PANORÁMICA del Nuevo Testamento – EFESIOS

Anunciaron la palabraCarta a los EFESIOS

HISTORIA DE LA CARTA

Fue escrita por el apóstol Pablo alrededor del año 61-63 d.C. cuando estaba en la cárcel de Roma.

La ciudad de Éfeso. Situada en el Asia Menor, lo que hoy es Turquía, y antigua provincia romana. Allí estaba el templo de la diosa Diana, que era uno de los edificios más importantes del mundo.

La iglesia en Éfeso. Fue establecida por Pablo en su tercer viaje misionero.  Ocupaba un lugar importante en la iglesia primitiva detrás de Jerusalén y Antioquia. Los pormenores de su fundación los encontramos en Hechos 18:18-20:1,17-28. Antes de asentarse durante varios años en la ciudad el apóstol hizo una primera visita poco después de salir de Corinto. En esa primera estancia que duraría tres meses, entró en la sinagoga, como era habitual en él, y discutió (debatió, persuadió) con los judíos. Estos le rogaron que se quedara con ellos por más tiempo, pero él no accedió puesto que tenía pensado llegar a Jerusalén para la fiesta que se aproximaba. Se comprometió a volver de nuevo dejando allí a sus compañeros de milicia Priscila y Aquila (Hch.18:18-21).

Mientras tanto, llegó a Éfeso un judío, predicador fogoso, elocuente y poderoso en las Escrituras, llamado Apolos, que aunque hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, solamente conocía el bautismo de Juan. Oyéndole Priscila y Aquila le tomaron a parte y le expusieron más exactamente el camino del Señor (Hch.18:24-26). Una vez aceptada la corrección por parte de Apolos, su mensaje cobró una nueva dimensión y fue de gran provecho a los hermanos de Acaya, la nueva provincia donde viajó para predicar, refutando con gran vehemencia y públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Mesías (Hch.18:27-28).

Tiempo después regresó a Éfeso el apóstol Pablo. Estuvo en la sinagoga durante tres meses nuevamente, como siempre hacía, y fue allí donde se encontró a doce discípulos del Señor que no habían oído hablar del Espíritu Santo, ni siquiera del bautismo en el nombre de Jesús (Hch.19:1-10). Una vez bautizados y llenos del Espíritu por la imposición de sus manos el conflicto fue inevitable. Algunos de la sinagoga se endurecieron, resistieron la palabra que se predicaba y maldijeron el Camino entre la multitud. Pablo apartó a los discípulos y abrió un lugar de enseñanza en un edificio llamado la escuela de Tiranno. Durante dos años estuvo entregado a la preparación de estos discípulos con una repercusión tan grande que los habitantes de Asia, ―judíos y griegos―, oyeron la palabra del Señor. Hubo manifestaciones milagrosas extraordinarias, incluso ponían sobre los enfermos los paños o delantales de Pablo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían (Hch.19:11,12). Y una vez más se desató la persecución. El detonante fue el negocio de los templecillos de Diana; el culto predominante de la ciudad de Éfeso. Este lugar albergaba uno de los templos más prominentes de la antigüedad. Su negocio religioso floreciente se veía ahora amenazado por el mensaje del evangelio, entrando en conflicto con los dioses que se hacen con las manos (Hch.19:23-41). Pablo tuvo que salir de la ciudad donde el evangelio había impactado con gran poder. Se produjo una revuelta social. Las multitudes se juntaron manipuladas por los comerciantes que vieron peligrar su negocio, aunque los discípulos no fueron iconoclastas, ni habían sido sacrílegos o blasfemadores de la diosa (Hch.19:37). El apóstol Pablo salió de la ciudad después de tres años en los que se estableció la nueva congregación. Llamó a los ancianos responsables a Mileto donde se reunió con ellos para darles las últimas instrucciones antes de partir.

El apóstol había fundado una de las congregaciones más importantes de la antigüedad. A esta iglesia se dirige ahora por escrito en una de sus cartas más profundas y de la que veremos su contenido a continuación. Recordemos también que fue a esta congregación donde se dirigió el primer mensaje de las siete iglesias de Apocalipsis (2:1-7). Posteriormente sería Timoteo el encargado de pastorearla (1 Tim.1:3,4); y según la tradición fue aquí donde el apóstol Juan pasó los últimos años de su vida.

Los temas predominantes en los que hemos dividido su contenido son los siguientes:

  1. Beneficios de la obra del Mesías. (1:3-14)
  2. Oraciones de Pablo por los efesios. (1:15-23) (3:14-21)
  3. De muerte a vida. (2:1-10)
  4. El misterio del evangelio. (2:11-3:13)
  5. Un sólo cuerpo: el cuerpo del Mesías. (4:1-16)
  6. Una nueva manera de vivir. (4:17-6:9)
  7. Batalla espiritual y la armadura de Dios. (6:10-20)

ENSEÑANZAS Y TEMAS

  1. Beneficios de la obra del Mesías (1:3-14)

En esta epístola encontramos una excelente muestra de nuestra posición en el Mesías. En él tenemos grandes beneficios que debemos descubrir para conocer nuestra identidad, lo que somos, tenemos y podemos en él. La obra substitutoria de Cristo en nuestro lugar produce grandes beneficios que debemos descubrir a lo largo de nuestro peregrinaje. Aceptar la mesianidad de Jesús, llamado el Cristo (Mesías, Ungido), como Señor de nuestras vidas, debe llevarnos a permanecer firmes en él y su palabra con fidelidad (Rom. 10:8-10) (Fil.2:11) (Jn.8:31 y 15:7) (2 Jn.9).

Es por voluntad de Dios que hemos sido puestos en Cristo. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús (1 Co.1:30). No debemos olvidar la simbiosis que siempre aparece  en la predicación del evangelio entre la voluntad soberana de Dios y la responsabilidad del hombre al aceptarla. A los efesios les dice: En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Ef.1:13). Es importante recordar este aspecto crucial del evangelio en unos tiempos cuando ha rebrotado con fuerza la teología calvinista determinista que, pretendiendo combatir el liberalismo nocivo, hace naufragar la fe de algunos. Pero sigamos con el texto que nos ocupa.

Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual en Cristo (1:3) (Hch.3:26). Las riquezas del evangelio tienen una dimensión espiritual evidente que no debemos torcer para convertirlas en un materialismo propio de nuestra generación.

Dios nos ha escogido en el Mesías antes de la fundación del mundo con el propósito evidente de que seamos santos (apartados) y sin mancha (1:4), en medio de una generación maligna y perversa (Dt.32:5 y Fil. 2:15). Ser luz y sal en la tierra es propósito fundamental de los hijos de Dios en un mundo anegado de oscuridad y obras inicuas. (Mt. 5:13-16) (1 Co.1:30 y 6:11) (2 Tes.2:13,14) (1 P.1:14-16).

Dios nos ha adoptado como hijos suyos por amor, y según su buena voluntad, mediante Jesús el Mesías (1:5). Debemos recordar que ser adoptados significa que no éramos hijos de la familia original (Israel), y que por la gracia del Señor hemos sido injertados en ella (Rom. 11:24). Encontraremos mas detalles a medida que avancemos en su contenido (Rom.8:14,15) (Gá. 4:4-7).

Dios nos ha aceptado como hijos mediante el Mesías, por su mediación, redención y substitución (1:6). En otro tiempo, nosotros los gentiles, éramos extranjeros, extraños a los pactos y las promesas, sin esperanza y sin Dios en el mundo, pero ahora mediante el Mesías de Israel, hemos sido aceptados como hijos con los mismos derechos mediante el nuevo pacto. No deberíamos olvidar nuestra condición anterior cayendo en la soberbia de la teología del reemplazo, pecado que hemos heredado y que ha producido un antisemitismo cristiano insoportable e incomprensible a lo largo de la historia. Ahora que hemos sido aceptados como hijos debemos recordar nuestra antigua condición de extraños y ajenos, lo que éramos sin Dios, el Dios de Israel, pero que ahora mediante el Mesías, hemos sido hechos cercanos para poder acceder al trono de la gracia con seguridad y confianza (Heb. 4:16 y 10:19-22) (Ef.3:12). Recordemos estos textos: (Rom.11:30) (Gá.4:8) (Ef.2:2,3,11,13) ( Col.1:21 y 3:7) (1 P. 2:10).

