GRATITUD Y ALABANZA – Introducción (1)
Te den gracias los pueblos, oh Dios, todos los pueblos te den gracias (Salmos 67:3 LBLA). Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben (Salmos 67:3 RV60).
Iniciamos una nueva andadura sobre otro de los temas que recorren ampliamente el contenido de las Escrituras. Por el título escogido parecería que hablamos de dos verdades distintas aunque complementarias, sin embargo, después de un amplio recorrido por varios de los libros de la Biblia, incluyendo todo el Nuevo Testamento, he podido constatar que la gratitud y la alabanza forman parte de una misma respuesta de la criatura hacia su Creador. Por ello he escogido este texto del libro de Salmos para iniciar el tema en el que podemos ver que en la versión Reina Valera se traduce por alabanza, y el mismo texto se traduce por gracias en la versión de la Biblia de las Américas. ¡Que todos los pueblos te alaben y que todos los pueblos te den gracias! Gratitud y alabanza al Hacedor de todas las cosas. Esa debe —debería— ser la respuesta común de las naciones ante el hecho evidente de que nada hemos traído a este mundo, y sin duda, nada podremos sacar (1 Timoteo 6:7).
Por otra parte, los cielos son los cielos del Señor; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres (Salmos 115:16). Es nuestra habitación, diría el apóstol (Hechos 17:26), lo que llamamos nuestro hábitat, la provisión de Dios para el hombre una vez creados y puestos en medio del huerto del Edén, donde había toda provisión y el encargo de labrarlo y cuidarlo (Génesis 2:15). Además hemos recibido el don de la vida, el aliento de vida que Dios sopló en la nariz del hombre para que fuese un ser viviente. Todo ello dones recibidos sin ninguna participación por nuestra parte, solo por gracia y voluntad del sumo Hacedor, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas (Apocalipsis 4:11).
Por tanto, la respuesta de la criatura ante su Creador debe ser de gratitud y alabanza por los dones recibidos. Es la actitud sana de un corazón agradecido. Por ello dice el salmista: Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios (Salmos 103:1,2). El rey David nos muestra el camino a seguir cuando después de haber preparado lo necesario para la construcción del templo en Jerusalén que construiría su hijo Salomón, expuso en su oración: Porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas… las riquezas y la gloria proceden de ti… Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos (1 Crónicas 29:10-14).
Gratitud y alabanza forman una sola unidad en nuestra respuesta a Dios por los beneficios recibidos.
Excelente!! Gracias por compartir apreciado hermano.