No glorificaron a Dios – Liderazgo maldito (1)
Y tomando Ahías la capa nueva que tenía sobre sí, la rompió en doce pedazos, y dijo a Jeroboam: Toma para ti los diez pedazos; porque así dijo YHVH Dios de Israel: He aquí yo rompo el reino de la mano de Salomón, y a ti te daré diez tribus; y él tendrá una tribu por amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén… Por cuanto me han dejado, y han adorado a Astoret…a Quemos… y a Moloc… (1 Reyes 11:30-33).
Hay gobernantes que hunden a las naciones en la miseria moral, espiritual, social, económica y política. Por ello se nos instruye en la Escritura a orar por los reyes y los que están en eminencia, para que podamos vivir quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad (1 Timoteo 2:1-3). Por lo cual podremos deducir que una parte de la responsabilidad por los gobernantes mencionados está en nuestra falta de intercesión verdadera en favor de la convivencia. El tema es muy amplio y son muchos los factores a tener en cuenta, de lo que no hay duda es que los líderes de las naciones atraen bendición o maldición, son puertas para el bienestar y la prosperidad de un pueblo, o por el contrario para su deriva inmoral y miseria. Israel es nuestro modelo en ambos casos. La historia que encontramos en la Escritura ha sido desarrollada con el fin de que aprendamos, está escrita como ejemplo para nosotros y para amonestarnos a no caer en los mismos errores, siguiendo los buenos principios y valores que también encontramos en ella (1 Corintios 10:6,11).
Miremos unos momentos el tiempo posterior al reinado de Salomón, un tiempo de paz y prosperidad como nunca hubo en Israel. Al reinado de Saúl le siguió una generación de hombres íntegros, valientes y entregados al mejor rey de Israel, el rey David. Después de las grandes batallas y un periodo de múltiples victorias de la mano del hijo de Isaí, le siguió, como hemos dicho, un periodo de paz y bienestar. El final del reinado de Salomón estuvo marcado por la deriva idólatra del rey sabio, que influido por sus muchas mujeres extranjeras, levantó templos a otros dioses poniendo las bases de la posterior división del reino de Israel. De esta manera llegamos a la profecía de Ahías. Este profeta fue enviado por Dios a Jeroboam para decirle que el reino había sido dividido; de las doce tribus, diez quedarían bajo su gobierno, y las otras dos, Judá y Benjamin, seguirían formando parte del reino de Judá que estaría bajo la dinastía de los hijos de David y Salomón (1 Reyes 11:28-40). Así comenzó el liderazgo de Jeroboam como monarca del reino del norte en Israel. Un comienzo en la voluntad de Dios expresada por el profeta y que no sería suficiente para garantizar su éxito como veremos en próximas meditaciones.
Un liderazgo divino se trunca cuando es atrapado en la idolatría.