los gentiles− así lo estableció; era necesario que todo esto aconteciera. Por tanto, el rechazo de las autoridades judías del Mesías era parte del plan establecido de antemano en el consejo de Dios. Pero el pueblo le recibió. No lo olvidemos. Jesús no escuchó la demanda de silencio de algunos de los fariseos, sino que dijo: si estos callaran, las piedras clamarían. El rey de Israel no silenció las expresiones de alabanza y júbilo del pueblo reconociendo en ellas la verdad de Dios sobre su reino. Un día, Israel le recibirá en su totalidad, y volverán a decir todos: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Mateo 23:39). Israel y la iglesia esperan ese día en Jerusalén.

         Jesús fue aclamado como rey en Jerusalén anticipando su regreso.

El Mesías recibido (12)

Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle. Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole… Y todo el pueblo venía a él por la mañana, para oírle(Lucas 19:47,48; 21:38)

Jesús entró en Jerusalén. Eran días preparatorios de la Pascua judía y las multitudes acudían para celebrar la fiesta. El impacto de su entrada permanecía. La ciudad estaba convulsionada. El drama se desarrollaba en varias escenas paralelas. Una física con dos bandos bien diferenciados: el pueblo y las autoridades. Otra espiritual: era la hora de la potestad de las tinieblas (22:53). Dos dimensiones, un suceso. Pero sigamos al pueblo, que ajeno a las múltiples manipulaciones de las autoridades expresaban el sentir de su corazón. Todo el pueblo estaba en suspenso oyéndole. Venían por la mañana para oírle. Estaban hambrientos de la palabra de Dios. Querían oír las palabras de gracia que salían de su boca. Jesús apuraba sus últimos momentos para enseñar al pueblo (20:1). Le dijo al pueblo (20:9). Oyéndole todo el pueblo (20:45). No hay duda. El pueblo de Israel, los judíos, creían estar ante el Mesías prometido. Paralelamente se desató toda una intriga maligna impulsada por las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes para zarandear al pueblo cambiando su estado de ánimo. ¡Cuántos líderes de todo tipo se han prestado a esta manipulación diabólica! ¡Cuánta mentira y confusión estamos viviendo en estos días en España por la manipulación política de las autoridades separatistas catalanas que han llevado a parte del pueblo a una fascinación nacionalista irrefrenable! Volvamos a Jerusalén. Los sacerdotes y escribas buscaban cómo matarle; pero temían al pueblo (22:2). Satanás entró en Judas (22:3). Las autoridades buscaban una oportunidad para entregar a Jesús, pero a espaldas del pueblo (22:6). Esta era la hora de la potestad de las tinieblas (22:53). Satanás pidió zarandear a los discípulos como a trigo; pero Jesús rogó por ellos para que no faltara su fe (22:31). Los argumentos presentados para acusar al Mesías fueron: pervierte a la nación (23:2). Alborota al pueblo (23:5). Finalmente, el pueblo, una parte de él, fue subyugado y se plegó temporalmente a la malignidad de sus líderes (23:13,18). Había división. Una parte de la multitud lloraba y hacía lamentación por él (23:27). Después del espectáculo de la cruz la multitud volvía golpeándose el pecho (23:48). El día de pentecostés volvieron en sí arrepentidos (Hch. 2:37; 3:17-26). Incluso ciertas autoridades y sacerdotes obedecieron a la fe (Hch.6:7).

         El pueblo de Israel no rechazó al Mesías, fue oído con delectación.

El Mesías recibido (13)

No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras (Lucas 24:6-8)

Todo el proceso de la entrega de Jesús en manos de hombres pecadores estaba previamente determinado. Era necesario que todo ello aconteciese. Sin embargo, la iglesia ha insistido a lo largo de los siglos en cargar la culpa de la muerte del Mesías sobre el pueblo judío. Se le ha llamado el pueblo deicida. Se ha incidido una y otra vez en el argumento de que rechazaron al Salvador y recibieron la ira y el rechazo divino. Hemos visto en la anterior meditación cómo el pueblo le seguía para oírle con verdadero anhelo hasta horas antes de su muerte. Una parte del pueblo fue manipulado por las autoridades quedando bajo un hechizo paralizador que los llevó a gritar: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Los evangelios muestran que era el tiempo de las tinieblas. Una densa oscuridad se posó sobre la ciudad de Jerusalén que, usando la voluntad predispuesta de gran parte de sus autoridades políticas y religiosas, llevaron al reo a la cruz con la pretensión de frenar el alcance masivo que había tenido su mensaje entre las multitudes. Pero todo ello aconteció tal y como estaba escrito, y que él mismo había anunciado a sus discípulos en diversas ocasiones. ¡Era necesario que el Hijo del Hombre fuera entregado! Los suyos habían pensado y esperaban que él habría de redimir a Israel (Lucas 24:21). El Maestro tuvo que repetirles, una vez resucitado, las mismas palabras: ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? (24:26). Y poco después volvió a repetirlo, ―observa las tinieblas que fueron echadas sobre esta verdad eterna― a los mismos discípulos de Emaús: Éstas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos (24:44). Jesús fue entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios (Hechos 2:23) para poder redimir al mundo. Esta obra, preparada de antemano por la soberana voluntad de Dios, fue consumada en Jerusalén. Algunos participaron en ella deliberadamente (Judas y las autoridades religiosas y políticas); otros fueron arrastrados al error, y más tarde tuvieron ocasión para el arrepentimiento (Hechos 2:37); y algunos más siguen culpando a los judíos por lo sucedido obstinados y entenebrecidos.

