¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia… ¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios! (Salmos 42:5,11).
Si el alma está abatida ¿quién es la voz que la alienta? Si el alma está turbada ¿quién la sostiene? Aquí tenemos un diálogo interno. El mundo interior tiene voz, ojos y oídos espirituales. Todo ocurre en lo hondo del ser. La lucha es interna. El conflicto invisible. Nadie lo percibe. La apariencia exterior puede parecer normal, pero dentro, en las profundidades del ser, hay abatimiento y turbación. Una voz proclama: espera en Dios, de Él viene la salvación. No del mundo interno, no está en la persona, está fuera de ella. Viene de arriba. La salvación es de Dios. Nuestra potencialidad no es suficiente. Podemos animarnos a nosotros mismos con palabras, pero la esperanza de salvación es de Dios. El Verbo era Dios. Volveremos a alabarle.
Padre celestial, Tú eres nuestra salvación. La salvación de Israel y la de nuestro país. Amén.