El rencor quiere matar
Esaú, pues, guardó rencor a Jacob a causa de la bendición con que su padre lo había bendecido; y Esaú se dijo: Los días de luto por mi padre están cerca; entonces mataré a mi hermano Jacob (Génesis 27:41).
Alguna razón podía haber tenido Esaú para aborrecer a su hermano, aunque él mismo había menospreciado la primogenitura. El menospreciador nunca tiene en cuenta las consecuencias de sus actos. Se alimenta de rencor dirigido a matar. El rencor mata. Está en su ADN. El resentimiento primeramente destruye la salud interior de uno mismo, luego quiere alargar su extenso brazo para alcanzar a todo aquel que vea como objeto de su aflicción. Nunca piensa en la responsabilidad que pueda haber contraído él mismo. Está orientado a buscar culpables de sus desdichas, sin reparar en ningún momento que pudiera haberlas atraído él mismo, o al menos ser parte de ellas.
Esaú quedó ciego de rencor cuando supo que le habían suplantado en la primogenitura. Cuando se sintió engañado no pudo recordar que él mismo la había menospreciado. El corazón malo nunca recuerda sus propias acciones pecaminosas, solo ve enemigos que le han robado lo que un día desestimó. Ahora es dominado por el deseo de matar, aunque sea a su propio hermano.
El rencor ciega y apaga los afectos naturales. Y toda esta lucha forma parte de nuestro conflicto interior. Cuando vemos que Dios ha bendecido a otros hermanos más que a nosotros podemos quedar atrapados en la envidia y el resentimiento de sentirnos despreciados, aunque el Señor nos haya dado distintos dones y funciones que complementan la familia de la fe. Formamos parte de un mismo cuerpo, y en el cuerpo hay diversidad.
Si el rencor está presente no podremos aceptar, ni reconocer, la función de otros, nos ciega la soberbia de no estar contentos con lo que hemos recibido. Queremos la función del otro, pensamos que somos tratados injustamente por Dios, no aceptamos su soberanía, sino que buscamos poner tropiezos y estorbar el bienestar del prójimo. Hemos dado lugar al diablo. El diablo viene a matar.
No seamos condescendientes ni contemplativos ante el levantamiento de Esaú. Necesitamos huir. Jacob tuvo que huir de su hermano, separarse de él. Eran incompatibles. Esaú no pensaba en el arrepentimiento sino en la oportunidad favorable para matar a Jacob. Cuando la destrucción del hombre nuevo está en juego debemos huir lejos, a Harán.
La lucha interior puede llevarnos al extremo de odiarnos a nosotros mismos y pretender nuestra propia muerte, llevados por el rencor de Esaú.