No me abandones, oh Señor; Dios mío, no estés lejos de mí. Apresúrate a socorrerme, oh Señor, salvación mía (Salmos 38:21,22).
Esta es la oración que culmina la experiencia de abandono que el salmista está experimentando. Mis fuerzas me abandonan… mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mí… mis parientes se mantienen a distancia. Los que buscan mi vida me tienden lazos; los que procuran mi mal hablan de mi destrucción, y traman traición todo el día… estoy a punto de caer, y mi dolor está continuamente delante de mí. Confieso mi iniquidad, afligido estoy… mis enemigos son vigorosos y fuertes; muchos son los que sin causa me aborrecen. Y los que pagan mal por bien se me oponen. En una situación de desamparo profundo, nuestro hombre solo tiene un lugar donde acudir: al Dueño de su vida. Israel ha sufrido infinidad de veces este desamparo. Abandonado por todos, el Eterno ha sido su refugio. Hoy volvemos a ver este abandono. Las naciones le dan la espalda. Israel, una vez más, depende de su Dios, y de nuestras oraciones.
Dios de Israel, socorre a Israel. Tú eres su ayuda en el tiempo de angustia. Restáurales y trae vida de entre los muertos a las demás naciones, en el nombre de Jesús.