Anunciaron su palabra

Anunciaron la palabraANUNCIARON  SU  PALABRA

Virgilio Zaballos

INTRODUCCIÓN

Jesús les había dado las palabras del Padre a sus discípulos para que ellos, a su vez, las anunciaran a su generación y de ésta para todas las generaciones (Jn.17:14,20).

Veamos el recorrido de la revelación de Dios: El Padre, el pueblo de Israel y sus profetas, el Hijo de Dios, sus apóstoles y a todas las naciones. Por tanto, nuestra base de fe son las palabras de los apóstoles, que a su vez las recibieron del Maestro y Mesías, que las recibió del Padre (Ef.2:20). Esa palabra o revelación, en una proporción amplia, estaba alineada con lo que el pueblo de Israel y sus profetas habían anunciado, aunque en algunos casos la habían mezclado con tradiciones de hombres, o malinterpretado. El Maestro nos da la revelación completa de la voluntad de Dios, además de cumplir lo que faltaba de la redención anunciada por los profetas, produciéndose algunos cambios sustanciales que muchos de los antiguos judíos no pudieron digerir y por tanto rechazaron.

Lo que nos interesa aquí, y donde queremos poner el énfasis, es si los apóstoles obedecieron al Maestro. Veremos si formaron una nueva religión, un sistema o estructura piramidal de poder, o por el contrario se limitaron a proclamar la palabra del Mesías y lo que se derivó de ella. Para ello nos fijaremos en el desarrollo de los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles haciendo hincapié en el término «la palabra».

A. CUAL ES LA PALABRA DE FE QUE PREDICARON (Ro.10:8)

Cuando hablamos de la palabra debemos concretar y definir a que palabra nos estamos refiriendo, de lo contrario caeremos en ambigüedades. Jesús les había dicho lo que tenían que predicar, no dejó ningún cabo sin atar. Les dio instrucciones bien específicas y concretas.

En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús        comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido (Hch.1:1-2).

Estas son algunas de las instrucciones claras que el Maestro dio a los suyos para que predicaran y enseñaran.

  1. Arrepentimiento y perdón de pecados.

Este fue el mensaje de Juan el Bautista, fue el mensaje de Jesús al comienzo de su ministerio, y fue el primer punto de predicación para los discípulos.

Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén (Lc.24:47).

Pedro lo predicó el día de Pentecostés. Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch.2:38). También lo hizo en su segunda predicación. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio… (Hch.3:19).

El apóstol Pablo lo predicó en su primer viaje misionero en Antioquia de Pisidia. Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados (Hch. 13:38). También lo hizo en la capital de la filosofía, en Atenas. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cuál juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quién designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hch.17:30,31).

Y el apóstol Juan lo enseñó en su primera carta. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad (1 Jn.1:9).

  1. La salvación en el Nombre de Jesús.

El apóstol Pedro lo predicó con claridad después de Pentecostés. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hch.4:12).

La obra completa de Jesús limpia nuestros pecados y despeja el camino al Padre. Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Jn.14:6). La obra de Jesús nos da seguridad de la salvación y la garantía de la vida eterna. El Señor fue también muy claro en el caso contrario: El que no crea será condenado. Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que cree en El no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el Nombre del Unigénito Hijo de Dios (Jn.3:17-21).

A este mensaje lo llamamos el evangelio de Jesús. Pablo dijo: predicamos a Cristo crucificado (1 Co.1:23). Hasta aquí todo está claro, y la mayoría de los predicadores de todos los tiempos estarían de acuerdo con esta parte. Sin embargo, el conflicto viene una vez que las personas se convierten al evangelio y se forma una comunidad o congregación. Pronto comienza la tentación de hacer una estructura, un sistema que agrupe a los creyentes y con ello el dominio «justificado» sobre la congregación. La historia nos muestra que pronto se desarrolló esa estrategia por la necesidad de protegerse de las herejías o falsas enseñanzas que surgieron, —la cizaña—, dando lugar al modelo episcopal y más tarde piramidal o clerical. Los que anuncian la palabra deben ser modelos y referentes para los nuevos discípulos no dominadores que se enseñoreen de la congregación. Sigamos en los Hechos de los Apóstoles y veamos su desarrollo inicial.

