La decepción y el desánimo

La decepciónLa decepción aparece cuando se trunca algo que esperamos, especialmente si lo esperamos de personas en quién confiamos. Una experiencia decepcionante conduce al desánimo. El desánimo es un déficit de actividad anímica, del alma, que desemboca en debilidad y ésta paraliza la fuente de vida que Dios ha depositado en lo mas hondo del ser, en el espíritu. Las palabras de Jesús el último día de la fiesta: “El que cree en mi, como dice la Escritura, de lo mas profundo de su ser brotarán ríos de agua viva”, sacarán la decepción y el desánimo de nuestras almas paralizadas.

Tenemos hoy una multitud de creyentes atrapados en el desánimo como resultado de una o varias decepciones experimentadas a lo largo de su carrera. El profeta Ezequiel vio la provisión de Dios para ese pueblo desamparado y decepcionado por los líderes que se apacientan a sí mismos. Esa provisión es el pastoreado del Mesías sobre las ovejas directamente. De Espíritu a espíritu. “He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré… y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día de nublado y de la oscuridad… Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada, vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil…” (Ezequiel, 34:11, 12,16).

Hace varios años me encontraba en un tiempo de cambios en mi vida, cambios que incluían el traslado de toda la familia a otra ciudad y buscaba la dirección de Dios para la tarea que debía realizar. Recibí una expectativa que me pareció ser la puerta que el Señor abría. Estuve visitando una congregación con la idea de sondear un posible cambio a ese lugar. Después de hablar con el pastor supe que la expectativa que había tenido se desvanecía y nuevamente estaba frente al vacío. En esos momentos anhele quedarme solo para derramar mi alma delante de mi Dios. Noté como la decepción y el desánimo se movía en mi interior para hundirme en un pozo oscuro. Ya en la habitación abrí mi Biblia y comencé a leer el Salmo 37, al llegar al versículo 23 se hizo tan vivo que surgió dentro de mí una imagen de un camino troceado y tortuoso hasta que supe en el espíritu que Dios me estaba ministrando para sostenerme una vez más con su Su Palabra y no fuera consumido por la desilusión.

Leí: “Por el Señor son ordenados (afirmados) los pasos del hombre, y el Señor se deleita en su camino”. Tuve que volver a clamar y esperar en Dios, luego El me guió de otra forma que no había imaginado.

El desánimo acecha nuestras vidas en multitud de circunstancias con el propósito de paralizarnos y hundirnos en la perplejidad para destruir la acción de fe y perseverancia del creyente. Vemos en las Escrituras en muchas ocasiones como el Señor se presenta ante los suyos con estas palabras: “Tened ánimo, yo soy, no temáis”.  Incluso al gran apóstol Pablo tuvo que reanimarlo en varias ocasiones. “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo:

Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos, 23:11). Esta palabra le acompañaría todo el proceso largo y penoso de su encarcelación, acosado por las autoridades judías, hasta su liberación.

Sin embargo, en medio de los ataques de decepción y desánimo que Pablo experimentó, la Palabra viviente de Dios le sostuvo en fe y eficacia para ser de gran ayuda a muchos en tales circunstancias. Incluso fue el soporte para que 276 personas se salvaran del naufragio y la muerte en la travesía hasta Roma.

Todos nosotros tenemos motivos personales para aceptar el desánimo y hundirnos en la desilusión, pero hay una cruz levantada en medio del desierto de la vida para que miremos a ella y vivamos. Esa cruz la ocupó aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra si mismo, para que nuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Por tanto, pongamos nuestros ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos, 12:3,2)

 

 

 

 

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