PANORÁMICA del Nuevo Testamento – COLOSENSES

ColosensesCarta a los Colosenses

Índice:

HISTORIA DE LA CARTA
  • El autor
  • La ciudad de Colosas
  • La iglesia de Colosas
  • El propósito de la carta

ENSEÑANZAS Y TEMAS

  1. La oración de Pablo (1:3-12) (4:2-4 y 12-13)
  2. La Persona de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

2.1. Es la imagen del Dios invisible (1:15).

2.2. Es Creador.

2.3. Es eterno.

2.4. Es la cabeza de la iglesia (1:18).

2.5. Es la sabiduría de Dios. En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3).

  1. La Obra de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

3.1. Nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz (1:12).

3.2. Nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo (1:13).

3.3. Tenemos redención y perdón de pecados (1:14).

3.4. Nos ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte (1:21).

3.5. Estamos completos en él (2:10).

3.6. Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros (2:14).

3.7. Triunfando sobre ellos en la cruz (2:15).

  1. Nuestra nueva identidad en Cristo (1:27) (2:12,13) (3:1-4)
  1. Resultados de la nueva vida en el Mesías (3:5-4:6)

PREGUNTAS Y REPASO

 ColosensesHISTORIA DE LA CARTA

El autor, que se presenta al inicio de este escrito, —y lo confirma al final—, es el apóstol Pablo. La salutación de mi propia mano, de Pablo. Y la escribió estando en la cárcel de Roma. En el mismo texto (4:18) dice: Acordaos de mis prisiones. Los destinatarios son los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas (1:2), idéntico enunciado que la epístola a los Efesios, de cuya similitud iremos viendo a lo largo de su contenido.

La ciudad de Colosas. Estaba situada a 160 Km. de Éfeso, en la provincia de Frigia, actual Turquía. Tenía conexiones con otras dos ciudades cercanas, Laodicea (16 kilómetros al occidente) y Hierápolis (25 kilómetros al norte), mencionadas en esta carta (2:1; 4:13,15-16). Colosas era conocida en su tiempo por la producción de lana teñida de escarlata. El día de Pentecostés había personas de esta región romana (Frigia) en la ciudad de Jerusalén (Hch.2:10). En los días de Pablo no era una localidad muy importante, sí había en ella una importante comunidad judía.

La iglesia de Colosas. No se sabe con exactitud quién la fundó, aunque todo parece indicar que su evangelización se hizo desde Éfeso, durante el tiempo que el apóstol de los gentiles abrió la Escuela de Tiranno (Hch.19:9,10). Seguramente fue Epafras, colaborador de Pablo, quién llevó el evangelio y que fuera responsable de la obra en aquel lugar. Pablo habría pasado por la región sin detenerse en la ciudad por lo que no conocía a los hermanos (2:1) (Hch.16:6).

El propósito de la carta. Habían surgido falsas doctrinas. Aunque no se sabe con certeza cuál era exactamente la corriente que las producía, seguramente eran una mezcla de filosofías griegas, doctrinas judaizantes y el incipiente movimiento gnóstico. El gnosticismo mezclaba el evangelio con enseñanzas contrarias al fundamento apostólico. Estaba surgiendo un culto al «alto pensamiento» con ciertos rituales y ceremonias de disciplina personal tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres)… preceptos que tienen apariencia de sabiduría, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa (2:21-23 NVI). El apóstol sale al paso de estas doctrinas extrañas al evangelio centrando su mensaje en la persona y obra de Jesucristo, en quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, y en quién encontramos nuestra plenitud (2:2,3,9,10). Veremos un resumen de las enseñanzas apostólicas que nos encontramos aquí.

ENSEÑANZAS Y TEMAS

La carta a los Colosenses, junto a la de Efesios, son dos escritos de gran profundidad del apóstol a los gentiles. En ambas su contenido está dirigido a cristianos maduros, centralizando su mensaje en la persona de Jesucristo y las consecuencias de su obra redentora. Hemos escogido cinco temas principales que resumen nuestra panorámica.

  1. La oración de Pablo (1:3-12) (4:2-4 y 12-13)

Una vez más encontramos la prioridad de la oración en la vida de Pablo. Por un lado hace oración por los hermanos de Colosas, y por otro pide la ayuda de sus propias oraciones en favor de su misión anunciando el evangelio. Esta reciprocidad de la oración se muestra indispensable en la práctica de las comunidades primitivas, y sigue siendo lo mismo para nosotros hoy.