Dios nos ha librado del poder del pecado y de la muerte mediante la sangre de Jesús (1:7). La sangre derramada del justo lo ha hecho posible. Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Sin la sangre penetrando al lugar santísimo no es posible la redención del hombre. Esa sangre, donde estaba contenida la vida del Hijo de Dios, venció la muerte y su poder. Quedó anulado su temor (Heb.2:14,15); fue vencida en victoria (1 Co.15:54); y sacada a luz la vida y la inmortalidad (2 Tim.1:10). Nuestros pecados han sido perdonados por la ofrenda de la sangre del Mesías, hecha una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención (Heb.9:11,12) (Miq.7:18,19).

Dios nos ha hecho herederos juntamente con Cristo (1:11,14,18). La consecuencia de haber sido aceptados como hijos es que somos hechos herederos de la herencia que pertenece al primogénito (Col.1:15,18) (Ap.1:5) y de la que somos coparticipes y coherederos (Ro.8:15-17) (Gá.4:4-7).

Dios nos ha sellado con el Espíritu Santo de la promesa (1:13,14). Es el sello de propiedad y pertenencia hasta el día de la redención final (Ef.4:30). Hemos sido comprados por precio como propiedad de Dios para glorificarle y no hacernos esclavos de los hombres (1 Co. 6:20 y 7:23). Por eso el Espíritu que ha puesto en nosotros nos anhela celosamente (Stg.4:5). Esta fue la promesa que Jesús hizo a los suyos antes de ascender al cielo, y que debían esperar en Jerusalén cuando descendiera el Espíritu Santo para sellarla en nuestros corazones haciéndonos coparticipes de las abundantes riquezas de su gracia en los lugares celestiales (Hch.1:4 y 2:33), dándonos así un anticipo de la herencia eterna mediante las arras del Espíritu (2 Co.1:21,22) (Heb.6:4,5).

Debemos decir con el salmista: «Bendice, alma mía, al Señor… y no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal.103:1-5). Y con el apóstol recordar las misericordias de Dios, presentando nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional (Ro.12:1). Por tanto, memoria, gratitud y entrega deben ser tres de los pilares esenciales en nuestra nueva relación con Dios.

  1. Oraciones de Pablo por los efesios (1:15-23) (3:14-21)

La vida de oración era una constante en el apóstol y autor de esta carta. En tan solo seis capítulos encontramos dos oraciones especificas que Pablo hacia a favor de los hermanos de la congregación de Éfeso, y que podemos suponer también realizaba por otros. De ellas aprendemos algunas cosas importantes en relación a la vida de oración en la iglesia primitiva. Analicemos su contenido.

Primera oración (Efesios 1:15-23)

Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

Lo primero que menciona es la acción de gracias a Dios por la fe y el amor de los efesios hacia todos los santos (1:15,16). Luego pide a Dios lo que quiere para ellos: espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento del Mesías (1:17). Comprende el apóstol que llegar a conocer su naturaleza y obra es esencial para la vida del nuevo discípulo, algo que damos por hecho en muchas congregaciones hoy, y que no solo tiene que ver con una infinidad de estudios bíblicos. Sin revelación ni conocimiento, ―visión―, el pueblo perece, como diría el profeta Oseas (4:6). Y para ello es necesario que sean alumbrados los ojos del entendimiento (1:18), petición que hace Pablo por los efesios. Un entendimiento embotado, entenebrecido, obstinado en el error, la obcecación y el fanatismo legalista o libertario solo producirá trastorno a la causa del evangelio. Todo ello precisa de una oración bien concreta y eficaz de los responsables de las congregaciones.

Pablo estimaba una prioridad conocer al Mesías, su Señor (Fil.3:7-10). La verdadera excelencia de su vida era conocerle, teniendo todo lo demás por basura para ganar a Cristo, a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, participando en sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte. Todo ello muy lejos del cristianismo tibio de nuestra generación. También para el apóstol Pedro era una prioridad el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristo (1 P.1:2,3,5,8). Comprende que escapar de las contaminaciones del mundo está ligado al conocimiento del Mesías (1 P.2:20); y que ese conocimiento tiene que ir creciendo en paralelo a la gracia recibida (2 P.3:18).

La meta final de todos los santos es alcanzar la madurez mediante el conocimiento del Hijo de Dios, llegar a un varón perfecto (maduro), a la medida de la estatura de la plenitud del Mesías (Ef.4:13). Y siendo más preciso, el apóstol Pablo concreta cuales son las verdades que se deben alcanzar una vez que los ojos del entendimiento han sido alumbrados y la luz penetra en él. (1) La esperanza a la que Dios nos ha llamado (1:18) (Rom.8:29) (1 P.1:3) (1 Jn. 3:1-3) (Fil.3:20,21) (2 Tes.2:13,14). (2) Las riquezas de la gloria de su herencia en los santos (1:18) (Ef.1:7; 2:6,7) (Fil.4:19) (Col.1:27). Y (3) cual es la supereminente grandeza de su poder para los que creemos (1:19). Se refiere al poder que obró en el Mesías cuando resucitó y fue exaltado hasta lo sumo sobre todo principado y señorío; sobre todo nombre que se nombra, y que fue dado como cabeza a la iglesia (Ef.1:19-23). Ese mismo poder que actuó en Cristo es el que Pablo está pidiendo para que actúe también en los discípulos de Éfeso. El evangelio es poder (Rom.1:16). La predicación debe ser con poder (1 Co.1:18; 2:4,5; 4:20; 5:4; 6:15). Esa era la fuerza que operaba en el apóstol de los gentiles como él mismo reconoce cuando escribe a los colosenses (Col.1:29).

Vivimos muy lejos de estas verdades y manifestaciones reales del poder de su fuerza. Su poder se perfecciona en nuestra debilidad (2 Co.12:5,9,10 y 13:4); pero cuando creemos ser fuertes, sin necesidad de nada, entonces somos ineficaces para la edificación de la iglesia del Señor (Ap.3:14-17). Este es el estado espiritual mayoritario del cristianismo occidental de nuestra generación. Necesitamos volver a la oración de Pablo por los efesios, que en esta primera reseña concretó en dar gracias, pedir revelación para conocer verdaderamente al Mesías sabiendo acerca de nuestra esperanza, herencia y poder que emanan de él mismo.

Segunda oración (Efesios 3:14-21)

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.

El apóstol nos indica en este caso la posición que toma al realizar la oración. Se pone de rodillas en la cárcel de Roma donde se encuentra para retomar la oración por los efesios. Aquí su plegaria está orientada a la petición. Pide que sean fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu (3:16). Comprende que la fortaleza verdadera procede del hombre interior en conexión con el Espíritu de Dios. De esa fortaleza interior debe brotar la realidad de que el Mesías habita en sus corazones y se manifiesta en sus vidas de manera evidente (3:17). Esta es una verdad fundamental de la fe cristiana: Cristo en nosotros la esperanza de gloria (Col.1:27). Con Cristo estamos crucificados, y ya no vivimos nosotros en nuestra capacidades y habilidades, sino el Mesías, y lo que hacemos en la vida cotidiana lo hacemos en la fe del Hijo de Dios (Gá. 2:20). Pide también que sean capaces de comprender y experimentar el amor de Yeshúa en sus cuatro dimensiones: anchura, longitud, profundidad y altura. El amor excede al conocimiento, porque el conocimiento envanece, pero el amor edifica (1 Co.8:1). Comprender el amor del Señor producirá inevitablemente una transformación interior de donde emanará su propia vida a través de la nuestra. Es la fusión que resume en otro lugar: El que se une al Señor es un espíritu con él (1 Co.6:17). El autor de esta carta está convencido que Dios hará todas las cosas más de lo que piden y entienden, según el poder que actúa en ellos (3:20). Por tanto, termina su oración con un canto de alabanza: A él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén (3:21).