B. LOS QUE RECIBIERON LA PALABRA

Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hch.2:41,42).

Aquí tenemos el resultado de la predicación del apóstol Pedro. Todo comenzó con recibir la palabra. La consecuencia fue bautizarse y compartir la comunión en Cristo dedicándose continuamente a la doctrina de los apóstoles, la comunión unos con otros, el partimiento del pan y las oraciones.

Luego surgió la persecución para que no hablaran la palabra (Hch. 4:17-20).

Los apóstoles no dejaron de predicar el evangelio, sino que pidieron ayuda al Señor en oración para que les concediera que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras haces señales y prodigios (Hch. 4:23-31).

Los ángeles apoyaron a los apóstoles para que siguieran anunciando la palabra de esta vida (Hch.5:19,20). Sin embargo, la persecución continúo para que no hablaran en el nombre de Jesús. Pedro les dijo a los opositores que era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch.5:27-29). Estos les intimidaron para que no hablasen en el nombre de Jesús, pero los apóstoles no obedecieron (Hch.5:40-42). También hoy las autoridades, mediante leyes contra la intolerancia, están queriendo prohibirnos hablar la palabra en aquello que no es políticamente correcto. Hay un ataque evidente para que la fe bíblica sea arrinconada en el ámbito privado sin expresión pública.

Volviendo al libro de los Hechos vemos que en medio de la oposición al evangelio crecía la palabra del Señor (Hch.6:7).

Algunas consideraciones. El énfasis de los apóstoles estaba puesto en anunciar la palabra, no sus iglesias o ministerios. Los que creían lo hacían por recibir la palabra de Dios no un sistema religioso. Esa palabra engendró la vida de Dios, y la vida se manifestó como vida, no como normas a cumplir. La vida del Espíritu se abrió camino entre los creyentes y se ocuparon en la enseñanza, la comunión, las necesidades de las viudas y los más desfavorecidos y en una vida de oración unánime. Rápidamente se desató la persecución y la prohibición de anunciar el mensaje de Jesús. Los apóstoles no se sometieron, sino que pidieron a Dios valentía para seguir anunciándolo en medio de la persecución. Volvieron a ser llenos del Espíritu y Dios confirmó su palabra con las señales que la seguían.

Hasta aquí los primeros años de obediencia a la predicación del mensaje del evangelio y sus consecuencias. Esta dinámica es la que se mantuvo a lo largo de todo el desarrollo de la congregación primitiva.

CONCLUSIONES

Nos hemos alejado mucho del plan original. La historia de la iglesia nos muestra que hemos mezclado el mensaje con paganismo y que hemos levantado diversos sistemas religiosos contrarios a la voluntad de Dios.

A menudo nos hemos predicado a nosotros  mismos.

En ocasiones se ha monopolizado el evangelio como si fuera propiedad de unos pocos. Así surge el clericalismo que separa la jerarquía por un lado y el resto de hermanos por otro.

No hemos discernido el Cuerpo del Mesías y su diversidad, sino que una parte del todo se ha levantado con la exclusividad sectaria de ser los únicos «portadores» de la verdad.

Otras veces hemos caído en la religiosidad muerta que mantiene el control  mediante dogmas y estructuras religiosas que ahogan la vida del Espíritu. Esto ha ocurrido tanto en iglesias tradicionales, como en nuevas congregaciones de aparente renovación espiritual que lideran personas «carismáticas» que imponen su visión partidista con autoritarismo.

Ante todo ello ¿qué podemos hacer? Algunos se rinden y abandonan, otros se vuelven amargos y resentidos, pero hay los que siguen adelante, tratando de separar el trigo de la paja, respetar a los hermanos de distinta biografía y alentar a los desanimados. Recordamos las palabras del apóstol Judas.

Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo; los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos. Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu. Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén (Judas, 17-25).

Debemos movernos hacia la restauración y edificación de la fe en los hermanos que hayan podido quedar desamparados y dispersos, para que sigan adelante en la fe del Hijo de Dios hasta el final.

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