Dios mío, rescátame de la mano del impío… (Salmos 71:4).
Jesús dijo: no resistáis al que es malo. Pablo escribió que no nos vengáramos nosotros mismos, y Pedro, que cuando padeciéramos por causa de la justicia nos encomendáramos al que juzga justamente. La mano del impío, el poder del maligno y la influencia de los malos es tan poderosa, que no parece haber fuerza en nosotros mismos para resistirla con éxito. Dios dijo a Israel que quitaran toda adoración de ídolos, y costumbres impías de los cananeos, de lo contrario acabarían levantándose como espinas sobre ellos y haciéndoles esclavos. La sociedad actual, −todas las sociedades que nos han precedido−, muestran este trágico suceso repetidamente: la iniquidad acaba dominando allí donde no hay rescate. El misterio de la iniquidad ya está en acción, hay quién lo detiene (2 Tesalonicenses 2:7-13), pero su fuerza destructiva es de tal magnitud que solo el resplandor de la venida del Señor podrá erradicarlo y destruirlo definitivamente. Hoy, solo si el Hijo nos libertare, seremos verdaderamente libres. Nuestro rescate viene del Señor, no de nuestra propia fortaleza.
Dios mío, rescata a Israel de la mano del impío. Rescata nuestro país del poder del mal, y danos la libertad de vivir como hijos tuyos, en Jesús. Amén.