En ti, oh Señor, me refugio… Líbrame en tu justicia, y rescátame; inclina tu oído, y sálvame. Sé para mí una roca de refugio, a la cual pueda ir continuamente… (Salmos 71:1-3).
Tenemos siempre una gran necesidad de protección y seguridad. Las religiones han pretendido dar soporte a esta insuficiencia innata en el ser humano. Conscientes de un mundo cambiante y movible que no podemos controlar como quisiéramos, nos queda la alternativa de acudir a fuerzas mayores que nosotros mismos. La historia de la humanidad está llena del error de inventar dioses, hacer refugios a nuestra semejanza, basados en fuerzas limitadas, o poderes sobrenaturales ajenos al verdadero Dios. El Señor dio a Israel la revelación del Dios único, hizo un pacto con él a fin de bendecir a todas las naciones de la tierra. Quiso que fueran un reino de sacerdotes y nación santa (Éxodo 19:5-6). Incluso este plan fracasó. Entonces se activó el propósito definitivo acordado en el consejo celestial; concebido para redimir y recuperar lo que se había perdido. La piedra no cortada con mano que golpearía todos los reinos de este mundo. La Roca, que era Cristo, enviada para socorrer a los que son tentados y recibir la ayuda oportuna. Bendito sea Dios que nos ha dado un Salvador a quién podemos ir continuamente.
Padre santo, venimos a la Roca de refugio, al Mesías, para que rescate a Israel y nuestras naciones del poder del maligno. Amén.