Es necesario recordar que había un motivo redentor para que el Mesías fuese clavado a un madero y levantado en resurrección: nuestra salvación.

El Mesías recibido (14)

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:10-12)

Debemos tener siempre presente una premisa básica en relación a la identidad del Mesías: Saber quién es solo es posible por revelación. Identificarle claramente está al alcance solamente de quienes se someten a la voluntad de Dios sin ideas preconcebidas de antemano. Su persona y obra están ocultas a los ojos de este mundo aunque el mundo por él fue hecho. La luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas porque sus obras eran malas. El mundo no le conoció. Los suyos no le recibieron, pero hubo muchos que sí lo hicieron, creyeron en su nombre, por tanto, les fue dada la potestad de ser hechos hijos de Dios. Muchos en Israel creyeron en él. Las autoridades le rechazaron, pero el pueblo le oía con verdadera pasión. Después de su muerte regresaron golpeándose el pecho por el espectáculo que habían visto (Lucas 23:48). Y cuando la predicación de Pedro alumbró su entendimiento el día de Pentecostés, volvieron en sí y dijeron: Varones hermanos, ¿qué haremos? Las autoridades comprendieron que habían matado al autor de la vida (Hechos 3:15). Muchos se convirtieron en ese momento y formaron la primera comunidad de fe posterior a la redención del Mesías que conocemos como iglesia primitiva. Todos ellos eran judíos. Por tanto, no podemos seguir diciendo que Israel rechazó a su Mesías. No es cierto. Es un tema preñado de antisemitismo y teología del reemplazo que ha cegado el entendimiento de los incrédulos, y ha llevado a la iglesia, mayoritariamente institucional, a publicar sin descanso ―aún hoy se hace en infinidad de predicaciones en las congregaciones locales― el rechazo de los judíos al Mesías. Se ha usado este texto de Juan 1:11 como punta de lanza, como aguijón y martillo para golpear, pero veremos en las siguientes meditaciones que en el mismo evangelio de Juan fueron muchos los judíos que sí le recibieron; aunque, como estudiaremos, hubo también algunos factores que impedían la confesión abierta de esa fe porque se había tomado la decisión, por orden de las autoridades, que si alguno lo confesaba abiertamente fuera expulsado de la sinagoga, y ese hecho significaba ser desposeído, no solo del beneficio social, sino ser echado de la comunidad perdiendo la identidad judía.

         Muchos en Israel recibieron a Jesús como Mesías, siendo aceptados como verdaderos hijos, aunque se haya insistido en su rechazo.

El Mesías recibido (15)

Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía (Juan 2:23)