La oración de Pablo por los hermanos es para que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual (1:9). Las consecuencias de dicha oración, es decir, su respuesta, producirá en ellos poder andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, creciendo en el conocimiento de Dios, siendo fortalecidos con todo poder, según la potencia de su gloria, produciendo paciencia y perseverancia en las adversidades (1:10,11).

Por su parte, el apóstol reclama perseverancia en la vida de oración de la iglesia, velando en ella con acción de gracias; orando para que el Señor le abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, que lo manifieste como debo hablar (4:2-4). Esta necesidad de Pablo por las oraciones de los hermanos en Colosas pone de manifiesto su humildad y necesidad de anunciar correctamente la palabra de verdad, cuyo misterio necesita la obra intercesora de los creyentes para que se abran puertas al evangelio y su mensaje llegue nítido y poderoso afirmando la fe de los nuevos convertidos. El evangelio es un misterio, enseña claramente el apóstol, por tanto necesita la revelación sobrenatural de la persona y obra de Jesús, tal como la recibió el mismo Pedro en la región de Cesárea de Filipo (Mt.16:13-17).

También aparece la oración constante de Epafras, siervo de Cristo, que mantiene su intercesión por los hermanos de Colosas encarecidamente (con empeño, luchando intensamente), para que estén firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere para ellos (4:12,13). Todo lo cual nos muestra con total claridad la importancia de la vida de oración en la iglesia primitiva. En este caso la vida de oración del apóstol, la congregación de Colosas y en particular de Epafras que mantenía una carga de intercesión constante y concreta. Todo un ejemplo y motivación para nuestros días.

  1. La Persona de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

Existe una relación indispensable entre la obra que Jesús realizó y su persona.  Ambas son inseparables. Ambas necesarias. La obra del Mesías no tendría el mismo valor si él no fuera lo que es: la propia esencia de Dios, Dios mismo. Sin la obra de reconciliación realizada por Jesús no tendría la misma relevancia su persona para el ser humano. Ambas van íntimamente unidas y tienen una repercusión trascendente para cada uno de nosotros. Hay consecuencias y resultados eternos que tienen su fundamento en la obra redentora en la cruz del Calvario, a la vez que la personalidad del Autor de nuestra salvación. No se pueden separar, aunque para aproximarnos a cada una de ellas con el fin de entenderlas mejor si cabe, las veremos por separado a continuación. Veamos algunos aspectos de la persona de Jesús, el Mesías, que aparecen aquí.

2.1. Es la imagen del Dios invisible (1:15).  Es Dios mismo.  A Dios nadie le vio jamás, pero el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer  (Jn.1:18). Nadie que no fuera Dios, podría ser la imagen misma de la Deidad. Jesús es la expresión de la voluntad del Padre. Su ministerio, el que llevó a cabo en la tierra, es la manifestación expresa de la voluntad divina.  Cuando queremos saber cómo es el Dios Invisible miremos a Jesús, expresión de su naturaleza y manifestación de su gloria. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (2:9). Jesús es el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia (Heb.1:3).

2.2. Es Creador. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra… todo fue creado por medio de él y para él (1:16). El apóstol Juan lo expresa de forma inequívoca en su evangelio. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho (Jn.1:3). Jesús es el Verbo de Dios, la palabra, y por su mediación fueron creadas todas las cosas (Jn.1:1,14) (Gn.1:3,6,9,11,14). En el capítulo ocho de los Proverbios nos encontramos con la sabiduría de Dios creando todas las cosas, esa sabiduría prefigura al Hijo de Dios antes de su manifestación en carne; por otro lado, en nuestro texto se dice que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3). Veamos cómo se expresa en el mencionado texto de Proverbios. Jehová me poseía en el principio… eternamente tuve el principado… Cuando formaba los cielos, allí estaba yo… cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo… (Pr.8:22,23,27,29,30). No hay cabida para la especulación, nuestro redentor y Mesías es Creador, uno con el Padre.

2.3. Es eterno. El es antes de todas las cosas… (1:17). Otro de los atributos de la divinidad de Jesús lo encontramos en su naturaleza eterna. Es el Eterno manifestado a los padres de la nación hebrea (Gn.21:33). Esa revelación perturbaba a los fariseos cuando les dijo: Antes que Abraham fuese, yo soy (Jn.8:56-58). Comparar con Ex. 3:14; Is.40:28 y Jer.10:10. En este último pasaje se dice que Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; lo podemos comparar con el texto de Juan en su primera carta y ver que este Dios verdadero se refiere al Hijo Jesucristo. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido… y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna (1 Jn.5:19,20). Además el profeta Miqueas nos dice que  el Mesías que vendrá nacerá en Belén Efrata, que será Señor en Israel, sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Miq.5:2). Éste era en el principio con Dios (Jn.1:2). Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Heb.13:8). Jesús es el Alfa y la Omega, principio y fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apc.1:8).

