Mis días son como sombra que se alarga; y yo me seco como la hierba (Salmos 102:11).
Hay días cuando vivir es una pesada carga. El peso que nos aflige, y que tan fácilmente nos envuelve (Hebreos 12:1), puede llegar a quebrantar el ánimo de tal forma que perdamos el aliento de vida. Nos falta oxígeno anímico para ensanchar nuestra alma. El salmista no esconde su pesar. Hasta en cuatro ocasiones nos habla de días difíciles: mis días han sido consumidos en humo… mis días son como sombra que se alarga… acortó mis días… Dios mío, no me lleves en la mitad de mis días (versículos 3,11,23,24). El sufrimiento de los días malos forma parte de la vida y el propósito de Dios para nosotros. Está escrito que Jesús, por lo que padeció, aprendió la obediencia (Hebreos 5:8). Nuestra sociedad hedonista huye de la obediencia que incluya sufrimiento. Si Jesús tuvo que padecer para aprender a obedecer, el hombre actual que huye de la aflicción ¿cómo aprenderá la obediencia? Jesús vino para llevarse las sombras, vencer las tinieblas, y traernos ríos de agua viva en lugar de hierba seca. Y como conoce nuestra condición de peso y pecado, nos invita a venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera (Mateo 11:28-30). Una vez que estamos «en Cristo» sabemos que el trabajo en el Señor no es en vano.
Padre, ayúdanos a superar los días de sombra, y sequedad, con tu luz y la llenura de tu Espíritu; en Jesús. Amén.