Presentarnos para obedecer
¿No sabéis que cuando os presentáis a alguno como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? (Romanos 6:16 LBLA)
El capítulo 6 de la carta a los Romanos me liberaba y atormentaba a partes iguales en los primeros años de mi conversión. Por un lado veía la verdad gloriosa sobre mi liberación del pecado, por otro, mi lucha interna y la experiencia en diversas ocasiones me recordaba que estaba muy lejos de vivir lo que leía. Esta es la batalla irrenunciable que todo hijo de Dios pelea –o debe pelear− si quiere avanzar en su nueva vida en Cristo.
El conflicto que enfrentamos a menudo entre la verdad leída en las Escrituras y la experiencia que vivimos, debe llevarnos a encontrar la verdad revelada que libera el poder de Dios para ajustar verdad y praxis. La verdad no cambia aunque nuestra experiencia no la confirme. Debemos buscar la complementación de ambas. Dios es fiel, aunque nosotros seamos hallados infieles.
Pablo nos dice: ¿No sabéis? Una vez más nos encontramos con este verbo imprescindible en la vida cristiana, saber. En los versículos 6 y 9 aparece en forma positiva, ahora lo vemos como pregunta retórica, pero incluyendo un conocimiento que todo hijo de Dios debe tener. La pregunta pone de manifiesto que cuando nos presentamos para obedecer a alguien, nos ponemos bajo el dominio de aquel a quién obedecemos, y al hacerlo, quedamos hechos esclavos, sea del pecado o de la justicia. Por tanto, tenemos que nuestra voluntad determina a quién vamos a obedecer, y dependiendo a quién escojamos seremos siervos de un señor u otro.
No podemos servir a dos señores. Uno de los dos tendrá el dominio de nuestras vidas: el pecado o la justicia. El resultado del servicio que escojamos, en uno u otro caso, tendrá consecuencias distintas. Obedecer al pecado nos conduce a la muerte, la separación de Dios. Obedecer a la justicia tendrá fruto de vida eterna (Romanos 2:6-10).
El llamamiento de Dios a sus hijos es para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesús. Pedro escribe a los expatriados y elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. De ahí la pregunta retórica de Pablo con la respuesta que hace a continuación: Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de enseñanza a la que fuisteis entregados; y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia (Rom. 6:17-18).
Hemos sido llamados a obedecer y a ese llamamiento debemos entregarnos para vivir alejados del dominio del pecado sirviendo a Dios