Si hacemos un recorrido panorámico en el evangelio de Juan sobre las diversas actitudes que mantuvieron los judíos, una sociedad plural y de posturas distintas ante la figura emergente del Mesías, veremos que por un lado se dice «los suyos no le recibieron», pero a la vez nos encontramos con el testimonio del mismo apóstol en su escrito donde vemos que muchos judíos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Recuerda, los judíos piden  señales (1 Corintios 1:22), y las tuvieron. Pero las señales no siempre son garantía de una fe sólida, por ello el mismo pasaje nos dice: Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre (2:24,25). El Mesías nos conoce y sabe desde el principio quienes son los que no creen en él (6:64). Así fue en sus días, y así es en los nuestros. A pesar de ello, el apóstol Juan nos deja un testimonio claro y amplio de que muchos en Israel creyeron en él, y eso significaba aceptar su mesianidad. A la misma vez, Jesús es motivo de controversia y diversidad de opiniones. Veamos los textos. Y muchos de la multitud creyeron en él, y decían: El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace? (7:31). Una vez más las señales como garantía para que muchos judíos creyeran en él. Encontramos a Jesús en el templo y todo el pueblo vino a él para ser enseñados (8:2); de tal forma que hablando él estas cosas, muchos creyeron en el (8:30). Ahora tenemos que no solamente creían por ver las señales, sino también eran persuadidos por la autoridad de su enseñanza, impresionados porque ¡jamás hombre alguno ha hablado como éste hombre! (7:46). Y a los judíos que habían creído en él les dijo que si permanecían en su palabra, serían verdaderamente sus discípulos, y conocerían la verdad, y la verdad los haría libres (8:31,32). Un proceso habitual en la vida de todo discípulo del Maestro. Es necesario permanecer en su palabra superando la prueba. Sigamos. Y muchos venían a él… y muchos creyeron en él allí (10:41,42). Después de la resurrección de Lázaro, muchos de los judíos… creyeron en él (11:45). De tal forma que las autoridades religiosas entraron en pánico, diciendo: si le dejamos así, todos creerán en él (11:48). Por ello acordaron dar muerte, no solo a Jesús, sino también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús (12:9-11).

         En el evangelio de Juan abundan los testimonios de muchos judíos que creyeron y recibieron al Mesías viendo las señales y oyendo su enseñanza.

El Mesías recibido (16)

Pero los fariseos dijeron entre sí: Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él (Juan 12:19)

Cuando una mentira se repite una y otra vez parece instalarse en el ideario colectivo como verdad. Luego se entra en la fase de aceptarla como tal y en ese momento tenemos un concepto errado aceptado ampliamente como verídico, lo cual hará muy difícil derribar su falsedad para recuperar el mensaje verdadero. Este proceso se da en múltiples ocasiones a lo largo de la historia y en muy distintos ámbitos, pero uno de ellos que sufre gravemente su impacto es el religioso. Es lo que ha ocurrido con cierta teología cristiana en relación al rechazo del Mesías por parte de los judíos. Estamos viendo que no fue así. Cuando Jesús entró en Jerusalén, grandes multitudes tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, clamando: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (Juan 12:12,13). El impacto en la ciudad fue tan fuerte que los fariseos se asustaron creyendo mentiras como la de que vendrían los romanos y destruirían el templo y la nación (11:48). Argumento que años más tarde se cumpliría tal y como lo temieron, pero no por los motivos que creían, sino como parte del juicio que estaba anunciado sobre las artimañas que las autoridades tejieron para impedir el deseo mayoritario de las multitudes: aceptar que Jesús era el Mesías esperado. Esa percepción hizo entrar en pánico a las autoridades disponiendo sus corazones a la manipulación espiritual que el príncipe de este mundo había trazado para oponerse al plan de Dios. Todo un entramado que debemos situar en su debido orden para no caer en el engaño y el error. El mundo –es una hipérbole− se va tras él, dijeron. En poco más de tres años de ministerio público Jesús había convulsionado la sociedad hebrea de su tiempo. Y no solo a ellos, sino a las regiones vecinas. Porque muchos de los samaritanos habían creído en él por la palabra que les había predicado (4:39-42). ¿Qué fue lo que creyeron? Que Jesús era el Salvador del mundo, el Mesías. También de Tiro, Sidón y Decápolis. Aunque Jesús dijo que había sido enviado especialmente a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 15:24). Y muchos en Israel creyeron en él. Este hecho desató una gran preocupación de las autoridades que activaron toda su influencia para frenar aquel tiempo profético oponiéndose y resistiendo la evidencia. Una de las decisiones tomadas fue que si alguno confesaba abiertamente que Jesús era el Mesías fuera expulsado de la sinagoga (Jn 9:22). Observa la similitud en la estrategia con nuestros días de pandemia covidiana.

         Debemos renovar nuestros pensamientos y reconocer que Jesús fue aceptado ampliamente como Mesías por los judíos del siglo I.

El Mesías recibido (17)

Con todo eso, aun de los gobernantes muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios (Juan 12:42,43)

