43 – LA LUCHA INTERIOR – La palabra corrige y desenmascara

Lucha interiorLa palabra corrige y desenmascara

Entonces vino la palabra del Señor a Samuel, diciendo: Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha cumplido mis mandamientos. Y Samuel se conmovió, y clamó al Señor toda la noche  (1 Samuel 15:10-11).

La mezcla de obediencia y desobediencia, el hombre carnal y el espiritual, nos engaña de tal forma, que comenzamos a tener una apreciación de las cosas muy distinta a la que tiene Dios de nosotros. Creyendo haberle servido con fidelidad, ponemos nuestras vidas rumbo al autoengaño que nos lleva al ensalzamiento de nuestra potencialidad. Creemos servirle, pero en realidad lo hacemos a nosotros mismos.

El engaño de Saúl es de tal magnitud que piensa que ahora es un «gran hombre de Dios», permitiéndose levantar un ministerio alrededor de sus propias obras. Para ello, no escatima en «levantar un monumento para sí» (1 Sam. 15:12 LBLA). Está orgulloso de su «obediencia», y piensa que debe ser conocida por todo el pueblo, que admiren su entrega incondicional al Señor y le imiten, viéndole como «el gran siervo que cree ser». Vano intento.

La palabra de Dios ya ha salido de su trono y contiene un mensaje muy distinto al que está creyendo Saúl. El mismo profeta Samuel queda estupefacto cuando recibe la visión de Dios sobre la actitud de Saúl. A Dios le pesa haberlo puesto por rey, un rey prototipo de líder carnal. Ha dejado de seguirle, aunque ha cumplido en parte su voluntad, pero no es suficiente, Dios necesita un hombre conforme a su corazón. No ha obedecido sus mandamientos, aunque a Saúl le parece que es un ejemplo digno de imitar.

La palabra de Dios es un espejo para vernos. Es una antorcha que alumbra. Es una espada que divide el alma del espíritu, y discierne los verdaderos motivos de nuestro corazón. Nos desnuda ante Dios. Nos expone a su veredicto. Y toda predicación que no tiene estos ingredientes no es predicación, es engañar al pueblo con pensamientos de paz cuando no hay paz.

Samuel quedó perplejo. Pasó toda la noche orando a Dios, conmovido por la dimensión del drama que estaba a punto de consumarse. Mientras tanto, Saúl hizo un monumento a sí mismo. Vive ajeno a la verdad revelada, pero cree con total «sinceridad» que ha cumplido con Dios. Esta es la lucha interior de muchos pastores y responsables de iglesias. El salmista dijo: Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno (Sal. 139:23,24).

          Debemos estar siempre expuestos a la acción de la palabra de verdad, sabiendo que nuestro corazón es engañoso más que todas las cosas.

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