2.4. Es la cabeza de la iglesia (1:18). Jesucristo, que es la imagen del Dios invisible, creador y eterno, es además la cabeza del cuerpo que es la iglesia. Él dijo: Edificaré mi iglesia (Mt.16:18). La sustenta y la cuida (Ef.5:29). Nos amó y se entregó por la congregación de los redimidos (Gá.2:20). Da su vida por las ovejas, las conoce y le siguen; en sus manos estamos seguros (Jn. 10:11,14,15,27,28). Comparar con Efesios 1:22,23.

2.5. Es la sabiduría de Dios. En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3). Por tanto, pretender conocer a Dios y acercarse a Él es imposible sino a través del único mediador, el camino al Padre y la fuente de sabiduría que revela al Dios invisible. Jesús le ha dado a conocer. En sus palabras lo expresó así: Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mt.11:28). No podemos separar el conocimiento de Dios de la persona de Jesucristo. Nadie viene al Padre, sino por mí (Jn.14:6 y 1:18). Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios (1 Co.1:24). Por todo ello, el apóstol Pablo estima todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Fil.3:8).

  1. La Obra de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

Una vez que hemos visto algunos aspectos de la naturaleza y potencial de la persona de Jesús, —el Mesías—, la imagen misma de Dios, Creador, Eterno, Cabeza de la iglesia y la expresión máxima de la sabiduría del Altísimo, miremos ahora la obra realizada por él y sus consecuencias para nosotros. Antes de entrar en detalles, recordemos que la obra de Jesús fue hecha como nuestro substituto, él mismo ocupó nuestro lugar, el justo por los injustos para llevarnos a Dios (1 P.3:18).

3.1. Nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz (1:12). En un tiempo éramos ajenos a la vida de Dios, sin esperanza y sin Dios en el mundo, pero mediante la obra de Jesús hemos sido acercados, hechos conciudadanos, copartícipes y coherederos, miembros de la familia de Dios, para poder participar de la herencia que ahora hemos recibido y que está expresada en los versículos siguientes. Es el mismo lenguaje que usa Pablo en su oración por los efesios, para que el Padre de gloria nos dé espíritu de sabiduría y revelación, alumbrando los ojos de nuestro entendimiento, para que sepamos cuál es la esperanza recibida y las riquezas de su herencia en los santos (Ef.1:17,18).

3.2. Nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo (1:13). Aquí nos encontramos con un cambio de dominio, de dueño y señor. Éramos hijos de las tinieblas, muertos en delitos y pecados, esclavos del pecado y la tiranía de Satanás que consiguió su dominio sobre nosotros cuando caímos en rebelión contra el Dador de la vida, estábamos sujetos a servidumbre por el temor a la muerte producida por nuestro pecado, pero ahora, en Cristo, hemos sido trasladados a otro dominio, el reino de la luz, el señorío de Cristo, por tanto, como está escrito, si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos (Rom.14:8). ¡Somos propiedad de Dios! Hemos sido comprados al precio de la sangre de Jesús, por tanto, no nos hagamos esclavos de los hombres (1 Co.6:20 y 7:23). Anteriormente habíamos heredado la naturaleza de Satanás (Jn.8:44 con 1 Jn.3:8-10), hijos de Belial (2 Co.6:15). Dice el apóstol a Timoteo que los que se oponen al evangelio están atrapados en el lazo del diablo y cautivos a voluntad de él (2 Tim.2:26). Pero en Cristo hemos escapado del lazo y la cautividad (2 P.1:4 y 2:20), hemos entrado en otro reino donde somos libres para servir a la justicia con la potencia de su gracia transformadora. Una nueva naturaleza ha transformado nuestras vidas, creados según Dios en justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24). Nos dio vida cuando estábamos muertos (Ef.2:1-6). Todo ello emana de la cruz de Cristo.

