Hombres impíos – Falsos apóstoles
Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo (2 Corintios 11:13)
En la parábola del sembrador el Maestro dejó claro que una vez se siembra la buena semilla de la palabra, de noche, mientras dormían, viene su enemigo y siembra cizaña. El sembrador era bueno y sembró una misma semilla en la tierra aunque obtuvo cuatro distintas cosechas por los cuatro distintos terrenos de tierra. El caso que nos presenta el apóstol Pablo en el contexto del capítulo que tenemos para meditar es de falsos apóstoles o sembradores, obreros fraudulentos, son hombres y mujeres con un determinado carácter que Pablo identifica como falsos, que defraudan y se disfrazan.
Personas que predicaban otro Jesús, otro espíritu y otro evangelio. El apóstol se daba cuenta que estos apóstoles fascinaban y hechizaban a muchas personas extraviando sus sentidos de la sincera fidelidad a Cristo. Se acordaba de cómo la serpiente había engañado con su astucia a Eva, de la misma manera muchos de los corintios que habían recibido el evangelio predicado por Pablo pudieran ser extraviados y perturbados mediante un falso Jesús, un falso espíritu y un falso evangelio.
Eran personas carismáticas y persuasivas. Ejercían una atracción, en algunos casos irresistible, mediante una personalidad impresionante que los cautivaba, habladores de vanidades que dicen a los hombres lo que sus sentidos naturales están dispuestos a aceptar sin resistencia. Por ello, pronto agrupaban a su alrededor un buen número de personas que se hacían incondicionales de su carisma estando dispuestos a seguirlos sin discernimiento alguno, ya se encargarían estos falsos líderes de enseñar que no debían ser puestos en duda porque eso supondría oponerse a los supuestos ungidos de Dios; tampoco podían ser juzgados porque esa actitud les acarrearía el juicio de Dios. En una palabra, quedaban hechizados bajo un dominio que los había fascinado y torcido sus sentidos, es decir, confundidos los sentidos espirituales con el alma humana, mezclando la sensualidad con un lenguaje aparentemente espiritual o bíblico, y a partir de ahí quedando subyugados hasta el extravío final.
Nuestros días están llenos de estos obreros fraudulentos. Son un fraude al evangelio, a ellos mismos, y a la iglesia del Señor. Son falsos apóstoles y así hay que denunciarlo. Pablo lo hizo. De la misma manera que el diablo se disfrazó de ángel de luz, estos se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras. La iglesia de nuestros días necesita madurar para poder discernir, —por sus frutos—, las falsas apariencias de piedad.
No seamos ingenuos, hay falsos apóstoles a los cuales no debemos someternos sino desenmascarar su disfraz fraudulento.