En estas dos oraciones tenemos un modelo para orar con eficacia por los hermanos de las congregaciones.

  1. De muerte a vida (2:1-10)

Estos diez primeros versículos del capítulo dos son muy esclarecedores de lo que es la salvación que contiene el evangelio de Dios. Al desarrollarlos el apóstol hace énfasis en dos términos que son esenciales para comprender la diferencia entre una religión y la nueva relación que contiene el evangelio. Me refiero a muerte y vida. Veamos cada uno de ellos por separado.

Muerte. Cuando estabais muertos en delitos y pecados (2:1). Debemos comprender que no se trata de la muerte física sino de muerte espiritual, es decir, separación de Dios, la Fuente de vida y salud. Incluso la muerte física no es aniquilamiento, sino separación del cuerpo y alma del ser humano. La muerte espiritual a la que se refiere el apóstol es la consecuencia del pecado que ha hecho separación entre Dios y el hombre, y nuestros pecados han hecho ocultar de nosotros su rostro para no oír (Is.59:2). Es la condición del hombre que vive en sus delitos y pecados, el hombre natural, no renacido, que sigue la corriente de este mundo bajo la influencia del príncipe de la potestad del aire, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales vivían antes los discípulos de Yeshúa en la ciudad de Éfeso, en los deseos de su naturaleza carnal y pecaminosa, haciendo la voluntad de ellos y movidos por los pensamientos ajenos a la voluntad de Dios. Esa forma de vida que la Biblia llama muerte espiritual, alejados de Dios, coloca a los hombres en un estado de hijos de ira y rebelión, la misma naturaleza heredada por el pecado de Adán, y desarrollada por la rebelión de Lucifer, el adversario de Dios.

Es una vida-muerte que no puede agradar a Dios ni tampoco puede (Ro.8:5-8). Es la deriva de los pensamientos humanos influidos por el príncipe de la potestad del aire y sus espíritus engañadores. El hombre en este estado está sometido a la tiranía del pecado y la opresión de potestades territoriales que ejercen dominio sobre él para impedirle obedecer a Dios y sujetarse a su justicia. Para ello se necesita renacer a una nueva vida y naturaleza. Y esa vida viene de Dios.

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados. En este texto se fundamenta gran parte de lo que en la teología calvinista se ha dado en llamar depravación total. Es decir, que el hombre no puede hacer nada para obtener la salvación puesto que está muerto y no tiene actividad volitiva o emocional. Esta postura teológica radical choca frontalmente con muchos textos bíblicos en los que la voluntad del individuo debe responder al ofrecimiento de la salvación una vez ha oído su mensaje. Este ha sido y es un conflicto teológico sin resolver entre la soberanía de Dios y el libre albedrio. Aquellos que se aferran a un sistema doctrinario cerrado y extremo pretenden salvar la soberanía de Dios creando otros que conducen a razonamientos deterministas que desembocan en Dios como autor del mal y el hombre como mero espectador de lo que ya ha sido establecido y no se puede cambiar. La Escritura desborda este reduccionismo sistémico y nos libera de sus ataduras aunque podamos encontrar en ellas cierta ambigüedad para una simbiosis compleja entre la voluntad de Dios y la nuestra a la hora de obtener la salvación.

Pretender que el hombre está preso de una depravación total y le imposibilita para oír y recibir el evangelio es una incongruencia que choca siempre con la predicación del evangelio a toda criatura. De todos modos no vamos a resolver este dilema aquí, entre otros motivos, porque entendemos que la misma Escritura no lo resuelve satisfactoriamente y por ello debemos avanzar en el contenido de la epístola sin aferrarnos a sistemas doctrinales que nunca aparecen diseñados en la Biblia. Resumiendo: la muerte de la que habla el autor es separación de Dios, de su vida y bendición, nos coloca bajo la ira justa de un Dios airado con el pecado y la rebelión (Jn.3:36), pero que en su misericordia nos ha dado vida después de oír el evangelio. Es lo que el mismo Pablo dice un poco antes: habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa (1:13). Sin consciencia para oír, ni voluntad para recibir (como promulga el calvinismo determinista) no podremos recibir. Por lo que la depravación total a la que se refiere el sistema mencionado ni aparece en la Escritura, ni se deriva de este pasaje de Efesios.

Vida. Y él os dio vida a vosotros… Esta vida es de Dios, dada por gracia mediante el evangelio una vez oído y aceptado voluntariamente. Jesús vino para dar vida (Jn.10:10), después que la hubiéramos perdido en Edén por el engaño de Satanás. Por tanto, en él recuperamos la vida espiritual (Dios es Espíritu) que nos fue arrebata por el pecado produciendo muerte, ―separación―, del Autor de la vida. Esta vida penetra en nuestro espíritu mediante el renacimiento por el Espíritu de Dios. Es comunión con Dios cuando recibimos la salvación y el perdón de pecados. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom.6:23). Es la consecuencia del amor de Dios. Por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (Ef.2:4,5). La unión mística con Jesús se produce fusionándonos en un mismo espíritu (1 Co.6:17). Comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (1 Jn.1:3) 2 Co.13:14). Esta es una de las enseñanzas fundamentales del apóstol Pablo en todas sus cartas: «estamos en Cristo». Unidos con él. Y nada ni nadie nos podrán separar de su amor. Hemos sido unidos con el Mesías en su muerte, resurrección y exaltación, alejados del alcance del pecado que ya no se enseñoreará de nosotros (Rom.6:14), y sentados en lugares celestiales con Cristo en una posición de autoridad donde el diablo no podrá ejercer su dominio sobre nosotros (2:6).

Esta vida de Dios nos hace participantes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4); nos traslada de la potestad de las tinieblas al reino de su amado Hijo (Col.1:13). Nos hace coparticipes del poder de resurrección que operó en Cristo sentándole en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío (Ef.1:20-21) (Col.3:1-4). Es la vida bajo la bondad de Dios (2:7). Viviendo en la esfera de la gracia (Rom.5:1,2) protegiéndonos del dominio del pecado y capacitándonos para vivir y andar en una nueva manera de vivir. Las cosas viejas pasaron. Todo ello mediante la fe que ha liberado en nosotros la vida de Dios a través de la gracia. No hay meritos personales. Gracia. Sin gloria humana (2:8,9). Es la base de la salvación de Dios que pone en marcha en nuestras vidas las buenas obras preparadas de antemano para que andemos en ellas (2:10). Estas obras tienen el fundamento de la nueva vida; son el resultado de la nueva naturaleza (somos hechura suya) estrenada en Cristo. Creados en Cristo Jesús para buenas obras. Fe y obras son inseparables. El nuevo hombre ha sido creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24) (1 Jn.3:9 y 5:4,18), por la resurrección de Jesús (1 Pedro 1:3). Bajo este fundamento apostólico debemos comprender que la vida cristiana no es una serie de ceremonias y rituales religiosos, sino vida, la clase de vida de Dios (Zoé en griego). La vida cristiana es un cambio de naturaleza. Para ello es necesario nacer de nuevo (Jn.3:3-5). Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida (1 Jn.5:11,12). Hay que venir a Jesús, él es el dador de la vida (Jn.14:6).