3.3. Tenemos redención y perdón de pecados (1:14). A todo lo que hemos mencionado en el punto anterior se le llama redención. ¡Somos redimidos! Comprados de nuevo para ser de otro, de aquel que nos amó, nos perdonó, y nos hizo reyes y sacerdotes (Apc.1:5,6). Somos nuevas criaturas (2 Co.5:17). Nuestro redentor y substituto es Jesús, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Ef.1:7). Nuestra respuesta solo puede contener gratitud, alabanza y servicio.

3.4. Nos ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte (1:21). Aquí nos encontramos con la expiación. El Justo carga con nuestros pecados (los injustos), para reconciliarnos con Dios. Hay uno que ha ocupado nuestro lugar en el cadalso de tormento y condenación. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Co.5:21). Y no solo ha reconciliado mediante la sangre de su cruz las cosas de la tierra, sino también las que están en los cielos, haciendo la paz (1:20). Toda la creación y el universo han sido afectados por la obra acabada de Jesús, hecha una vez y para siempre. Hay aquí, seguramente, una dimensión de esta verdad que se nos escapa, pero sí podemos comprender que nuestra reconciliación con Dios ha sido efectuada. Ya no somos enemigos, la cruz ha derribado la pared intermedia de separación, no solo ante Dios, sino también ante los hombres con todas nuestras divisiones y barreras en ocasiones infranqueables para la mediación humana. Comparar con Efesios 2:11-19 y 2 Corintios 5:18-21. Jesús nos ha devuelto la comunión de vida con Dios que perdimos en Adán (Rom.5:12-21).

3.5. Estamos completos en él (2:10). Esta verdad confronta directamente a los enemigos del evangelio que el apóstol Pablo estaba combatiendo en esta carta: las reminiscencias del Judaísmo, y sobre todo la «gnosis», que derivaría en el «gnosticismo» incipiente en aquel momento y que ha rebrotado en el pasado siglo mediante las doctrinas y filosofías de la Nueva Era, perturbando y mezclando el mensaje del evangelio hasta nuestros días. El apóstol es taxativo: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él (2:8-10). El error y la mezcla venían de antiguo, es el mismo proceso que denuncia el profeta Jeremías. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas que no retienen el agua (Jer.2:13). El Israel antiguo abandonó la fuente de agua viva que emana del Dios de Jacob, para cavar las cisternas rotas del paganismo que no pueden satisfacer la sed de verdad, libertad y eternidad. Los mismos enemigos se levantaron en el primer siglo ante la predicación de los apóstoles. Pero en Cristo estamos completos. Él es la plenitud, y de su fuente de agua viva brotan aguas que calman la sed para siempre. Las nuevas ideologías, filosofías y doctrinas no pueden satisfacer el alma humana. Porque doctrinas (nuevas religiones laicas) son la ideología de género, el llamado cambio climático, el nacionalismo catalán y otros, la agenda 2030 y el predominio del pensamiento único del globalismo actual impuesto con el denominador común de socavar la verdad del evangelio y los principios judeocristianos que combaten con saña, persiguiendo la familia natural y la identidad propia de los pueblos con sus peculiaridades. En Cristo somos un hombre completo que no necesita regresar al paganismo (cisternas rotas) para encontrar una nueva autorrealización alejada de la cabeza de todo principiado y potestad (2:10). En Cristo somos santificados por completo, y todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo son guardados irreprensibles hasta la venida del Señor (1 Tes.5:13). Lo que nos faltaba era la reconciliación y comunión con el Dios santo y justo, que ahora en Cristo se ha consumado, no mediante filosofías o nuevas doctrinas, sino con la sangre preciosa de Jesús, como de un cordero sin mancha y sin contaminación (1 P.1:18,19).

3.6. Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros (2:14). Este acta es la ley que nunca hemos podido cumplir judíos ni gentiles, nos era contraria, adversa en cuanto a nuestra impotencia para ser justificados, porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros (Rom.8:3). Por tanto, la deuda ha sido cancelada por la obra redentora de Jesús en nuestro lugar. El incumplimiento de la ley nos acusaba, nuestra impotencia nos hacía culpables y malditos legalmente. Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas (Gá.3:10). Comparar con Dt. 27:26 y Stg.2:10. Sin embargo, Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (Gá. 3:13). El diablo que nos acusaba «legalmente» (Apc. 12:10) por nuestro incumplimiento de la ley ha quedado sin argumentos para condenarnos por cuanto ha sido cancelada la deuda; nuestro Abogado y Mediador ha anulado el acta que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz. La palabra que el apóstol Pablo usa aquí para referirse al «acta» se refiere a la palabra griega «exaleifein», según lo explica Cesar Vidal en su libro sobre la Nueva Era (1991). «Que no solo implicaba el perdón de la deuda. También indicaba que se borraba todo lo escrito y que el material en que se había redactado la deuda (papiro, piel, etcétera) quedaba virgen para poder volver a escribir de nuevo sobre él». Como está escrito: si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Co.5:17). Éramos tinieblas, ahora luz en el Señor. Vivíamos como hijos de ira, ajenos a la vida de Dios, ahora hemos sido adoptados como hijos de Dios y herederos (Gá. 4:4,5). Esta es la verdad gloriosa y libertadora del evangelio.

