Sacrificios de alabanza y gratitud (12)
Sálvanos, Señor Dios nuestro, y recógenos de entre las naciones, para que alabemos tu santo nombre, para que nos gloriemos en tus alabanzas (Salmos 106:47).
Antes de entrar de lleno en la meditación del texto que nos ocupa me gustaría reseñar algo más sobre los beneficios de nuestra anterior meditación. El salmista se pregunta: ¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios para conmigo? Y él mismo se responde: Te ofreceré sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre de YHVH (Salmos 116:12 y 17). La Escritura tiene una respuesta clara para quienes reciben los beneficios y bendiciones del Señor: ofrecerle sacrificio de alabanza e invocar su nombre. Es el mismo mensaje que encontramos en el Nuevo Testamento (Ver Hebreos 13:15 y 1 Pedro 2:4,5).
Entrando ya en nuestro texto vemos que es posible para el pueblo de Dios perder el propósito esencial de glorificar a Dios. Israel lo perdió progresivamente dejándose infiltrar por los cultos falsos y la influencia de los pueblos paganos que le rodeaban, de tal forma que quedaron anegados por el engaño de la idolatría, perdiendo el propósito de su llamado y recibiendo como consecuencia el juicio de Dios. Rompieron el pacto y por tanto quedaron a merced de las maldiciones reseñadas en el libro de Deuteronomio, cuyo final era ser llevados al cautiverio. Y así fue. Israel fue al cautiverio y estando en esa condición volvieron en sí, como el hijo pródigo, para anhelar y recuperar el propósito de sus vidas. Es el mismo recorrido que la iglesia ha hecho una y otra vez a lo largo de su historia. Incluso en nuestros días, muchos pueden haber perdido el rumbo, haber quedado subyugado por el brillo de Babilonia y perdido la esencia de su llamamiento.
Israel pidió al Señor ser restaurados a su estado primigenio: Sálvanos y recógenos de entre las naciones. De esa manera podrían recuperar el propósito original de ser un reino de sacerdotes y gente santa (Éxodo 19:6). En el cautiverio, junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aún llorábamos, acordándonos de Sión. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos… nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sión (Salmo 137). Sin embargo, los desterrados sabían que su alabanza estaba vinculada a la tierra, la herencia que habían perdido, y ahora en Babilonia su canción se volvió en llanto. Por eso la oración de nuestro texto es para ser recogidos de entre las naciones recuperando así la alabanza a su nombre en toda su plenitud. Lo mismo debe ser anhelado por la iglesia.
Nuestra adoración está vinculada a Sión, —en espíritu y en verdad—, no en tierra extraña babilónica donde seamos esclavos del sistema mundano.