LOS EVANGELIOS – Los milagros glorifican a Dios (1)
Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres (Mateo 9:8).
Vivimos en una sociedad donde la fe ha perdido gran parte de la fuerza poderosa que contiene. Necesitamos recurrir una y otra vez a la Escritura para ver la fe en acción. En ocasiones viendo no vemos. Ni oyendo oímos. Porque el corazón se ha engrosado y oímos y vemos pesadamente (Mt.13:14-15). La dureza de nuestros corazones incrédulos nos impide oír correctamente tal como está escrito, incluso leyendo las Escrituras negamos su poder manifiesto. Es una consecuencia del endurecimiento de corazón.
Y seamos claros, la llamada sociedad occidental ha endurecido su corazón a la fe revelada de tal forma que se ha levantado una barrera de arrogancia paralizando ampliamente la acción del poder de Dios. Este es un tema extenso y complejo, pero para no perdernos en disquisiciones interminables miremos la Escritura con la sencillez de un niño.
Jesús está en una casa atestada de gente. El poder de Dios estaba con él para sanar (Lc. 5:17). Ante la imposibilidad de llegar al centro de la escena, unos hombres se abren camino por el techo de la vivienda para bajar un paralítico y ponerlo delante del Maestro. Esa acción no pasó desapercibida a los ojos de Jesús, que viendo la fe de ellos, observa, «viendo la fe de ellos», (la fe se ve en las obras, la fe obra por el amor); quedó impresionado y actuó con rapidez como respuesta a esa fe que se estaba manifestando ante sus ojos, diciendo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.
Y se desató la polémica teológica. Algunos escribas, en lugar de alegrarse apoyando la fe que también ellos estaban viendo, se centraron en la discusión doctrinal. Sus pensamientos eran tan transparentes que hablaban en voz alta, y Jesús conociéndolos, no solo no evitó la polémica, sino que la profundizó: Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. La acción es trepidante. Sin dar tregua al conflicto planteado, el paralítico se levantó y se fue a casa. Las caras de quienes se opusieron a semejante acción quedaron paralizadas y la gente, ¿la gente? ¿qué gente?, el resto de quienes seguían la escena llevados por la fe que se estaba manifestando en obras, al verlo, se maravillaron y glorificaron a Dios, porque había dado tal potestad a los hombres. Dios fue glorificado por el milagro. La fe de unos pocos impactó sobre toda aquella multitud de tal forma que produjo una reacción inmediata de alabanza y gratitud; una fe que momentos antes percibió Jesús y le hizo actuar. La fe verdadera atrajo su mirada y glorificó a Dios.
La fe real impresiona en el cielo y eleva su gloria en la tierra.