3.7. Triunfando sobre ellos en la cruz (2:15). La obra consumada de Jesús en la cruz del Calvario nos ha dado el triunfo sobre los principados y las potestades, a quienes despojó y exhibió públicamente triunfando sobre ellos en la cruz. Por eso la cruz es poder de Dios, aunque locura para los que se pierden. Por ello un cristianismo que soslaya y esconde la cruz, —ignominiosa para el mundo—, no puede encontrar la fuerza para oponerse a los poderes de las tinieblas. Un evangelio sin cruz es insuficiente para derrotar el mal. El apóstol Pablo estaba aferrado a esa cruz, y sabía que en ella estaba el triunfo que ahora proclama a los colosenses.

Comparar con 2 Co.2:14; 1 Co.1:17,18,23; 2:3; Gá. 2:20; 6:12,14,15.

Para profundizar aún más en este triunfo del que habla el apóstol con verdadera profusión, recojo nuevamente el comentario de Cesar Vidal en el libro citado anteriormente: «El término “triunfo” servía para designar una institución legal propia del Derecho público de Roma. Cuando un general romano ensanchaba las tierras del Imperio, cuando había derrotado a los enemigos de la patria, cuando había causado enormes pérdidas a los adversarios de la nación, solicitaba del senado y del pueblo romano la concesión de un honor conocido como triunfo. Si éste se le otorgaba, el general era subido a un carro detrás del cual iban atados y desnudos los enemigos vencidos. Aquellos seres derrotados aparecían como testigos de su victoria y, despojados en pos del carro, contemplaban impotentes como el general era paseado por Roma en señal de que todos reconocían su valor y coraje en la lucha, así como el beneficio que eso había reportado a la causa común… Pero la imagen del triunfo no concluía ahí. Al lado del vencedor iba un personaje que no había contribuido en nada a la victoria, que solo podía asociarse a la misma por generosidad de éste y al que hacía partícipe de la gloria del vencedor. Ese personaje era la esposa del triunfador… nosotros sabemos también que la Esposa de Cristo —Su Iglesia— ¡está asociada al triunfo sobre Satanás y sus demonios que Cristo obtuvo en la Cruz!». Cuando el mismo apóstol Pablo escribe que somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Rom.8:37) seguramente regresa a su memoria la misma imagen que usa en el texto que estamos meditando. El Mesías ha triunfado en la cruz sobre todos los poderes de las tinieblas y nos ha hecho partícipes de ese triunfo como herederos de las abundantes riquezas de su gracia.