  1. El misterio del evangelio (2:11-3:13)

El evangelio es un misterio revelado. Pablo lo deja meridianamente claro en el pasaje que vamos a estudiar en esta sección de su carta a los efesios. Un misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres como ahora estaba siendo revelado por el Espíritu mediante apóstoles y profetas (3:5). Todo misterio necesita revelación para que sea dado a conocer y pueda ser entendido y disfrutado en plenitud. El camino mediante el cual se produce este recorrido está bien delimitado. Leemos en Romanos 16:25,26 Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes [naciones 1:5] para que obedezcan a la fe. Ese recorrido nos ha llegado mediante los profetas de Israel y el legado de las Escrituras que nos han dejado.

Por tanto, somos deudores y deberíamos ser agradecidos a Dios en primer lugar, y al canal que ha usado para hacernos llegar el misterio oculto que ahora ha sido manifestado y del que nos hemos beneficiado. Ese misterio se resume en una persona y un nombre, el nombre de Yeshúa. Es la predicación de su nombre y obra que libera el misterio para su bendición a todas las naciones. Una parte de ese misterio es que los gentiles, que en otro tiempo estábamos sin Mesías, alejados de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (2:11,12); ahora mediante el Mesías, nacido bajo la ley, heredero de Abraham y David, la simiente que había de venir, hemos sido hechos cercanos por la sangre derramada en la Cruz del Calvario (2:13). En esa obra redentora conseguimos la paz; él es nuestra paz (2:14). Una paz entre los pueblos, separados por cultura, tradición, pactos y promesas divididos en dos grandes bloques: Israel y las naciones (los gentiles, el resto de pueblos y naciones), ahora hemos sido hechos uno en el Mesías. La pared intermedia de separación con sus rituales y ceremonias incomprensibles para una mente profana como la nuestra, ha sido derribada para crear de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz (2:14.15).

Hemos sido reconciliados con Dios en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (2:16). Este misterio incomprensible para ambos, ahora se ha revelado para salud de todos. Los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre (2:18). Por tanto, se ha establecido una fusión misteriosa en la que los gentiles, ajenos al Dios de Israel (salvo en algunos prosélitos) hemos sido hechos conciudadanos, miembros de la familia de Dios, coherederos y coparticipes de la promesa en Cristo mediante el misterio del evangelio (2:19) (3:6). Entramos así en la universalidad del mensaje a todas las naciones.

Observa estos términos: conciudadanos (significa que ya había ciudadanos del reino y ahora otros hemos sido incluidos en la ciudadanía de Israel, ya no somos extranjeros ni advenedizos). La familia de Dios (hemos sido hechos miembros de la familia de Dios que ya existía originalmente en la familia de Abraham y Sara, cuya descendencia formó el pueblo de Israel de quien viene la simiente santa ―el Mesías― para bendecir a todas las familias de la tierra). Coherederos (significa herederos junto con aquellos que ya lo son. Participamos de la herencia de Israel, sus promesas y pactos mediante el evangelio de Jesús). Copartícipes (nos recuerda una vez más que somos participantes de la promesa hecha a los padres de la nación hebrea y de la que ahora mediante el Mesías somos participantes, injertados en ella).

Es necesario recordar estas verdades esenciales porque el desarrollo ulterior a los escritos de los apóstoles ha sido muy distinta a como ellos la concibieron. La historia de la iglesia posterior a la sinagoga del primer siglo se apartó de las enseñanzas apostólicas, y aún más del mensaje de los profetas de Israel, y hemos pecado gravemente de arrogancia y soberbia a través de la Teología del Reemplazo que ha causado dolor y vergüenza al evangelio de Dios. En lugar de provocar a celos a Israel le hemos robado las Escrituras y predicado un Mesías no judío, sino helenístico en muchos aspectos. Por tanto, no hemos tenido tanta revelación del misterio de Cristo de la que seguimos jactándonos, cuando en lugar de comprender que la cruz derriba la pared intermedia de separación, y echa abajo las enemistades, hemos levantado muros ignominiosos que han provocado el rechazo del evangelio de los judíos desde el segundo siglo de nuestra era. Debemos rectificar y arrepentirnos de los pecados de nuestros padres (de la iglesia) y la herencia que hemos recibido de intransigencia reformada. Hay un solo cuerpo (2:16), el cuerpo del Mesías, compuesto de judíos y gentiles (Gá.3:26-28). El apóstol usa también la imagen de un edificio y un templo (2:21) donde Dios habita por el Espíritu (2:22).

Un nuevo hombre redimido que constituye un solo pueblo que ya existía y en el que hemos sido injertados gentes de todo pueblo y nación. Recordemos que los primeros diez años de cristianismo la práctica totalidad de convertidos al evangelio eran judíos, donde poco a poco fueron integrándose gentiles de toda condición. Sin embargo, el devenir posterior y su complejidad, hizo que se levantara un edificio institucional llamado la iglesia que pretendió ocupar el lugar de Israel en los planes de Dios. Una manifestación evidente del pecado de Jeroboam. Hay misterio en todo ello y la falta de revelación con la arrogancia añadida ha levantado teologías extrañas y ajenas al plan original al de Dios. Misterio, dice el mismo apóstol en su carta a los romanos, en cuanto al endurecimiento en parte de Israel, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles (Rom.11:25). He desarrollado este trema ampliamente en mi libro El enigma Israel. Concluyo el capítulo con la siguiente reflexión: si sabemos que Dios resiste a los soberbios deberíamos preguntarnos como iglesia si no habremos abrazado algunas doctrinas extrañas resultado de la arrogancia heredada de escuelas teológicas que nos han alejado del evangelio que se había mantenido oculto desde tiempos eternos, y que por las Escrituras de los profetas se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe. Pensamos. El evangelio estaba contenido en el mensaje de los profetas y su revelación fue gradualmente dada a Israel hasta la llegada de aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre, el Hijo de Dios, que era del linaje de David, según la carne. Este mensaje fue prometido antes por sus profetas en las Santas Escrituras (Rom.1:1-3).

  1. Un sólo cuerpo: el cuerpo del Mesías (4:1-16)

Cuando abordamos el tema de la iglesia debemos entender que entramos en un conflicto de conceptos errados. El término iglesia ha venido a significar una institución eclesiástica que está muy alejado de su concepto original. Por otro lado pensamos mayormente en edificios cuando decimos vamos a la iglesia. Sin embargo, la etimología de la palabra iglesia viene del griego eklessia, que significa «reunión del pueblo», que a su vez procede del término hebreo Kahal, que se traduce habitualmente por «congregación» o «asamblea». Por tanto, al hablar de la iglesia como cuerpo de Cristo necesitamos saber a que nos referimos exactamente, qué imagen acude a  nuestra mente, y la comprensión que damos al término. Al pensar en iglesia como congregación o asamblea debemos entender que ya existía en el Israel antiguo; la congregación o asamblea era el pueblo de Israel reunido en torno a la voz de Dios y el templo de Jerusalén (Éxodo 12:3) (Jueces 20:1) (Esdras 2:64) (Salmos 22:22) (Hebreos 2:12) (Hechos 7:38). Deberíamos preguntarnos por qué, salvo alguna excepción, en el  Nuevo Testamento siempre se ha traducido el término congregación por iglesia. Parece haber un interés en desvincular la congregación ya existente en Israel con la iglesia como ente nuevo después del advenimiento del Mesías. Por tanto, estrictamente hablando, la iglesia no comenzó el día de Pentecostés, sino que ya existía el pueblo de Dios, su congregación, y el Señor nunca ha rechazado a su pueblo (Rom.11:1), por ello, cuando hablamos de iglesia en el NT como un organismo distinto a Israel como pueblo elegido hemos introducido la Teología del Reemplazo y el pecado de Jeroboam. Lo que vemos en las cartas apostólicas es que los gentiles hemos sido injertados en Israel, somos participantes de la ciudadanía de Israel y coherederos; lo vimos en el capítulo anterior. Dicho esto, procuremos comprender la enseñanza de Pablo en esta carta sobre el cuerpo del Mesías. Usaré el término «el cuerpo del Mesías» deliberadamente para confrontar nuestra mentalidad gentil con los vocablos hebreos originales. También lo haré con el concepto «iglesia» alternándolo con el más preciso de «congregación». Dicho esto, sigamos.

