Con trompetas y sonido de cuerno, dad voces ante el rey, el Señor… pues viene a juzgar la tierra; El juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con equidad (Salmos 98:6,9).
Vimos un anticipo de esa venida el día cuando Jesús entró en Jerusalén, aclamado por las multitudes como el rey que viene en el nombre del Señor. Pero no entró para juzgar, sino para salvar. No vino a redimir la tierra, sino a los pecadores. No entró para sentarse en un trono, sino para ser levantado en una cruz ignominiosa. Por tanto, muchos de su pueblo fueron confundidos ¿podremos condenarlos por ello? Jerusalén no conoció el tiempo de su visitación. Jesús lloró por la ciudad. Israel aún espera a su Mesías, el rey que viene a juzgar la tierra con justicia, y a los pueblos con equidad. Nosotros, gentiles redimidos, también. El rey parece tardar y los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente a quién su señor puso sobre los de su casa para que les diera la comida a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quién, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así… lo pondrá sobre todos sus bienes. Pero si aquel siervo es malo, y dice en su corazón: «Mi señor tardará»; y empieza a golpear a sus consiervos… Vendrá el señor… y lo azotará severamente y le asignará un lugar con los hipócritas; allí será el llanto y el crujir de dientes (Mateo 24:45-51).
¡Señor mío y Dios mío, te esperamos! ¡Ven pronto! Israel te espera. Las naciones te necesitan. La congregación y el Espíritu dicen: ven Señor Jesús. Amén.