  1. Nuestra nueva identidad en Cristo (1:27) (2:12,13) (3:1-4)

Si hay un pensamiento predominante en nuestra sociedad occidental decadente es el que enfatiza nuestras propias potencialidades, resultado inequívoco de la filosofía de la Nueva Era que ha permeado la cultura, incluyendo ciertos sectores de la cristiandad. Como ejemplo de lo que afirmo recordaré que hoy se quiere ser dios buscando la inmortalidad mediante una ciencia que cree poder encontrar como frenar el deterioro celular consiguiendo su regeneración para impedir el envejecimiento y con él «el elixir de la eterna juventud». La soberbia humana no tiene límites cuando se aleja de la fuente del Creador pretendiendo ocupar su lugar como en los días de Nimrod. El evangelio contiene un potencial intrínseco y posicional en Cristo que puede fácilmente hacernos caer en extremos nocivos si olvidamos nuestra fragilidad innata (Sal. 39:4) y la dependencia que tenemos del poder de Dios que se perfecciona en nuestra debilidad. El evangelio es Cristo en nosotros. Y como estamos viendo, su persona y su obra son gloriosamente llamativas, como lo fue para Simón el mago, que fascinado por el potencial que emanaba de los apóstoles, les ofreció dinero para poder conseguir el mismo poder (Hch.8:18,19). Aquí tenemos la fuente de tentación cuando confundimos los espíritus. Nuestro siglo, pasado y presente, ha sido y es, testigo de ambas manifestaciones: por un lado el poder de señales que acompañan a la predicación del evangelio, y por el otro el abuso de los dones carismáticos que han dejado un rastro de desolación, decepción y dispersión en demasiadas congregaciones. Pablo enseña que el evangelio es un misterio, y este misterio se concreta en que Cristo vive en nosotros, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria (Col. 1:27). Esa unión espiritual y mística produce una esperanza gloriosa que ya degustamos por el Espíritu. Nos da identidad, una nueva identidad en el Mesías. Dios nos ha colocado «en Cristo» (1 Co.1:30). Estamos en Cristo y Cristo está en nosotros (Gá.2:20). Somos un espíritu con él (1 Co.6:17). La vida cristiana es una nueva identificación plena con Cristo, en su muerte, sepultura, resurrección y exaltación (Rom.6:4-6) (Col.2:12) (Ef.2:6). Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col.3:3). Y esta nueva vida se manifiesta en una nueva manera de vivir. Necesita el alimento de la palabra de Dios que como niños recién nacidos desean la leche espiritual para crecer (1 P.2:2). Por tanto, padres espirituales (1 Tes.2:10-13) (Gá.4:19). También un hogar donde crecer mediante la comunidad de creyentes, recibiendo cuidado y protección que le ayude a crecer y madurar para llegar a ser útiles a otros (Ef.2:19-22 y 4:11-16).

  1. Resultados de la nueva vida en el Mesías (3:5-4:6)

El resultado práctico de nuestra vida cristiana será una nueva manera de vivir y esta debe alcanzar a todas las áreas de nuestra vida. El que ha nacido de Dios no practica el pecado (1 Jn.3:9). Ha sido creado en justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24), por tanto, la justicia, la santidad y la verdad deben ser pilares esenciales de su nueva manera de vivir. Es nuestra nueva naturaleza. El apóstol desglosa en los capítulos 3 y 4, como lo hace también en la carta a los Efesios 4, 5 y 6 una relación de virtudes y verdades prácticas que deben manifestarse en aquellos que confiesan ser hijos de Dios. No es automático, ni mecánico, sino un proceso de renovación (3:10,11). Es un nuevo vestido como escogidos de Dios (3:12); una nueva naturaleza que se va transformando de gloria en gloria a la imagen de Jesús (2 Co.3:18) (Rom.8:29); el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (3:10). Vestidos como escogidos de Dios (2:12) significa en palabras del apóstol lo que expone a continuación. Veamos un resumen siguiendo el texto en la versión de la Biblia de las Américas:

  • Tierna compasión (3:12).
  • Bondad (3:12).
  • Humildad (3:12).
  • Mansedumbre (3:12).
  • Paciencia (3:12).
  • Soportándoos unos a otros (3:13).
  • Perdonándoos unos a otros (3:13).
  • Vestíos de amor (3:14).
  • La paz de Cristo reine en nuestros corazones (3:15)
  • Sed agradecidos (3:15).
  • La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros (3:16)
  • Una vida de adoración (3:16)
  • Y todo lo que hacéis, hacedlo para el Señor (3:17,23).

Después se dirige específicamente a las distintas personas que componen la congregación o familia de Dios.

Mujeres.  Estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor (3:18).

Maridos. Amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas (3:19).

Hijos. Sed obedientes  a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al Señor (3:20).

Padres. No exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten (3:21).

Siervos. Obedeced en todo a vuestros amos en la tierra, no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, temiendo al Señor (3:22). En nuestra sociedad podemos traducirlo por «trabajadores», actuando con honestidad y honradez, sabiendo que servimos al Señor con todo lo que hacemos.

Podemos resumir esta panorámica en sus múltiples facetas con las palabras finales del apóstol: Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quién servís (Col.3:17,23,24).

EFESIOS (6) - el misterio del evangelioPREGUNTAS Y REPASO
  1. Anota lo que recuerdes de la iglesia en Colosas.
  2. Explica el propósito de esta carta.
  3. Qué conclusiones sacas de las oraciones que Pablo menciona.
  4. Haz un resumen de la persona de Jesús según Colosenses.
  5. Que aspectos destacarías de la obra del Señor en esta carta.
  6. ¿Qué importancia crees que puede tener nuestra nueva identidad en Cristo?
  7. ¿Cómo explicarías las consecuencias prácticas que se derivan de la nueva vida en Cristo según lo que hemos estudiado?
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