No glorificaron a Dios – Nabucodonosor
Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? (Daniel 4:29,30).
Si hay una ciudad en la Escritura que hechiza los sentidos, subyuga la voluntad, atrae la idolatría y pervierte a las naciones de la tierra, es la ciudad de Babilonia. Esta ciudad, en oposición a Jerusalén, ejerce una influencia en el mundo entero desde los días de Nimrod en la llanura de Sinar, en sus dos vertientes: física y espiritual. Hemos hecho un amplio recorrido con sus características en otra serie, aquí veremos algunos detalles relacionados con nuestro tema. Para ello viajaremos a los días del profeta Daniel y el más grande de los reyes cuando Babilonia se convirtió en un imperio, me refiero, claro, a Nabucodonosor.
Este rey complejo y ambivalente vivió experiencias diversas durante su reinado. Por un lado fue escogido por Dios para castigar al reino de Judá por la ruptura del pacto, atrayendo sobre sí misma, el juicio divino. Pero como suele suceder a menudo con los hombres que han tenido gran influencia en la historia acaban cayendo en soberbia, confundiendo sus logros consigo mismo en lugar de mantener la humildad de reconocer que solo son hombres mortales, limitados y frágiles. Pero el poder ejerce un hechizo perturbador sobre la fragilidad humana que los lleva en muchos casos a perder el equilibrio y el sentido de la realidad más alta. Nabucodonosor es un ejemplo típico.
Primeramente tuvo un sueño en el que era la cabeza de la estatua que vio y Daniel interpretó. Luego, en otro sueño, se le equiparaba con un gran árbol que daba cobijo y alimento a todos. Otra vez Daniel interpretó que ese árbol era el rey, pero en este caso fue turbado por su interpretación. Dios le mostró las consecuencias de la soberbia que emanaba de la edificación de la gran ciudad de Babilonia en la persona de Nabucodonosor. Pasado un año se enseñoreó de él (Sal.19:12-14), de tal forma que el engaño de su propio corazón le llevó a pensar en voz alta ser el artífice único de la edificación de aquella ciudad, ciertamente populosa, creada para su propia gloria. En ese mismo instante se cumplió el sueño siendo echado de entre los hombres.
Pasó siete años viviendo con las bestias del campo, despojado de su reino y autoridad, hasta que finalmente reconoció que es el Altísimo quien tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere (Dn.4:32). Cuando la razón le fue devuelta, bendijo al Altísimo; lo alabó y le glorificó; cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades (Dn.4:34). ¡Qué lección para todos nosotros aunque nunca lleguemos a ser emperadores de una gran potencia!
La soberbia derriba al hombre, pero la humillación lo ensalza de nuevo.
Excelente dosis diaria que alimenta el alma, dónde el ser humano debe considerar ciertos parámetros de conducta cuando tiene una posición privilegiada. Gracias Virgilio por compartir palabra de vida y esperanza.