En el mundo cristiano actual tenemos una carencia notoria de falta de identidad. En buena medida estamos siendo absorbidos por la influencia tremenda de un sistema mundano materialista, consumista y humanista que a la vez nos introduce en una pérdida de nuestra identidad como hombres y mujeres redimidos y rescatados de la vana manera de vivir. El azote de una sociedad laica que niega a Dios y le aleja de sus pensamientos lleva a muchos creyentes a una crisis de identificación, no sabemos quiénes somos.
Nuestra identidad procede de la voluntad de Dios para salvarnos y hacernos un pueblo y una familia. Somos hijos por la voluntad de Dios. Estamos unidos a Cristo por la voluntad de Dios. Y como no sabemos quiénes somos según la voluntad divina, estamos tratando de ser lo que nos gustaría ser, para acabar frustrados por nuestros esfuerzos carnales.
Somos de Cristo porque estamos en Él, o estamos en Cristo porque somos suyos. Pablo dijo: “Esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quién soy y a quién sirvo”. No se trata de ser buenos cristianos si no de que somos nuevas criaturas. El poder no está en nuestros esfuerzos personales, sino en Su vida en nosotros, Su naturaleza implantada en nuestro espíritu; por tanto, no se trata del esfuerzo de nuestra voluntad, sino del HECHO de que somos UNO con Cristo.
Cada semilla da fruto según su propia naturaleza. Un manzano no está tratando de dar manzanas, sino que de su propia naturaleza produce manzanas. La clave está en permanecer en esa verdad natural (Juan 15); y permanecer en la verdad es vivir unidos a Cristo, y estamos unidos a Él por la voluntad de Dios.
Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
(1a Corintios 1:30-31)