La muerte de Saúl a manos de un amalecita
Y él me dijo: ¿Quién eres? Y le respondí: Soy amalecita. Entonces él me dijo: Te ruego que te pongas junto a mí y me mates, pues la agonía se ha apoderado de mí, porque todavía estoy con vida. Me puse, pues, junto a él y lo maté, porque yo sabía que él no podía vivir después de haber caído (2 Samuel 1:8-10).
La vida y muerte —tanto física como espiritual— de Saúl estuvo muy ligada a los amalecitas. Primero tuvo lugar su muerte espiritual por causa de la desobediencia al no realizar la voluntad de Dios sobre Amalec. Luego vino la muerte física, también a manos de un amalecita. Por tanto, la vida de Saúl estuvo muy vinculada a este pueblo desechado por Dios.
Hemos dicho que Amalec es una figura de la vida carnal en el creyente, por tanto, debemos concluir que nuestras vidas también pueden ser afectadas trágicamente según la gestión que hacemos del hombre carnal. El mensaje del apóstol Pablo es claro y sin fisuras: El ocuparse de la carne es muerte. Los que practican las obras de la carne no pueden entrar en el reino de Dios. La paga del pecado es muerte.
Saúl es un tipo del creyente carnal. Comienza con un llamamiento de Dios, pero pronto desobedece su voz, la palabra de verdad no halla cabida en él, no mora en él, y se conforma con una mezcla de obediencia y desobediencia.
Jesús usó la parábola del sembrador para hablarnos de cuatro diferentes terrenos en los que es sembrada la semilla del reino. Todos la oyen, pero solo uno lleva fruto, el que la oye y obedece. Los otros lo hacen por un tiempo, pero luego abandonan.
El comienzo de la vida de Saúl fue esperanzador, aunque pronto su camino se torció y quedó atrapado en una esquizofrenia que le impidió desarrollar la voluntad de Dios. Las obras de la carne fueron la nota predominante de su reinado, acabando sus días pidiendo a un amalecita que acabara con su vida, la poca que ya le quedaba después de haber sido herido en batalla. La naturaleza del amalecita manifestó su carácter innato matando al ungido del Señor. No temió hacerlo. Todo lo contrario, creyó cumplir con su obligación terminando con la vida de Saúl. Esa es la naturaleza de pecado que habita en el hombre caído. No podemos ser indulgentes con las obras de la carne, acabarán matando en nosotros la vida de Dios y su llamamiento.
Andar en el Espíritu y no satisfacer los deseos de la carne es condición indispensable para no acabar muertos a manos de un amalecita.