LAS CARTAS – Enseñanza apostólica (10)
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6,7).
En estas palabras del apóstol tenemos todo un compendio de autoayuda que hace las delicias de cualquier motivador. No en vano muchos de ellos han saltado a las verdades del reino, sin entrar por la puerta, para saquear algunas de las verdades eternas y presentarlas como el último descubrimiento psicológico que nos hará felices y realizados. Eso sí, anulando, evitando o mezclando la verdadera fuente de donde emana la solución: Jesús, el buen pastor.
Los creyentes podemos ser engañados fácilmente por modas o prácticas que tienen apariencia de piedad, pero niegan su eficacia cuando se alejan de la Roca que sostiene el verdadero edificio: El Hijo de Dios. En la Escritura tenemos toda una fuente de vida y salud para dar respuesta a cada una de las necesidades del ser humano. Si entramos por la puerta —Jesús— hallaremos pastos. El Señor será nuestro pastor y nada nos faltará. Incluso cuando andemos en valles de sombra de muerte haremos frente al temor que nos invade, porque su vara y su cayado nos infundirán aliento. Infundir aliento es sacarnos de la depresión.
Jesús es la fuente de agua viva. Debemos saber sacar las aguas de esa fuente inagotable de vida y salud. Él dijo, en cierta ocasión, alzando la voz en medio de una de las grandes fiestas judías: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él (Jn.7:37-39).
El apóstol Pablo revela en estos breves versículos que estamos mirando una de las maneras en que podemos sacar agua de esa fuente, saliendo del desierto que tan a menudo nos anega. Por nada estéis afanosos. Y rápidamente nos da la clave para poder hacerlo: presentando nuestras peticiones delante de Dios, haciéndolo con toda libertad, en un lenguaje natural, expresando y verbalizando la situación que nos aflige; y hacerlo con oración, ruego y acción de gracias. Todo ello en la misma expresión ante el trono de la gracia. Cuando lo hacemos, una primera consecuencia que recibimos es la paz de Dios, paz que supera el entendimiento natural, sin duda, lleno de incertidumbre en esos casos, guardando nuestros corazones y pensamientos en Cristo. La paz que él nos da hará que podamos pensar mejor para saber qué podemos hacer, o esperar, en las circunstancias que nos afligen. He recorrido este camino infinidad de veces a lo largo de mi vida.
La ansiedad perderá su aguijón ante la oración con acción de gracias.