Una ayuda idónea
Y el Señor Dios dijo: No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea… mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él (Génesis 2:18-20).
Antes de la caída −a pesar del estado placentero que Dios había creado para el hombre− se halló que faltaba algo, no todo era perfecto, no todas las necesidades estaban suplidas. Dios había formado de la tierra todo animal del campo y toda ave del cielo, los había traído al hombre para ver como los llamaría; y como el hombre llamó a todo ser viviente, ése fue su nombre. Esa relación con animales del campo y aves del cielo no suplieron la necesidad de compañía del hombre.
Los árboles agradables a la vista que ya estaban creados, el mismísimo árbol de la vida y la visión del árbol del conocimiento del bien y del mal, no pudieron suplir la carencia de compañerismo para el hombre en el medio natural que Dios había creado para él. Se hizo evidente que tenía necesidad de una ayuda más idónea, ajustada a sus necesidades de familiaridad y socialización. El mundo natural y animal no pudo suplir esa necesidad.
Entonces, el Creador y conocedor del entramado humano, quién mejor conoce su naturaleza en toda su amplitud, ideó, formó y trajo al hombre la solución de la carencia que se había suscitado. Se había hecho evidente la necesidad de ayuda idónea, una compañera que le correspondiera –ese es el sentido de idoneidad− manteniendo ambos una dimensión recíproca en su relación que no se halló en la creación.
Así pues, Dios hizo caer en un sueño profundo al hombre, −«lo anestesió»−, para poder sacar de él mismo una persona afín a sus necesidades, la ayuda idónea con quién podría compartir –ahora sí− el deleite de todo lo creado. Por tanto, el hombre ha sido hecho un ser social.
La individualidad y soledad pueden manejarse por un tiempo pero pronto se hace evidente la necesidad de ayuda, de compartir, de reciprocidad. Los comentaristas bíblicos dicen que la mujer fue sacada, no de la cabeza del hombre para enseñorearse de él; tampoco de los pies para que fuera su sirvienta; sino del costado, como igual al hombre, a su lado, para ser su compañera, al lado del corazón para poder amarla. Y todo el proceso como respuesta de Dios a las necesidades del hombre: físicas, afectivas, de provisión y propósito.
Luego dice el texto bíblico: «… Y la trajo al hombre» (Gn.2:22). El Creador del Universo formó a la mujer y la trajo al hombre para que fuera su ayuda idónea, su deleite, un deleite recíproco, una comunión compartida.
Dios formó la familia: un hombre y una mujer, en respuesta a la «soledad» de Adán.