La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy enfermo; esperé compasión, pero no la hubo; busqué consoladores, pero no los hallé. Y por comida me dieron hiel, y para mi sed me dieron a beber vinagre (Salmos 69:20,21).
Hay un tiempo en todo momento de opresión cuando no podemos más. Este salmo mesiánico habla de afrentas, vergüenza, ignominia y adversarios. Es estar rodeados por el mal. No hay tregua. No hay consoladores. Todos me abandonaron. Quedé solo, afligido y desamparado. Con la mirada se busca al menos una señal de comprensión, un signo de humanidad, pero solo se encuentra el poder del mal. A veces el peor dolor no es el dolor mismo, si no la ausencia de compasión. La dureza de los corazones insensibles. En lugar de comida hiel, y pidiendo un poco de agua recibir vinagre. Es la misma cara de la naturaleza del mal. La sordidez de una vida entregada a hacer daño. Entonces llega el quebranto, la enfermedad del alma abatida. Nos rompemos y quedamos a merced de nuestros enemigos, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana aparezca en nuestros corazones (2 Pedro 1:19). Solo el poder de la resurrección podrá vencer tanto mal.
Padre amado, nos entregamos a ti y tu consolación eterna. Te damos gracias por el Lucero de la mañana para Israel y nuestro país. Amén.