La congregación de Dios es un solo cuerpo, unida por el mismo Espíritu y llamada a guardar esa unidad. Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vinculo de la paz (4:2,3). El apóstol introduce siete fundamentos esenciales que han de identificar a cada persona que forme parte del cuerpo del Mesías. Analicémoslos brevemente.

Un cuerpo. Como ya hemos dicho hay un solo pueblo, cuerpo, congregación, asamblea, edificio o casa de Dios; todos ellos imágenes o metáforas para identificar lo que hoy conocemos como iglesia, que es el término que se usa mayoritariamente con todas sus connotaciones. Este cuerpo es universal, de entre todas las naciones, y tiene una dimensión local que llamamos la iglesia local. La inmensa cantidad de denominaciones cristianas existentes dan cuenta de la complejidad a la que hemos llegado fraccionando el cuerpo, que es uno solo, identificado con los siete puntos que expone Pablo en esta carta.

Un Espíritu. El Espíritu de Dios distribuido sobre todos aquellos que conforman el cuerpo del Mesías. Este Espíritu sella como propiedad de Dios a cada uno de los redimidos formando parte del gran pueblo del Señor en la tierra. El Espíritu nos bautiza en un cuerpo (1 Co.12:11-13). Este Espíritu dirige, inspira, enseña, corrige y ayuda como Consolador a toda la iglesia. Si alguno no tiene el Espíritu de Dios no es del cuerpo, no es de Cristo (Rom.8:9).

Una esperanza. La esperanza de vida eterna. Es una de las señas de identidad básica de todo hijo de Dios. Esta esperanza contiene ser transformados a la imagen de su Hijo con un cuerpo glorificado (Rom.8:29) (Fil.3:20,21) (1 Jn.3:1-3) (2 Tes.2:14). Esperanza de resurrección (1 Co.15). Todos los que son del Mesías tienen esta esperanza viva en sus corazones como baluarte de la fe (1 Pedro 1:3,4).

Un Señor. Hay un solo Dios y un solo Señor, Jesucristo (1 Co.8:6). Y nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu (1 Co.12:3). Aquí tenemos un solo Dios manifestado en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Reconocer a Jesús como el Señor de nuestras vidas con todo lo que ello significa es la confesión de fe que nos identifica como pueblo de Dios (Rom.10:8-10). En su nombre tenemos salvación, perdón de pecados y somos trasladados a su reino, unidos al Mesías, por tanto, formando parte del pueblo de Dios (Hch.4:12) (Jn.14:6) (1 Tim.2:5) (Fil.2:9-11).

Una fe. La invocación del nombre de Yeshúa se concreta en una confesión de fe, la fe que salva y vence al mundo (1 Jn.5:4,5). El justo vive por fe (Hab. 2:4). En esta fe está incluida la doctrina esencial del evangelio fundamentada sobre apóstoles y profetas, siendo el Mesías la piedra principal del edificio de Dios (Ef.2:20).

Un bautismo. En la Escritura encontramos al menos tres bautismos esenciales: el bautismo en el cuerpo (1 Co.12:13); el bautismo en agua (Mt.28:19) (Mr.16:16); y el bautismo en el Espíritu (Hch.1:5) (Mt.3:11). A ello podemos añadir el bautismo de Juan, precursor del Mesías, y el bautismo en el sufrimiento (Mt.20:22,23). Creemos que el contexto de este pasaje que estamos estudiando se refiere al bautismo en el cuerpo, obra que realiza el Espíritu Santo una vez hemos reconocido al Mesías como Señor de  nuestras vidas habiendo oído el evangelio de la gracia y arrepintiéndonos de  nuestros pecados.

Un Dios y Padre. La paternidad de Dios no se inicia en el Nuevo Testamento, está presente en la relación de Dios con su pueblo Israel desde el principio. Sí podemos decir que el evangelio nos introduce en una dimensión mayor de esta verdad gloriosa. Jesús oraba al Padre (Jn.17:1) y enseñó a los suyos a orar: Padre nuestro (Mt.6:9). La filiación de hijos de Dios no es original de la predicación de los apóstoles, sino que está en los profetas y la revelación dada a Israel. Moisés le dijo a Faraón de parte de YHVH: Israel es mi primogénito (Ex.4:22). El profeta Isaías anuncia: Pero tú eres nuestro padre… tú, oh YHVH, eres nuestro padre (Is.63:16). Y un poco más adelante en su libro vuelve a decir: Ahora, pues, YHVH, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros (Is. 84:8). Por tanto, Israel ya tenía conciencia de ser hijo de Dios mediante el pacto hecho con los patriarcas y por ello de la familia de Dios (Abraham y Sara). El misterio del evangelio revela ahora que los gentiles también, mediante el Mesías, ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo (Ef.2:19,20). Hemos recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba Padre! Y el Espíritu mismo nos da testimonio de ser hechos hijos y herederos de Dios (Rom.8:15-17) (Gá. 4:6).

Estos son los siete fundamentos básicos de nuestra fe. Sobre ellos se sustenta la certidumbre de ser parte del cuerpo del Mesías, la congregación del Dios vivo. Jesús es la cabeza del cuerpo. Ha dado dones a los hombres mientras ascendía a lo alto para tomar su lugar a la diestra del Padre. Para edificar su cuerpo en la tierra ha constituido cinco ministerios: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud del Mesías; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagemas de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo (Ef.4:11-15). En este breve pasaje de la carta del apóstol tenemos una síntesis de como se edifica el cuerpo del Mesías en la tierra. El propósito de los ministerios es perfeccionar a los santos, llevarlos a la madurez, alcanzar la unidad de la fe y la estatura de la plenitud del Mesías; dejando la niñez y fluctuaciones, aprovechadas por hombres que con artimañas del error seducen para apartar de la fe a los discípulos; sino que estos puedan seguir la verdad en amor creciendo hacia la cabeza del cuerpo. Y es desde la cabeza, ―el Mesías―, que todo el cuerpo, concertado y unido se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibiendo así el crecimiento y la edificación en amor (Ef.4:16). Todo un entramado sobrenatural para que el cuerpo como una orquesta armónica y coordinada pueda emitir un sonido agradable a Dios y a los hombres. Así crecía también Jesús en los días de su niñez y adolescencia. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres (Lc.2:52).

Es el modelo del Maestro de hacer discípulos, tal y como les encargó a los suyos poco antes de subir al cielo (Mt.28:18-20). Pablo también siguió este modelo como vemos en esta carta, y que encontramos en su consejo a Timoteo. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros (2 Tim.2:2). Además, usó tres metáforas distintas para enseñar lo que es la congregación de Dios:

  • Un edificio. (Ef. 2:19-22) Cristo como piedra principal.
  • Un cuerpo. (Ef. 1:23;  4:12,16) Cristo como la Cabeza.
  • El matrimonio. (Ef. 5:23-32) Cristo como el esposo.

El cuerpo del Mesías tiene una misión trascendente en la tierra: Ser luz en medio de la incredulidad (Fil.2:15) (Ro.8:19) (Mt.5:13-16). Revelar el misterio oculto del evangelio manifestado ahora por la predicación de las Escrituras para la obediencia a la fe en todas las naciones (Rom. 1:1-5 y 16:25-26). Incluso dar a conocer la multiforme sabiduría de Dios a los principados y potestades en los lugares celestiales (Ef.3:8-10).

  1. Una nueva manera de vivir. (4:17-6:9)

Tenemos ahora uno de los pasajes más amplios de esta carta concretando la nueva manera de vivir que tiene lugar en la vida de aquellos que viven en Cristo y forman parte del cuerpo del Mesías para beneficio de las naciones y las sociedades en las que viven.

