El pecado corrompe la tierra y la llena de violencia
Y la tierra se había corrompido delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia (Génesis 6:11 LBLA)
El pecado del hombre corrompe la tierra. La tierra no se envilece por sí misma si no que sufre los efectos de la acción humana. Hay una conexión evidente entre la moral humana y el deterioro del medio ambiente. Dios creó la tierra como una habitación para ser habitada por el hombre. En ella puso todo tipo de provisión, con una inmensidad de recursos naturales que el hombre tenía que gestionar y administrar. Pero la falta de integridad trae consigo la perversión de todo lo que se hace.
El efecto corrosivo del pecado no se detiene en el hombre, sino que desde la corrupción del ser humano alcanza al medio en el que vive y lo llena de violencia. La violencia engendra muerte antes de tiempo, caos y aflicción. Ese es el escenario en el que el príncipe de la potestad del aire se mueve, por ello está tan interesado en pervertir el corazón del hombre. Todo este proceso se inicia en el epicentro del ser, el corazón, el interior de la persona, por ello la Escritura nos exhorta: Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida (Pr. 4:23).
La naturaleza de pecado tiene un fin último: producir las condiciones de caos, corrupción y violencia para acelerar el reino de muerte y destrucción. Esta es la naturaleza de Satanás. El es homicida desde el principio. Ha venido a matar y destruir. Lo hace mediante los hijos de desobediencia; genera el juicio justo de Dios, porque el hombre es responsable de sus propios actos, tiene voluntad propia aunque esté manipulada y sojuzgada por la ley del pecado que ha invadido su ser.
Los juicios de Dios son tiempos de depuración. La tierra misma será libertada de la corrupción y vanidad a la que fue sometida mediante la manifestación gloriosa de los hijos de Dios. Una vez más vemos la interrelación entre la creación natural y la creación del hombre. La creación gime y sufre dolores de parto para ser liberada de la corrupción. La sangre derramada de Abel en la tierra levantó una voz que fue oída en el cielo (Heb. 12:24). Sangre derramada por la violencia de un hombre corrompido en su naturaleza interior. Hoy vivimos también la manifestación de ese binomio: corrupción y violencia. Parecen ser hermanas gemelas. Recuerda que estamos meditando en la generación de Noé, de la que Jesús dijo que sería similar a la que precede a su venida.
Una sociedad corrompida se llena rápidamente de violencia. No seamos tan ligeros enjuiciando la moral cristiana que siempre actúa como salero de toda corrupción. Pero si la sal se vuelve insípida…