Mi marido no es creyente

Mi marido no es creyenteCuando nos alcanza la gracia de Dios y nos trae salvación ya llevamos recorrido un tiempo de nuestra vida natural;  la nueva vida en Cristo surge en una situación concreta de nuestras circunstancias, en algunos casos estamos solteros, en otros casados, y en muchas ocasiones suele ser la mujer quien da el paso de fe en primer lugar, llegamos así a lo que se llama matrimonios mixtos: La mujer es creyente, el marido se resiste…

Esta situación mixta de algunos matrimonios puede durar un periodo corto o alargarse en el tiempo, ¿qué hacemos en ese caso? ¿Qué nos dicen las Escrituras al respecto?

En primer lugar el apóstol Pablo enseña que cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede… Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios”.

Y en el mismo capítulo siete de 1 Corintios responde ampliamente a esta situación.

“Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer. Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Corintios, 7:10-16).

No debemos cometer el error de ver a nuestro cónyuge inconverso como un enemigo sino como santificado por nuestra propia fe y a nuestros hijos igualmente bajo la influencia de la bondad de Dios por la fe que ha entrado en la familia a través de la madre.

Esto quiere decir que ahora una nueva influencia divina está operando en las vidas de los miembros de la familia que no son convertidos y que pueden llegar a serlo.

Por tanto, la responsabilidad mayor recae sobre la esposa y madre que ha nacido de nuevo y que debe manifestar la vida de Dios en su ámbito familiar como primer lugar de testimonio. Hay demasiados casos de lo contrario.

Mujeres que se convierten y se centran mas en las actividades de la iglesia local, desatendiendo sus responsabilidades primarias en su hogar, con su marido y sus hijos, creyendo erróneamente que aquello es servir a Dios y el trabajo en el hogar es un asunto de segundo orden. Esto es una gran mentira, que alimentan en ciertos casos algunos pastores celosos de la asistencia a sus cultos y que produce un alejamiento de los maridos en lugar de acercarlos al Reino de Dios. Muchos esposos inconversos ven ahora al pastor como un enemigo porque notan que sus mujeres se someten mas a sus directrices que a atender las necesidades cotidianas de su propia familia. Algunas mujeres pueden llegar a justificar el divorcio con la excusa de que sus maridos no les dejan asistir a todos los cultos de la iglesia y creer, equivocadamente, que eso es un síntoma de verdadero discipulado. El apóstol Pedro enseña magistralmente cual debe ser la actitud de la mujer creyente.

Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. (1 Pedro, 3:1-6).

La mujer sabia edifica la casa, pero la necia con sus manos la derriba.

Si tu marido no es creyente testifícale sin palabras, con tu conducta regenerada, ámale mas que antes y espera en Dios los resultados. Por supuesto hay casos difíciles y en todos ellos el Señor te dará la sabiduría necesaria para escoger lo mejor.

 

 

 

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