La vida cristiana es una nueva manera de pensar, hablar y vivir que debe alcanzar a cada faceta de la vida. Es un proceso mediante el cual vamos dejando atrás la vieja y vana manera de vivir, heredada de los padres (1 Pedro 1:18,19), con sus vicios y pecados, para ser transformados gradualmente a la imagen y carácter de la cabeza del cuerpo que es el Mesías. El cristianismo bíblico es la manifestación de la vida de Jesús a través de cada uno de sus miembros (Gá.2:20) (1 Jn.5:11,12) (2 Co.3:18). Glorificamos a Dios el Padre mediante nuestras buenas obras (Mt.5:16). En este pasaje que vamos a recorrer ahora encontraremos una multitud de aspectos en los que debemos manifestar la nueva vida en Cristo.

La primera transformación que debe producirse en la vida del discípulo es un cambio en su manera de pensar. Debemos abandonar la vanidad de nuestra mente que estaba adaptada a las formas de vida de los otros gentiles (4:17). Recordemos: vivíamos muertos en delitos y pecados, según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de las tinieblas que opera en los hijos de desobediencia. En ese estado vivíamos en los deseos de nuestra carme, haciendo la voluntad de la carne (esclavos de concupiscencias) y de los pensamientos, siendo por naturaleza hijos de ira (2:1-3). Por tanto, la vida cristiana opera en primer lugar un cambio de mentalidad; renovación de nuestros pensamientos como enseña el mismo apóstol en Romanos 12:1,2.

Teníamos el entendimiento entenebrecido, ―oscurecido―, sin luz y verdad, ajenos a la vida de Dios, llenos de ignorancia y dureza de corazón (4:18).

Habíamos perdido toda sensibilidad y vivíamos entregados a la lascivia cometiendo con avidez toda clase de impurezas (4:19).

Pero ahora en Cristo hemos aprendido otra manera de vivir, conforme a la verdad que está en Jesús (4:20,21).

Esta nueva manera de vivir comienza con el despojo del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos. Continúa con la renovación de la mente (Rom.12:2), y culmina esta fase esencial con un vestido nuevo, vestidos del nuevo hombre, que ha sido creado conforme a la naturaleza de Dios, en justicia y santidad de la verdad (4:22-24) (2 Pedro 1:4) (1 Jn.3:9). Una vez que la verdad del evangelio comienza a influir en nuestros pensamientos la consecuencia lógica es adaptar nuestros viejos hábitos a la nueva manera de pensar. Es lo que muchos enemigos de la fe llaman «lavado de cerebro», «te han comido el coco» y cuyos argumentos tanto tememos a veces. Sin embargo, hay algo de verdad en ellos. Un cambio en la manera de pensar dará paso a nuevas costumbres. Invertimos nuestra vida de otra forma. Los valores cambian. Las prioridades también. Hay un nuevo horizonte que se ha abierto ante nosotros, un mundo nuevo que hemos comenzado a explorar. Veamos una reseña amplia de la nueva manera de vivir que aparece en esta carta.

El nuevo hombre y su nueva manera de vivir.

  • No habla mentira sino verdad (4:25).
  • Se enfada pero no peca no dejando que el enojo le domine (4:26).
  • No da lugar al diablo con sus engaños, tentaciones y maquinaciones (4:27).
  • No roba, sino trabaja con sus manos para suplir sus necesidades y compartir con los necesitados (4:28).
  • La manera de hablar experimenta un cambio evidente. No habla palabras corrompidas, sino las que sean buenas para edificar y dar gracia a los oyentes (4:29). No da paso a palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías (engaños o estafas), que no convienen, sino antes bien acciones de gracias (5:4).
  • No entristece al Espíritu Santo con pecado o desobedeciendo (4:30).
  • Desecha la amargura, el enojo, la ira, los gritos y la malicia; cambiándolo por benignidad, misericordia y perdón; perdonando a otros como ha sido perdonado por Dios en Cristo (4:31,32).
  • Como buen hijo, imita a su Padre (5:1) (Mt.5:48) (1 P.1:14-16).
  • Vive y anda según la ley del amor, siguiendo el ejemplo de Jesús que nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante (5:2) (Gá. 2:20).
  • Se aleja de la fornicación (relaciones sexuales antes del matrimonio), de toda inmundicia, y avaricia, que es idolatría. Sabe que ningún fornicario, inmundo o avaro (idólatra) tiene herencia en el reino del Mesías, por ello no se deja engañar con argumentos sutiles y modernos de permisividad, cambiando la doctrina de la piedad. Comprende que por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia, y no quiere participar en tales prácticas que la llamada Ideología de Género ha introducido en muchas legislaciones nacionales pretendiendo legalizar el pecado y los valores contrarios al reino de Dios (5:3-7) (Col.3:5).
  • Anda como hijo de luz.  Sabe que en el tiempo pasado vivió en tinieblas con sus obras predominantes, ahora no hay nada en su vida que tenga que permanecer escondido, puesto que todas sus obras son hechas en la luz y en una buena y limpia conciencia (5:8,9) (Jn.3:19-21) (1 Jn.1:6,7). Dios es luz y sus hijos andan en luz, alejados de la hipocresía.
  • Comprueba, sabe y hace lo que es agradable al Señor (5:10,17). Viviendo en luz, como Él está en luz, podemos conocer su voluntad, y alejarnos de necedades. Como dice el salmista: Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz (Sal.36:9). No participa de las obras infructuosas de las tinieblas, sino mas bien las reprende (5:11). Le es vergonzoso hablar de lo que muchos hacen en secreto. No le mueve la curiosidad morbosa (5:12). La luz acaba poniendo en evidencia las obras de cada uno (5:13) (1 Tim.5:24,25). Por lo cual el hijo de luz despierta y se levanta del sueño (una vida disipada y disoluta) para ser alumbrado por Cristo (5:14).
  • Se aleja de la necedad abrazando la sabiduría para aprovechar bien el tiempo en lo que sabe que es la voluntad del Señor (5:15-17) (Col.4:5).
  • Vive lleno del Espíritu Santo, hablando la palabra de Dios, cantando y alabando al Señor en su corazón, dando gracias siempre por todo al Dios y Padre. Es agradecido (5:18-20) (1 Ts.5:18).
  • Las mujeres casadas están sujetas a sus maridos como al Señor (5:22-24) Le respetan (5:33).
  • Los hombres casados aman a sus mujeres como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Se ocupan de su bienestar físico, mental, emocional y espiritual (5:25-27) (5:28-30). Ambos dejan a sus padres para formar una nueva familia (5:31). Los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, la sustenta y la cuida. En todo ello reconoce el apóstol hay un gran misterio identificándolo con el misterio del Mesías y la iglesia. Una unión santa donde no debe aparecer la promiscuidad, idolatría, prostituyéndose con otros dioses y prácticas mundanas. Como está escrito: Huid de la fornicación… el que fornica contra su propio cuerpo peca (1Co.6:15-20). Hay siempre una conexión entre nuestros actos físicos y el ámbito espiritual de la persona. Somos seres tripartitos integrales, no se puede dividir una actividad de otra, ambas forman parte del mismo ser. El apóstol concluye que somos templo del Espíritu y hemos sido comprados por un precio muy alto para no volver a viejos hábitos cuando éramos tinieblas.
  • Los hijos deben obedecer a sus padres como al Señor. Honrarlos y respetarlos al margen de las corrientes de pensamiento humanista  del espíritu generacional al que pertenecen cada uno (6:1,2).
  • Los padres, por su parte, deben criarlos en una disciplina sana, amonestándolos en amor cuando fuere necesario, sin provocar su ira con medidas irracionales y autoritarias. Instruyéndolos en los caminos del Señor desde la niñez para que cuando sean viejos no se aparten de sus caminos (6:4) (Pr.22:6).
  • Los trabajadores y empleados deben servir a sus jefes de corazón, haciéndolo de corazón como para el Señor y no para los hombres. Procurando el bienestar de la empresa, no por apariencias, sino con sinceridad y respeto. Con nuestra mirada puesta en las cosas de arriba, sirviendo al Señor y viendo en la ocupación que desarrollamos un servicio a Dios en toda su amplitud (6:5-8). Todo lo que hacemos debemos hacerlo de corazón como para el Señor, porque a él servimos, también en nuestro ámbito laboral (Co.3:17,23,24).
  • Por su parte, los amos creyentes, deben hacer lo mismo desde su responsabilidad como empresarios. Sin amenazas. Sabiendo que el Señor de ambos está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas (6:9).