La sociedad judía de los tiempos de Jesús estaba compuesta fundamentalmente por saduceos (dirigentes del templo y la élite política); fariseos (grupo mayoritario, estrictos guardadores de la ley oral y escrita); esenios (eremitas, entre los que podía estar Juan Bautista); sacerdotes (encargados de las tareas del templo; había dos grupos, la familia de los sumos sacerdotes, y los levitas que mantenían diversas tareas en el templo); zelotes (nacionalistas judíos); y el pueblo en general. Cuando se emplea el término «los judíos» debemos comprender que en él estaban incluidos todos estos grupos, muy distintos entre sí; lo cual puede prestarse a confusión. El pueblo llano, con menos prejuicios, aceptaba la mesianidad de Yeshúa. El grupo de los sacerdotes, donde tenemos a fariseos y saduceos, dirigentes muchos de ellos, mantenían una postura contraria al movimiento generado por el ministerio público de Jesús. Pero vemos que entre los mismos fariseos hubo quienes sí reconocieron la autoridad de Jesús, aunque se resistían a mostrarlo públicamente; su reputación y posición social les impedía hacerlo con claridad. Una de sus consecuencias era ser expulsados de la sinagoga, lo cual suponía quedar fuera de la aceptación social, con todas sus prerrogativas, y en muchos casos ser echados de la comunidad judía, lo que luego se ha llamado en el cristianismo «excomunión». Hoy se produce algo similar en el islam, quedando fuera de la Umma (comunidad de creyentes) sufriendo el desprecio social, y en muchos casos la condena a muerte, quienes se convierten al cristianismo. También lo vemos en el nacionalismo catalán de nuestros días, padeciendo la marginación quienes no participan de su agenda. En el último tiempo lo encontramos en la imposición del «pasaporte covid» para acceder a diversos lugares y «privilegios». Nada nuevo debajo del sol. Por ello, muchos en su corazón creían en Jesús, pero no lo confesaban por miedo a ser señalados y apartados. En definitiva, seguir a Jesús siempre ha sido entrar por la puerta estrecha, y son pocos los que entran, aunque hay muchos que quieren los beneficios del reino sin sufrir el oprobio del rey. Por tanto, muchos creían en Jesús, pero no lo confesaban abiertamente por miedo a los judíos (7:12,13) y sus consecuencias. Por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga (9:22).

Confesar abiertamente la mesianidad de Jesús nunca ha recibido la aprobación del sistema religioso, social, o político por sus implicaciones.

El Mesías recibido (18)

Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías (Juan 12:37,38)

Estamos viendo que en los evangelios nos encontramos con expresiones que pueden parecernos contradictorias entre sí. Podemos remarcar una parte olvidando otras que complementan el cuadro y estar convencidos de exponer la verdad. Una panorámica general, no exhaustiva, nos da una imagen que podemos resumir de la siguiente manera: Jesús es motivo de división, su identidad provoca controversia, sus obras impresionan y muchos las siguen, sus enseñanzas impactan porque las hace con autoridad; por ello las multitudes le seguían apasionadamente; en ocasiones quedaban perplejas por alguna enseñanza y volvían a tras (Jn. 6:66). Hubo sacerdotes que creyeron en él pero no lo confesaban abiertamente para no ser expulsados de la sinagoga y sufrir la marginación social. Incluso sus hermanos durante un tiempo no creyeron en él (7:5). Algunos procuraban matarle al oír alguna enseñanza que les parecían blasfemias (10:33); otros porque sanaba en el día de reposo (5:16). Muchos no creían en él por miedo a los judíos (7:13). Otros sufrieron las consecuencias y fueron expulsados de la sinagoga (9:22 y 34). El apóstol Juan escribió al inicio de su evangelio que «los suyos no le recibieron», pero hemos visto que el mismo Juan escribió que muchos creían en él y le recibían, incluso sacerdotes o principales, entre ellos Nicodemo (3:1; 7:50; 19:39). También José de Arimatea era discípulo suyo, aunque secretamente, por miedo a los judíos (19:38); sin embargo, eso no le impidió entrar osadamente a Pilatos para pedir su cuerpo y enterrarlo (Mr.15:43), porque esperaba el reino. Encontramos también en este evangelio la enseñanza de Jesús que ninguno puede venir a él, si el Padre no le trajere (6:44); o no le fuere dado del Padre (6:65). Y para «complicarlo» aún más, vemos que el endurecimiento de muchos que oyeron el mensaje no podían creerlo porque formaba parte de la profecía de Isaías. Sus ojos habían sido cegados y su corazón endurecido (12:39,40). Por otro lado, el autor del libro dice al final de su discurso que Jesús hizo muchas otras señales que no están escritas aquí, pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre (20:30,31). Ese impacto vino después del día de Pentecostés mediante el derramamiento del Espíritu, de tal forma que incluso muchos sacerdotes obedecían a la fe (Hch.6:7). Más adelante, en el libro de los Hechos, encontramos que miles de judíos habían creído en él (Hch.21:20 LBLA).

         Creer en Jesús es un milagro de la gracia y soberanía de Dios que impacta sobre nuestra voluntad para rendirnos incondicionalmente.

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