53 – LA LUCHA INTERIOR – Las obras de la carne

Lucha interiorLas obras de la carne

Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios  (Gálatas 5:19-21).

Después de este amplio recorrido que hemos hecho de las vidas de Esaú y Amalec, viendo la analogía que hay entre el hombre carnal y el espiritual,  quiero regresar al mensaje del Nuevo Testamento y la enseñanza del apóstol Pablo sobre la lucha que afrontamos los creyentes entre la carne y el Espíritu.

La lucha interior es inevitable puesto que mantenemos dos naturalezas, una nacida de la carne y otra del Espíritu. Cada una de ellas produce según su propia naturaleza, ambas son incompatibles, y aunque en muchos casos se mezclan en nuestro diario vivir, debemos escoger con determinación a quién vamos a servir.

La vida cristiana produce de sí misma el fruto de justicia. Sin embargo, la acción pecaminosa aún tiene la posibilidad de rebrotar para recuperar su viejo dominio sobre los redimidos que han escapado a su tiranía. Esta lucha interior puede producir frustración en nosotros, debemos saber manejar el conflicto y comprenderlo para no caer en el engaño de la incredulidad.

Jesús dijo que el árbol se conoce por su fruto, por tanto, viendo el fruto podemos saber cuál es su naturaleza. Las obras de la carne están bien especificadas en la Escritura. Pablo nos hace una lista amplia de sus manifestaciones que nos recuerda al viejo ejército de Amalec. Cuando esas acciones están presentes en la vida de una persona sabemos que allí está operando el hombre carnal, opuesto a Dios y a la vida del Espíritu. Pablo acaba la lista con una sentencia lapidaria: los que practican tales cosas no heredan el reino de Dios. No hay lugar para la duda. No hay discusión posible.

La manifestación del hombre carnal es abominación a Dios, como lo eran las obras de los edomitas y los amalecitas, pueblos contra los que Dios está enojado para siempre y aborrece. La lista de Pablo incide ampliamente en los pecados sexuales, muy presentes en nuestra sociedad, donde todo parece estar afectado por una sexualidad mal entendida y desordenada que ha sumergido a la presente generación en un mar de lodo.

         Las obras de la carne están opuestas a Dios como lo estuvieron Edom y Amalec, y su práctica aleja al hombre del reino de Dios.

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