El equilibro de la nueva manera de vivir mediante el Mesías contiene las claves para una vida de paz y bienestar mutuas. El evangelio es la respuesta de Dios a los desafíos sociales con toda su complejidad. Es la voluntad del Eterno para las naciones viviendo en quietud, honestidad, prosperidad y justicia social (1 Tim.2:1,2) (Jer. 29:7).

  1. Batalla espiritual y la armadura de Dios. (6:10-20)

Después de exponer magistralmente el milagro y misterio del evangelio en la vida del nuevo hombre, el apóstol concluye su carta con el mensaje claro de que hay una batalla que pelear. Hay un enemigo que se opone a los propósitos de Dios. La naturaleza pecaminosa y carnal siempre acecha en nuestro interior para impedir el proceso santificador necesario. El sistema de este mundo, orquestado por el príncipe de la potestad del aire que opera en los hijos de desobediencia también actúa sobre nosotros influyendo con sus corrientes de pensamiento. Y por supuesto, nuestro adversario el diablo anda buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8). Busca fórmulas para zarandearnos como a trigo pretendiendo desestabilizarnos y que caigamos en múltiples errores (Lc.22:31,32). Por todo ello el apóstol termina con una apelación a enfrentar esta batalla vestidos de toda la armadura de Dios. Tenemos un enemigo. En algunos círculos evangélicos parece como si el diablo no existiera. En otros puede haber un exceso de demonios. Por su parte el pensamiento postmoderno pretende ignorar su acción. La Escritura es clara en esto y debemos atender su mensaje. Veamos con calma y precisión este pasaje final de la carta a los efesios.

Esta armadura comienza en Dios y su fortaleza. Fortaleceos en el Señor, y en poder de su fuerza (6:10). Nuestra competencia viene de él (2 Co.3:5). Su poder se perfecciona en nuestra debilidad (2 Co.12:9). El rey David, un gran guerrero, siempre tenía presente que su fortaleza venía del Señor, por ello dice: A YHVH he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido (Sal.16:8) (Hch.2:25). Vivía con la consciencia de su presencia, esa era la fuente de su fortaleza. Una de las frases favoritas del profeta Elías, que adoptó también Eliseo, era esta: «vive el Señor en cuya presencia estoy» (1 R.17:1) (1 R.18:15) (2 R.3:14) (2 R.5:16). En medio de una sociedad cargada de idolatría y desobediencia, estos profetas vivieron con su mirada puesta en las cosas de arriba, en el trono de Dios, la fuente de toda autoridad. El apóstol tenía esa misma consciencia y vivía continuamente en una realidad suprema aunque atravesara tormentas en el mar Mediterráneo (Hch.27:23). Delante de Dios hablaba en Cristo (2 Co.2:17). Cuando apelaba a Timoteo lo hacía delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos (1 Tim.5:21). Dios es la fuente de nuestra fortaleza.

El siguiente paso es una acción de nuestra parte para vestirnos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo (6:11). ¿Cómo nos vestimos? Por la fe. El justo vive por fe, y la fe siempre habla desde el corazón, confesando con su boca. Por tanto, ponernos la armadura de Dios es verbalizar esa armadura paso a paso, depositando en nuestros corazones las verdades que contiene. Hay que vestirse para estar firmes contra las asechanzas del diablo. Hay diablo. Hay un poder espiritual que viene a destruirnos, robarnos y matarnos (Jn.10:10). Asechanza es «engaño o artificio para hacer daño a otro». Necesitamos firmeza ante los engaños del diablo que normalmente vienen a nosotros en forma de pensamientos, ideologías, filosofías, incluso teologías. Todo para movernos de nuestra firmeza en la fe del Hijo de Dios. Generalmente el diablo usa persona para realizar su operación. Recuerda: el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (2:2).

Lo pondré de esta manera: tenemos lucha contra (6:12). La vida cristiana no es una arcadia feliz. No hemos sido llamados a un pacifismo pasivo, conformándonos con todas las circunstancias en una especie de determinismo fatalista, aceptando cualquier adversidad con un conformismo de que todo viene de Dios y nos ayuda a bien. Tenemos una lucha contra poderes infernales mencionados aquí como principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo, huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Aparece una especie de jerarquía de poderes espirituales que operan en personas, familias, naciones, sociedades y generaciones enteras con el propósito de oponerse a la voluntad de Dios. No es una lucha carnal, ni contra personas. Aunque los ataques vienen mediante hombres y mujeres que se alinean (conscientemente o no) con estos poderes espirituales para desplegar en la tierra los proyectos nacidos en el mismo infierno. Por tanto, nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios para derribar fortalezas, vanas imaginaciones, y argumentos altivos que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Co.10:3-6).

Por tanto (6:13). Como esto es así, dice el apóstol, debemos tomar toda la armadura de Dios, para poder resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, seguir estando firmes. Nota el empeño en la importancia de la firmeza, que no obstinación. Hay días malos diseñados para sacarnos de la firmeza de la fe, separarnos del amor de Dios y su plan eterno. El enemigo lo intentará, y sería una ingenuidad pensar que no puede conseguirlo abrazando una pasividad muy peligrosa que nos aleje de la exhortación del Maestro: velad y orad para que no entréis en tentación (Mt.26:41). Es cierto que está escrito por el mismo apóstol: Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar de amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom.8:37-39). Ambas realidades forman parte de la vida cristiana. Omitir una en oposición a la otra nos lleva al error. No son divergentes, sino complementarias. Hay días malos que pueden alterar nuestras vidas para siempre. Necesitamos firmeza, resistiendo y confiando en Dios que nos dará la salida para poder soportar (1 Co.10:13), y una vez acabado ese tiempo de zarandeo sigamos manteniendo la firmeza en la fe para las nuevas batallas que vendrán.

Nuestra lucha se presenta en el aire (2:2), en regiones celestes de tinieblas (6:12). Es una dimensión donde penetramos en batalla espiritual que tiene su vertiente física a través de la atmósfera que producen los hijos de desobediencia (2:2) y los que se oponen al evangelio (2 Tim.2:23-26). Además estas potestades ejercen su dominio sobre las personas débiles en la fe que dan lugar al diablo (1 Tes.5:14); sobre los niños (Mr.7:24-30) (Mr.9:21); los matrimonios; a través del ámbito de la mente (Apc.12:10); incluso pueden ejercer su influencia de manera pasajera en discípulos cercanos al Mesías (Mt.16:23); y en el caso extremo de Judas (Lc.22:3). También pidió poder zarandear como a trigo a todo el grupo de discípulos del Señor (Lc.22:31-32).

Por todo ello necesitamos atender al consejo apostólico para vestirnos de toda la armadura de Dios, que viene a ser como vestirse de Cristo (Rom.13:12-14), puesto que cada una de las partes de la armadura tiene su asiento en el Mesías, su naturaleza y su obra.

Ceñidos vuestros lomos con la verdad (6:14) (4:25). Yeshúa es la verdad (Jn.14:6); el evangelio es la verdad revelada a los hombres.

