LOS EVANGELIOS – Los milagros glorifican a Dios (6)
Y cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto… (Lucas 19:37).
Los milagros, maravillas y bendiciones recibidas glorifican a Dios. Recuerdo cuando en los años ochenta y noventa hacíamos marchas de alabanza y proclamación en la provincia de Toledo. Algunos nos subíamos a un camión con megafonía cantando y proclamando la alabanza al Dios del cielo, mientras una multitud de personas caminaban detrás danzando y cantando con júbilo. Fueron días de gran regocijo que se han repetido en muchos lugares del mundo con el mismo propósito: dar gloria y alabanza a nuestro Dios y Salvador. Estas manifestaciones tienen su fundamento en aquel memorable día cuando las multitudes judías entonaron aquel: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¿Hosanna en las alturas!
Habían sido testigos de las obras de Dios en sus calles y plazas. Los ciegos habían recibido la vista, los mudos hablaban, los cojos eran sanados, incluso muertos habían resucitado, y a los pobres se les había predicado el evangelio de la redención, la buena nueva de liberación, el año del jubileo, el año de gracia y día de salvación. Por todo ello, las multitudes espoleadas por los acontecimientos que habían tenido lugar en Galilea, Samaria y Judea alabaron a Dios a grandes voces. Y lo hicieron aclamando al Hijo de David, el anunciado por los profetas como Mesías, por tanto, estaban reconociendo implícitamente que estaban ante el Hijo del Bendito (Mr.14:61), el Ungido, la simiente de Abraham, el Mesías que esperaban, el Rey de Israel. ¡Cómo ha ignorado esta verdad la iglesia a lo largo de su historia! Pero sigamos.
La multitud de los discípulos, gozándose, alabaron a Dios a grandes voces. Subrayo: «a grandes voces». Recuerda que las autoridades religiosas dijeron a Jesús que reprendiera a sus discípulos por el escándalo que estaban montando, pero el Señor del trono no lo hizo, sino que les dijo: si estos callaran, las piedras clamarían. Y en esto vivimos hoy. Hay un intento evidente de las autoridades políticas y sus leyes contra la tradición judeocristiana que pretenden ahogar la manifestación pública de nuestra fe. Si callamos tendrán que ser las piedras, en forma de personas no renacidas las que deberán levantar su voz, pero ese es el cometido del pueblo de Dios. Uno de ellos lo encontramos en el centurión al lado de la cruz. Cuando vio todo lo que había sucedido en aquella hora (grandes tinieblas, el velo del templo se rasgó, muchos resucitaron y un gran terremoto) dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo (Lc.23:46-47).
Expresar nuestra alabanza a grandes voces también glorifica a Dios.