Vestidos con la coraza de justicia (6:14). Jesús es nuestra justicia (Jer.33:16) (1 Co.1:30) (2 Co.5:21). Hemos sido justificados en él. Hemos recibido una conciencia limpia por la sangre de Jesús (Heb.9:14).

Calzados los pies con el apresto [celo, entusiasmo] del evangelio de la paz (6:15). Jesús es nuestra paz, mensaje central del evangelio que debemos anunciar. Justificados por la fe tenemos paz con Dios (Rom.5:1) (Ef.2:14) (Is.54:10-13).

Tomad el escudo de la fe (6:16) para apagar todos los dardos de fuego del maligno. Hay dardos envenenados. Hay un maligno que viene a robar, matar y destruir que no debemos ignorar. Jesús nos enseñó a orar: líbranos del mal, literalmente el maligno. La fe en el Hijo de Dios vence al mundo y su poder (1 Jn.5:4,5).

Tomad el yelmo de la salvación (6:17). La cabeza protegida con la seguridad de la salvación (1 Jn.5:11-13). Es la certeza de haber escapado de la ira venidera (1 Tes.1:9,10) (Jn.3:36). «Grata certeza soy de Jesús» cantamos en el famoso himno.

Y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios (6:17). Fue el arma que el mismo Jesús usó ante las tentaciones de Satanás. Es la espada de doble filo que penetra y discierne (Heb.4:12), combate la mentira, echa fuera los argumentos altivos que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Co.10:3-5), y es útil para enseñarnos, corregirnos, e instruirnos a fin de que el hombre de Dios sea apto (2 Tim.3:14-17). Y por supuesto, es la palabra profética más segura a la cual debemos estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro (2 P.1:18-21). También es la palabra del testimonio que derrota al acusador y sus argumentos (Apc.12:10-11).

Orando en todo tiempo (6:18). Orad sin cesar, dice el apóstol en otro lugar. Una vida de oración incesante nos permitirá aguzar nuestros sentidos espirituales para discernir (Heb. 5:13,14) en la misma presencia de Dios cuando estamos en su secreto de manera constante (Jer.23:18,22). Oración y súplica en el Espíritu, no una oración muerta, religiosa, sin vida, sino ferviente como la de Elías (Stg.5:17,18); y con gran clamor y súplica como la del Mesías Redentor (Heb.5:7).

Hay otras armas espirituales que no aparecen de forma explícita en el pasaje que estudiamos, recordemos tres de ellas.

La alabanza (2 Crónicas 20:19-22). En este pasaje vemos la victoria de Judá sobre sus enemigos liderada por el rey Josafat, los profetas y los levitas adoradores. Así está escrito: Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, YHVH puso contra los hijos de… emboscadas… y se mataron los unos a los otros. En otro lugar dice el salmista que Dios habita en medio de la alabanza de su pueblo (Sal.22:3). Y el mismo apóstol Pablo la usó como un arma poderosa en la cárcel de Filipos (Hch.16:25,26).

El nombre de Yeshúa (Fil.2:9-11). Jesús dijo a los suyos poco antes de ascender al cielo, toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra, por tanto id y haced discípulos a todas las naciones (Mt.28:18,19). Jesús ha sido hecho Señor y Mesías (Hch.2:36). Toda autoridad está condensada en su nombre. Dios es rico para con todos los que invocan este nombre (Rom.10:12). En su nombre tenemos el perdón de pecados, sanidad y liberación. Su nombre es torre fuerte (Pr.18:10). El gravísimo problema que tenemos es que usamos su nombre en vano, echamos muchas veces las perlas a los cerdos y han sido pisoteadas (Mt.7:6). Pero en su origen y plenitud el nombre de Yeshúa contiene todo el consejo de Dios. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (Jn.1:4). No hay otro nombre dado a los hombres en el que podamos ser salvos (Hch.4:12). Toda la Escritura revela el glorioso nombre del Hijo de Dios y manifiesta su grandeza y gloria. El es el YO SOY de Éxodo 3:14 que luego encontramos en los evangelios en toda su amplitud. Jesús mismo dijo: en mi nombre echarán fuera demonios, hablarán en nuevas lenguas… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán (Mr.16:15-20). El Mesías es la revelación de Dios a los hombres. El Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.  Es el Alfa y la Omega, primero y último. Ha vencido la muerte y sacado a luz la vida y la inmortalidad. Es la cabeza de la iglesia y el Rey de los judíos. Es el Deseado de las naciones, el justo que gobernará entre los hombres (2 Sam.23:3) (Jer.23:5,6 y 33:15-17). Conocerle era la máxima del apóstol Pablo en su vida (Fil. 3:8-11). En su nombre hemos sido enviados y capacitados por su Espiritu para realizar su voluntad en las naciones.

La sangre de Jesús  (Ef.1:7;  2:13) (1 P.1:19) (Ap.12:11). Es la sangre del justo que habla mejor que la sangre de Abel (Heb.12:24). Esa sangre tipificada en el hisopo con el que los hebreos rociaron los dinteles de sus puertas para que el ángel exterminador que mataba a los primogénitos no tocara las casas de los hijos de Israel. Esa señal protegió del juicio sobre Egipto al pueblo de las promesas que esa noche salió con mano fuerte de la esclavitud para afrontar una nueva vida de libertad como pueblo de Dios. En esa sangre tenemos redención, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Ef.1:7). Es la sangre que nos ha redimido de la vana manera de vivir heredada de nuestros padres (1 P. 1:18,19). La misma sangre que nos hace vencedores ante los ataques y acusaciones del dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás (Apc.12:9-11). Es la sangre del nuevo pacto, establecido sobre mejores promesas (Heb.8:6); la sangre que limpia nuestras conciencias de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo (Heb.9:13,14). Con esta sangre entró el Mesías en el Lugar Santísimo, una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención (Heb.9:12). ¡Alabado sea su nombre!

Todo un arsenal de armas espirituales que los hijos de Dios hemos recibido para pelear la buena batalla de la fe; poder resistir en el día malo las asechanzas del diablo, y habiendo acabado todas las circunstancias desestabilizadoras con sus zarandeos seguir estando firmes (Ef.6:13). Aprendamos a usarlas y abandonemos la queja.

CONCLUSIÓN

Esta epístola que escribió el apóstol Pablo estando en la cárcel de Roma es una de las más profundas del Nuevo Testamento. Debemos estudiarla una y otra vez. En cierta ocasión oí decir a un viejo y experimentado pastor sueco que él la leía cada día, tardaba unos diecisiete minutos en hacerlo. Nosotros hemos ido viendo algunos de los temas predominantes que nos presenta el texto inspirado por el Espíritu Santo. Acaba con estas palabras:

Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo. La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable.  Amén.  (Ef.6:23,24).

PREGUNTAS Y REPASOEFESIOS (6) - el misterio del evangelio

1.-  Actualmente dónde está situado Éfeso?

2.-  Anota los aspectos principales de la fundación de la iglesia en Éfeso según tu opinión.

3.-  Qué beneficios destacarías de la obra del Mesías.

4.- En 1:15-23 encontramos la primera oración de Pablo. ¿Qué aspectos incluirías en tus propias oraciones a partir de ahora?

5.-  Haz un resumen de los dos términos principales que aparecen en 2:1-10, muerte y vida.  ¿En cuál de ellos te ves a ti mismo?

6.- ¿Cuáles son los siete puntos básicos que identifican a una persona perteneciente a la Iglesia del Señor?

7.-  ¿Qué consecuencias de la nueva manera de vivir en Cristo consideras más importantes para los hermanos que te rodean? ¿Y los que te resultan más necesarios para tu propia vida?

8.-  ¿En qué lugar de esta carta se habla de la lucha espiritual y las armas que tenemos?

9.-  ¿Contra quién tenemos realmente la batalla espiritual según la Escritura?

10.- Haz una relación con las armas espirituales que se mencionan en el estudio.

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